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LA SOCIEDAD VOYEURISTA

VIVIR EN MODO SELFIE

“- ¿Usted que religión practica?
– Yo… el catolicismo… ¿Y usted?
– Yo nací en la comunidad judía, pero ahora
practico el narcisismo.”

Woody Allen

*La hiper conectividad potencia las inclinaciones humanas del voyeurismo, el exhibicionismo y el narcisismo. El desiderátum de la modernidad consiste en espiar la vida de los demás y exponer la propia. Sin redes sociales y filtros fotográficos, la vida no es vida.

**La tecnología nos ha instalado en la civilización de la mirada, en la que una imagen vale más que mil palabras.

***La privacidad ya no es un valor que proteger. Los teléfonos celulares construyen el gran hermano virtual, en el que la vida transcurre en modo selfie.

                          Entender la política significa entender la sociedad. Midiendo la influencia del poder en la vida de la gente y los comportamientos sociales como determinantes de la arquitectura del poder, evaluaremos la calidad de funcionamiento del sistema.

                          En la vida comunitaria se configura una interacción permanente entre los sesgos personales, inclinaciones, preferencias, y aquéllo que percibimos del prójimo, traducido en los valores y la moral media del conjunto social  en un tiempo y un espacio determinados.

                          Somos nosotros mismos y nuestra circunstancia, nosotros y el mundo que nos rodea, el yo consciente y el yo condicionado por factores externos. Complejos somos y complejo es el contexto.

                          La pregunta que quiero formularme con este planteo inicial es: ¿los líderes políticos, como individuos que integran también el conjunto social, son el producto inexorable de la sociedad en la que viven, o, de otro modo, son quienes tienen la capacidad de determinar los comportamientos sociales?

                          Cuando los mandatarios no funcionan virtuosamente, tenemos el latiguillo de repetir, con pesimismo determinista, que son el producto de la sociedad. Sociedad con vicios, políticos viciosos.

                          Sin embargo, no todo es blanco y negro. Ni superhombres ni víctimas. Tenemos libre albedrío y a la vez somos determinados, en distinta proporción conforme cada quién. Influimos y somos influenciados.

                          De un político pretendemos que tenga mejores condiciones que el común para distinguir lo principal de lo accesorio y, cumpliendo con su función política, sepa trasmitir el mensaje hacia el conjunto social.

                          Pero la sociedad no juega el juego de la política protegida por el principio de inocencia. Nunca es totalmente inocente. Es también responsable de los políticos que genera, porque tiene la facultad de elegir y de influir.

                          Tenemos también, entonces, una responsabilidad en el gobierno. Si la corrupción pública no nos importa cuando la economía funciona, no nos quejemos si en tiempos de vacas flacas la misma persiste, por que no es una cuestión accesoria sino un vector principal de la moral de un pueblo.

                           Quiero decir con ello, que si no ponemos un poco de cuidado en nuestros propios comportamientos como individuos, estamos sembrando semillas para que crezcan políticos con nuestras propias falencias o tendencias de comportamiento.

                          El ejercicio de la política, nadie duda, se ha degradado, pero también hay una involución en el comportamiento social.  La virtud como valor deseado ha quedado sepultada en el mundo inasible de la imagen, la apariencia, la propaganda, el chisme y la demagogia virtual.

                          Vivimos en la era de la civilización de la imagen, esa necesidad que hoy tenemos de ver y ser vistos, a través de un mundo renovado de fotos, videos, egos inflados, opiniones mediocres.

                          Aquí debemos hablar de voyeurismo, exhibicionismo y narcisismo, tres impulsos humanos que han tenido renovados bríos en tiempos de la hiper conectividad.

                          En tiempos pretéritos, las costumbres de la época nos llevaban a caminar por las plazas con nuestras mejores vestiduras, con la intención de ver y ser vistos. Con pretensiones más modestas, entablar una amistad, conseguir pareja, socializar, los casi inocentes paseos fueron una manifestación de la natural instinto humano de la mirada.

                          Hoy, las cuestiones son más complejas, porque se han establecido tecnologías, las redes sociales, que permiten multiplicar la posibilidad de ver y de ser vistos, y sin los inconvenientes de la cercanía física.

                          Quitando sus connotaciones sexuales, el “voyeurismo” es una expresión francesa traducida en la actitud de fisgonear, espiar, mirar a escondidas, hoy ya no a través del ojo de la cerradura, de la abertura de una ventana o detrás de una puerta, sino de algo creado por la tecnología para tal efecto: las redes sociales.

                          Tener la posibilidad de mirar la vida de los demás, sin el riesgo de ser calificado de fisgón, debe ser el invento tecnológico más formidable para satisfacer, en términos lacanianos, la pulsión escópica del ser humano.

                          A la par de ello, la otra pulsión paralela, el exhibicionismo, esa necesidad de exponer de manera reiterada y sistemática, nuestra vida, nuestro cuerpo, nuestros bienes, para que otros los vean. Vivimos si somos sujetos de deseo, morimos si no nos registran como tales.

                          Un nivel normal de compartir acontecimientos de la vida, puede escalar a niveles patológicos que se relacionan con el narcisismo, es decir la necesidad de ser admirado, aprobado por la opinión ajena, alabado, sujeto de envidia. El auto marketing a tope, con los mejores filtros fotográficos.

                          Existimos en la medida que estamos presentes en las redes sociales, con algún comentario poco elaborado o mediocre, con fotos de nuestra vida privada, con imágenes y palabras que pasan a integran nuestro universo vital. Se trata de una incapacidad de lidiar con el empobrecimiento del yo interior.

                          Como todo instrumento creado por el ser humano para mejorar su vida, la tecnología de la comunicación y la conectividad puede ser utilizada de manera racional y positiva, permitiendo una mejor interacción y conocimiento.

                          Pero también puede ser, y de hecho lo es en proporciones homéricas, para despertar o multiplicar las inclinaciones más negativas de nuestros ocultos deseos. Todo el mundo tiene su ego, desea mirar y ser admirado. Pero la hiper conectividad nos ha conducido al hiper ego, el hiper exhibicionismo y el hiper narcisismo, tanto que muchos hacemos de nuestra actividad en las redes sociales el centro de nuestras vidas.

                          Así, repartimos a diestra y siniestra felicitaciones, buenos deseos, alabanzas, a personas con las que tenemos poco o ningún conocimiento, con el pretenso propósito de recibir como contraprestación la devolución de gentilezas, medidas en cantidad de likes, comentarios melosos, y cuánta actividad virtual engorde nuestro ego.

                          Es asunto de sociólogos y psicólogos. Pero basta una observación detenida para advertir lo que ha hecho el ser humano con las nuevas tecnologías.

                          El sistema democrático representativo depende en singular medida de la capacidad del ciudadano para elegir. En términos generales, un electorado frívolo, ignorante, fisgón, escópico, superficial, que privilegia la imagen y las apariencias por sobre los conceptos y las realidades, es un componente letal para el sistema.

                          Obviamente, el ser humano es una complejidad dinámica, imposible de encasillar de manera maniquea. Todos de alguna manera tenemos nuestros costados oscuros y nuestras cualidades de santos. Sin embargo, cuando más se facilite el desarrollo de las pulsiones negativas, mayor es el peligro de caminar hacia el precipicio.

                          Con la hiper conectividad se generó el conocimiento en un solo clic de cada persona, de cada líder político, de casi todos. Nació allí una nueva tiranía, a partir de la posibilidad técnica del hiper control social por parte de los gobiernos y que se puede advertir en las autocracias.

                          Creo, sinceramente, que en gran medida es la sociedad la que ha hecho un poco peor a la política, porque ésta sabe que debe recurrir a la explotación de las peores pulsiones humanas para conquistar el voto.

                          Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI

*Los artículos de esta página son de libre reproducción, a condición de citar su fuente

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Jorge Simonetti

Jorge Simonetti es abogado y escritor correntino. Se graduó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Nordeste. Participó durante muchos años en la actividad política provincial como diputado en 1997 hasta 1999 y senador desde 2005 al 2011.

Se desempeñó como convencional constituyente y en el 2007 fue mpresidente de la Comisión de Redacción de la carta magna. Actualmente es columnista en el diario El Litoral de Corrientes y autor de los libros: Crónicas de la Argentina Confrontativa (2014) ; Justicia y poder en tiempos de cólera (2015); Crítica de la razón idiota (2018).

https://jorgesimonetti.com

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