“Con un poco más de platita en el bolsillo, la foto de Olivos no hubiese molestado tanto”
Daniel Gollán, candidato a diputado nacional por el Frente de Todos
*La publicación de los índices del primer semestre de 2021, que determinan que más de la mitad de los argentinos son pobres o indigentes, son un rotundo golpe moral a la estrategia electoralista del gobierno para
**El plan “platita” parece subestimar la capacidad intelectual de la sociedad hasta límites extremos, pero fundamentalmente tiene un déficit moral insoslayable que es el aprovecharse de la pobreza para conseguir un voto a costa de una necesidad básica.
***Este país del “nunca jamás”, en el que su presidente acepta mansamente ser intervenido en sus funciones por un personaje de segunda línea, nos da cuenta de la profundidad de la crisis de poder y de credibilidad pública que atraviesa la Argentina.
Desde esta columna, muchas veces hemos abordado el tema de la pobreza y la desigualdad, recurrente en Latinoamérica y especialmente en nuestro país.
En esta oportunidad, el nuevo abordaje tiene que ver con la coincidencia de una campaña electoral y la difusión por parte del INDEC de los nuevos índices correspondientes al primer semestre de 2021.
Por una cuestión de honestidad intelectual, siempre nos pareció éticamente necesario aclarar que ser pobre no es lo mismo en todos lados.
“La pobreza, como la belleza, está en el ojo de quien la percibe”, es una famosa frase de Mollie Orshansky, economista y experta en estadísticas estadounidense que se especializó en el estudio de los umbrales de la pobreza.- Esta expresión es en sí riesgosa por la posibilidad de concluir en la relativización total de la pobreza, pero está significando que la definición del término tiene múltiples ángulos de abordaje y que la variabilidad de componentes para la determinación del nivel de corte es muy amplia y puede llevar a confundirnos si no estamos atentos.
Para la ONU, ganando más de dos dólares (aproximadamente doscientos pesos al cambio oficial) por día ya se deja de ser pobre, por lo que su concepto se emparenta con la pobreza extrema o la indigencia, es decir nada más que con la carencia de alimentación básica.
En el otro extremo, está la Oficina de Censo de los Estados Unidos, que desde hace décadas viene informando que un 10% de su población es pobre, unos treinta millones de norteamericanos, aunque entre los considerados pobres se hallen quienes –según un estudioso del tema James Q. Wilson- tienen vivienda propia, automóvil y otras comodidades propias de una familia de clase media de estas latitudes.
En Argentina, existe una Canasta Básica de Alimentos (CBA), obviamente integrada por el costo de los alimentos mínimos para la vida humana, que es el límite de la indigencia; y una Canasta Básica Total (CBT), complementada además con servicios no alimentarios (vestimenta, transporte, educación, salud), esta última mide el límite de la pobreza.
Honestamente configuradas, las estadísticas constituyen una metodología, entre tantas otras, para evaluar la realidad, pero con una prevención conceptual, aquélla que llevara a George Bernard Shaw a definirla como la “ciencia que demuestra que si mi vecino tiene dos coches y yo ninguno, los dos tenemos uno”.
En el caso de nuestro país, hay que decir también que la inflación juega un papel decisivo en las estadísticas de pobreza, porque de un plumazo puede hundir a una gruesa capa media en el sector pobre por el aumento del costo de los alimentos de manera dispar con los ingresos. Es decir, hay pobres inflacionarios, pero también existe un núcleo duro muy extendido en algunas regiones, que son los que se denominan pobres estructurales o crónicos.
El Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) dio a conocer este jueves el índice de pobreza, que se ubicó en 40,6% al cierre del primer semestre del año, 1,4 puntos porcentuales menos que el 42% del segundo semestre del año pasado y 3 décimas de punto por debajo del 40,9% del período enero-junio de 2020.
En tanto el nivel de indigencia se ubicó en 10,7% en el segundo semestre, frente al 10,5% de igual período del año pasado. La pobreza abarcó a 18,8 millones de habitantes y la indigencia a casi 5 millones, según la proyección al total país de 46,4 millones de personas.
La mayor incidencia de la pobreza en el primer semestre de 2021 se encuentra en la región que integra nuestra Provincia, el Noreste (NEA) con 45,4% y le sigue el Noroeste (NOA), con 44,7%. Particularmente, debe destacarse los números del Gran Resistencia, con un 51,9%, el segundo más alto del país entre conglomerados urbanos. El Norte pobre, como siempre.
La pregunta es si estos tremendos índices, que indican que más del 50% de los argentinos es pobre o indigente, son el producto circunstancial de la pandemia, o hay problemas más profundos. Para ser justos, ambas cosas, pero los malos números vienen desde mucho antes que el coronavirus se conociera.
Ello significa que son el emergente de un problema mucho más estructural, que se agrava con la inflación, el achicamiento de la economía, la falta de inversión y de creación de empleo.
Según Agustín Salvia, director del Observatorio Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), “hoy por hoy la incorporación de un salario universal de emergencia, si no está vinculado a actividades laborales y a contraprestaciones efectivas o a la creación de riqueza al interior de los sectores pobres, en términos ambientales, económicos y de capital social, no resuelve los problemas estructurales, sino que incluso los agrava”.
Sin dudas que la clase política hace un largo tiempo no está a la altura de las circunstancias, y que a un paso adelante le siguen tres atrás.
Ya sabemos que los populismos distribucionistas sólo logran agravar los problemas estructurales, pero también es dable entender que el otro extremo más liberal de la vara ideológica tampoco ha sabido cambiar la dinámica descendente de un país que continúa en la pendiente.
Sin embargo, a esta altura en la Argentina el problema no sólo es económico, es fundamentalmente moral, con la instrumentación por parte del gobierno del “plan platita”, traducido en distribución de dinero, electrodomésticos, mercaderías, cuyo objetivo central es recuperar votos al mejor estilo de los “Rodríguez Saa”, aunque luego venga el estallido económico y social.
El peronismo en general, y el kirchnerismo en particular, no tienen una alianza con los pobres sino con la pobreza. La distribución electoralista no hace sino agravar la situación de los pobres, hundirlos más aún en la pobreza, con lo que el manejo político se hace en una situación de subordinación alimentaria.
Corrieron al presidente, la vicepresidenta se autoexcluyó de la presencia pública, y paradójicamente pretenden recuperar los votos moviéndose hacia la derecha política, con Jesús Manzur a la cabeza, un cristiano maronita no querido por los sectores que se autodenominan más progresistas del oficialismo. Una movida política ideológicamente contradictoria, fruto de la desesperación.
¿Es posible que tengamos un pueblo tan crédulo y capaz de comerse los amagues de la distribución electoralista y de un jefe de Gabinete de reuniones tempraneras y movimientos ampulosos?
Creo que no, aunque todo pueda suceder en el escenario de un país cuyo primer mandatario acepta ser corrido de la escena pública y reemplazado por segundas figuras en el ejercicio de sus funciones.
Dr. Jorge Eduardo Simonetti
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