“En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia”
Laurence J. Peter, profesor canadiense, 1969
*Para las elecciones de noviembre se le presenta al gobierno un panorama nadas halagüeño. La disolución del prestigio presidencial es impactante, la intención de voto al frente oficialista está estancada, los cambios en el gabinete no ´produjeron mayores expectativas y la imagen de varios ministros nuevos es malísima.
**Para colmo, la virtual intervención del poder ejecutivo nacional y el de la Provincia de Buenos Aires, por funcionarios de menor jerarquía, como EL gobernador Manzur y el intendente Insaurralde, respectivamente, sin la condigna reacción de los titulares, preanuncian una acelerada disolución del poder en grado preocupante.
***Ante la comprobación de que Fernández y Kicillof han llegado hasta su nivel de incompetencia ejerciendo la presidencia y la gobernación, respectivamente, no es Cristina la tabla de salvación, ya que su temperamento dinamitero obstruye cualquier intento de cordura y de consenso.
En los últimos tiempos, hay que decirlo, las encuestas han perdido gran parte de su credibilidad. Sin embargo, cuando la mayoría de ellas coinciden, no son para descartarlas de plano en el análisis político.
Decidido el gobierno a hacer “la gran Rodríguez Saa”, a través del conocido como “Plan Platita”, que busca dar vuelta en 60 días los resultados de las Paso, distribuyendo electrodomésticos, subsidios varios, jubilaciones adelantadas y dinero en efectivo, las encuestas no parecen indicar que ello vaya a ayudar en los resultados de noviembre, por lo menos no en la medida que el oficialismo espera.
La imagen positiva, tanto del presidente como de Cristina, continúa en picada, la intención de voto del Frente de Todos se achica aún más respecto a los porcentajes obtenidos en las Paso, la disolución del prestigio presidencial es impactante, los cambios en el gabinete no produjeron mayores expectativas positivas, y la imagen de varios ministros nuevos es malísima.
Juan Manzur, el gobernador Jefe de Gabinete, tiene una imagen positiva apenas del 12,3%, y el que mejor mide, Daniel Filmus, alcanza un magro 18,5%. En cuánto a imagen negativa, los datos son contundentes: tanto Manzur como Aníbal Fernández superan el 60% de percepción negativa.
Con el aparato clientelar funcionando a full, parece ser que no habrá lavarropa, licuadora, cocina, jubilación, subsidio o dinero en efectivo, que cambien sustancialmente la direccionalidad del voto, aunque, obviamente, en política nunca está todo dicho.
Existe un dato más que agrava la pobre performance del oficialismo en las Paso. Es aquél que muestra una oposición sin un liderazgo claro, con un Macri bastante devaluado, con un Rodríguez Larreta en tránsito, con muchos coroneles que aspiran al generalato, con un radicalismo en recuperación todavía insuficiente. Sin embargo, aún así, obtuvo una clara victoria. Es para pensar. Los votos fueron más un “castigo” para un gobierno tan malo, que un premio al desempeño opositor.
El “principio de Peter”, rescatado días pasados por Carlos Pagni, fue formulado por un profesor canadiense Laurence J. Peter en 1969, refiriéndose particularmente a las jerarquías en las organizaciones, especialmente en las empresas. Dicho principio señala que toda organización va promoviendo a sus miembros hasta un punto en el que encuentran su mayor grado de incompetencia.
En términos simples, significa que una persona puede ser un excelente trabajador, pero un pésimo gerente.
Ello puede ser muy bien aplicado también en la administración pública, porque como lo adelantó José Ortega y Gasset en 1910, “todos los empleados públicos deberían ser descendidos en un nivel, porque fueron designados y promovidos hasta resultar incompetentes”.
¿Puede ser aplicado el “principio de Peter” al sistema electivo de los cargos públicos? Si y no.
En política, hay personas que llegan a importantes cargos legislativos y ejecutivos, sin haber demostrado eficiencia previa, es el electorado el que lo premia con su voto, colocándolo al frente de funciones de gran responsabilidad, aún cuando el candidato siquiera haya demostrado eficacia en otro puesto de menor jerarquía, o suficientes antecedentes, pudiendo resultar un acierto o un fracaso total.
En este supuesto, puede decirse que la democracia no es un sistema de jerarquías absoluto, que garantice el acceso de los mejores a los cargos públicos, sino apenas de aquéllos más populares para un momento y una circunstancia determinada.
Sin embargo, en política también están los designados por el “dedo” del mandamás de turno, que hace valer un circunstancial dominio de la voluntad electoral. Es el caso del presidente Fernández y del gobernador Kicillof, nominados por Cristina para ocupar los dos cargos a mi juicio más importantes en el ámbito del país.
En este caso, sí es aplicable el “principio de Peter”, porque ambos, Fernández y Kicillof, ocuparon antes cargos de menor jerarquía, entre ellos el de Jefe de Gabinete y Ministro de economía, respectivamente. Cristina los continuó promoviendo en la organización estatal, a uno como presidente y al otro como gobernador de la provincia más importante de país, demostrando en los dos últimos años que -conforme lo dice Peter- habían llegado a su nivel de incompetencia. Flojo como gobernador el uno, pésimo como presidente el otro.
Queda demostrado también, que Cristina no tiene buen ojo para elegir candidatos, pasó con Boudou, con Aníbal Fernández, con Alberto Fernández y con Axel Kicillof. O tal vez se valga de la mediocridad para retener el poder real: colocar en los puestos de responsabilidad a personas obedientes, sin carácter y sin autonomía, aunque luego las consecuencias sean catastróficas.
Cristina se encuentra atrapada entre dos pulsiones contrarias: no quiere que Alberto tenga una gestión exitosa que eclipse su figura, pero a la vez le conviene que le vaya bien al oficialismo para acomodarse en sus causas penales ante una justicia voluble.
No es buena combinación esa del poder real detrás del poder formal, los correntinos conocemos algo de eso. Menos aún cuando se ejerce de manera expuesta, sin disimulo. Ante la derrota, Cristina reaccionó de la peor manera, ésa que le dicta su gen autoritario, culminando con una ominosa carta pública que hunde al presidente hasta el fondo de su ineptitud y falta de carácter.
La vicepresidenta no es sutil en el ejercicio del poder, no lo ejerce sin que se note, lo suyo es más básico, más primitivo, menos dúctil. Es más, hasta se diría que no gobierna en las sombras, sino que hace la tarea de los mineros, dinamita todo lo que se le interpone en el camino.
La virtual intervención del poder ejecutivo nacional y provincial, poniendo al mando a funcionarios de menor jerarquía, no sólo es una afrenta a los titulares, que no parece vayan a reaccionar, sino a las instituciones de la república.
La provincia de Buenos Aires es gobernada por un intendente, el país por un gobernador. Todo lo contrario de lo que pregonó Néstor Kirchner, cuando dijera que no iba a “dejar su dignidad colgada en la entrada de la casa de gobierno”, Fernández y Kicillof están demostrando que las suyas están en el perchero de acceso.
Está tan devaluada la autoridad presidencial que, reducida a una gestión protocolar, sigue volando bajo: para “impresionar” a la juventud se reunió con un semi artista de cabotaje, LGante. ¿Qué diría Carlos Menem que, con idéntico propósito, recibiera a los Rolling Stones?
Alberto Fernández ni reina ni gobierna, evidentemente confirma el “principio de Peter”, con la presidencia llegó a su nivel de incompetencia.
Dr. Jorge Eduardo Simonetti
*Los artículos de esta página son de libre reproducción, a condición de citar su fuente