EL ARTE DE LA GUERRA
“La violencia no es solo matar a otro. Hay violencia cuando usamos una palabra denigrante, cuando hacemos gestos para despreciar a otra persona, cuando obedecemos porque hay miedo. La violencia es mucho más sutil, mucho más profunda”
Jiddu Krishnamurti, pensador indio y líder espiritual
*Estamos transcurriendo un tiempo en la Argentina, dónde se advierte la crispación en el poder y en parte de la sociedad. Mensajes violentos bajan desde la cúspide y no tardan en multiplicarse en un amplio sector social, que no hesita en aplaudir y apoyar el comportamiento de sus líderes. Es momento de dejar de sembrar vientos que, más temprano que tarde, se vuelven tempestades.
En mi artículo anterior mencioné el libro “El arte de la guerra”. Tuve la crítica de un querido amigo, guiado por la literalidad. Le expliqué que es un texto milenario, escrito por un militar chino, cuya esencia es “poder vencer sin llegar a la batalla” y es usado como guía en programas de administración de empresas y liderazgo dedicados a la gestión de conflictos.
Ello me animó a intentar racionalizar la confluencia de hechos que podrían constituir los primeros brotes de violencia, en tiempos en que la misma se encuentra, lamentablemente, naturalizada en el imaginario social.
El atentado al presidente de la Sociedad Rural, la reaparición del inefable Firmenich, los gases y palazos para disolver la manifestación en la semana que pasó, las protestas que comienzan a acelerarse, y, como elemento siempre presente, el mensaje violento que permanentemente baja de la Casa Rosada.
Usinas del gobierno se apresuraron a moldear la realidad a su conveniencia, y hablaron del retorno de Montoneros. Hay que decirlo: hoy, es muy baja la posibilidad que vuelva la violencia guerrillera de izquierda. Firmenich es un personaje envejecido y superado, que debiera estar viendo la vida pasar desde las rejas de un presidio.
Es más, el atentado a la Sociedad Rural, de acuerdo a la investigación del Juez Rafecas, auxiliado por la policía de CABA, fue atribuido a Alberto Santiago Soria, un ultraderechista convencido y agresivo. Luego fue liberado por falta de mérito, porque pareciera que el captado por la cámara no es él.
El argumento oficial más se parece un traje a la medida, para justificar el sesgo autocrático del gobierno y la represión de las protestas que comienzan a proliferar.
Sin embargo, es cierto que flota en el ambiente una niebla autoritaria, que se hace carne en parte de la sociedad, que conduce a sectores adictos al gobierno, a naturalizar la violencia que emana del poder.
Así como la grieta política se genera arriba y se trasmite hacia abajo, la violencia también, sobre todo en éstos tiempos.
El kirchnerismo, a través de sus líderes Néstor y Cristina, supieron construir un relato que fue campo orégano para la instalación de una grieta que todavía subsiste. No les fue necesario articular un vocabulario soez, trajeron la división del pasado, las contradicciones de los setenta, para aplicarlos en políticas públicas que trazaron una raya divisoria entre los argentinos. Así nos fue.
Lamentablemente, hoy, con distinto signo ideológico pero con un común sesgo autoritario, volvemos a ver cómo emana del poder un mensaje de violencia que se trasmite a una sociedad que la naturaliza.
Lo dice Krishnamurti, el pensador indio, la violencia no es sólo la física, se es violento con los gestos, con las palabras, allí la violencia es más sutil, pero más profunda.
En la semana que pasó, Javier Milei se las arregló para demostrar que no aprende de las experiencias. Su vocabulario soez y violento estuvo nuevamente presente el viernes en su discurso ante el Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas (IAEF), y obviamente en la juntada del ultraderechista Foro de Madrid en Buenos Aires, en la víspera.
El blanco elegido fueron los periodistas y los científicos. Los primeros, fueron objeto de sus consabidas diatribas, tratándolos de “propagandistas en venta al mejor postor”, “ensobrados”, “esbirros”, “pauteros”, “corruptos”, “cómplices de Alberto Fernández”, “vomitivos y repugnantes”, “tienen el culo sucio”, convocando a sus seguidores a resistir: “el cielo los aplastará delante nuestro”.
A los científicos no les fue mejor. Los insultó de todas las maneras, cuestionó la utilidad de las investigaciones y la idoneidad intelectual de los mismos, agregando que “se esconden canallescamente detrás de la fuerza coactiva del estado”.
Milei volvió a demostrar lo que es la violencia desde el poder, que no es gratuita y genera corrientes violentas en la sociedad muy difíciles de erradicar. Si hay posibilidad de su recrudecimiento, debería primero mirarse a sí mismo.
Pero, además, demostró “su” modelo de país, dónde los “periodistas” y los “intelectuales” no tienen cabida, un país dónde la libertad de expresión, la información y el pensamiento crítico deben son mala palabra, dónde los que piensan diferente al catecismo oficial deben ser acallados, dónde la educación y los científicos son un lastre, dónde sólo es importante hacer negocios.
El dicho bíblico “el que siembra vientos cosecha tempestades” es plenamente aplicable a la situación actual de la Argentina, porque a decir verdad, nunca está tan claro que la violencia comienza en la cúspide del poder y probablemente no tarde en convertirse en tempestad en el comportamiento social.
Lo más dramático de la situación es que, gran parte de la población aprueba y aplaude el mensaje violento, una especie de terrorismo de estado verbal, que se arroja sobre la gente de manera irresponsable.
Termino con un párrafo del libro “Cómo mueren las democracias”, de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt: “Así es como solemos creer que mueren las democracias: a manos de hombres armados (…). Sin embargo, existe otra manera de quebrar una democracia, un modo menos dramático, pero igual de destructivo. Las democracias pueden fracasar a manos no ya de generales, sino de líderes electos, de presidentes o primeros ministros que subvierten el proceso mismo que los condujo al poder”.
Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI