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MILREY

DNU Y DELEGACIÓN LEGISLATIVA

“Nuestro presidente es una figura análoga al Rey”

Rodolfo Barra, Procurador del Tesoro

*Con el DNU ómnibus que usurpa materias legislativas, y un megaproyecto de ley que delega todos los poderes del Congreso en el Presidente, se completa el reemplazo de la democracia republicana por una decretocracia. La vida y la propiedad de los argentinos sujetas al humor de una sola persona: el presidente Milei. Ello constituye populismo autoritario antes que democracia liberal.

**El éxito del programa ultraliberal no está asegurado. Puede ser grande, modesto, inocuo o perjudicial. De cualquier modo, habrá que ver si no es caro el precio de perder la república y el pluralismo.

***No sólo el kirchnerismo tuvo un pensamiento hegemónico. Parece que hoy también se quiere instalar la verdad única, dónde los que piensan distinto son los malos y “coimeros”.

                   El presidente Milei dictó el Decreto de Necesidad y Urgencia N° 70/2023 que tiene 366 artículos, modificando más de 300 leyes. De manera casi concomitante, remitió al Congreso un proyecto de ley de 664 artículos.

                   ¿Cuáles son los denominadores comunes de ambos instrumentos?: la anulación del Congreso y la asunción de todas sus facultades legislativas por parte del presidente, ni más ni menos.

                   Con el DNU, se declara la emergencia publica en materia económica, financiera, fiscal, administrativa, previsional, tarifaria, sanitaria y social hasta el 31 de diciembre de 2025. Con el proyecto de ley, se delegan en el presidente las facultades legislativas en materia económica, financiera, fiscal, social, previsional, de seguridad, defensa, tarifaria, energética, sanitaria y social, durante todo su mandato.

                   Javier Milei, en concreto, pretende mandar de vacaciones a los legisladores durante los cuatro años de su mandato, mientras él, exclusivamente él, se ocupa generosamente de hacer las leyes sin siquiera cobrar un plus salarial en su ya trabajosa tarea de presidente.

                   Éso y el establecimiento de una monarquía en la Argentina es casi lo mismo, pero no una monarquía constitucional sino una al estilo del absolutismo de la Francia de Luis XIV.

                   Es tan profunda la crisis argentina que pareciera que gran parte de la sociedad está dispuesta a aceptar que se borre la república del mapa constitucional y se la reemplace por un sistema decretocrático y de delegación legislativa.

                   Si el DNU ómnibus entra en vigencia y, además, se aprueba el megaproyecto de ley, la vida y la propiedad de todos los argentinos habrá sido entregada al buen o mal juicio de Javier Gerardo Milei, argentino, de 53 años de edad, líder del novel partido de la Libertad Avanza.

                   Eso y no otras cosa significa su política del mamotreto, que a través de sendos mamotretos, DNU y megaproyecto de ley, apunta a ser el presidente que en la historia argentina ha reunido mayores poderes, obviamente incompatibles con la Constitución Argentina.

                   Aunque a esta altura la ideología ya poco importa, sus primeros pasos como presidente representan una contradicción esencial con su concepción liberal, concepción en la que uno de sus pilares básicos es el respeto irrestricto al orden jurídico para protección de los derechos individuales.

                    Lo contrario del libertario, que pretende reunir en su sólo puño el poder necesario para cambiar a su capricho las normas jurídicas esenciales, un presidente cuyo programa de gobierno fue elegido apenas por el 30% de los argentinos en primera vuelta, el resto sólo tuvo la posibilidad de optar entre más populismo kirchnerista y libertarismo.

                   No intento ingresar en aburridas consideraciones técnico-jurídicas que pueden empiojar el entendimiento. Apenas advertir el sentido general que nuestra carta fundamental atribuye a sus estamentos y a sus normas: el poder ejecutivo para administrar, el Congreso para legislar y la Justicia para juzgar. Tan simple como eso, nadie con el poder absoluto.

                   La Constitución Nacional posibilita, sólo por vía excepcional, la posibilidad de colegislar del presidente, a través de su facultad de enviar proyectos de ley a las cámaras legislativas, el poder de veto y los DNU en casos verdaderamente urgentes y excepcionales.

                   Pero lo excepcional en la historia argentina, se ha convertido en regla. Menem dictó más de 500 decretos de necesidad y urgencia, contra apenas poco más de una decena de Raúl Alfonsín.

                   Se entiende la admiración de Milei por el riojano, que gobernó a golpe de decreto. También se entiende su desafecto por Alfonsín, que fue un férreo defensor de la república, no sólo desde su presidencia sino también desde el Congreso.

                   Desde las alturas del poder, Javier Milei no teme utilizar como arma amenazante una institución de la Constitución, el plesbicito: “si me rechazan el DNU, llamaría a un plesbicito”. No sólo desconoce que no es vinculante (la consulta popular es un instituto diferente) sino además que con el voto por el SI/NO pretende clausurar todo debate o análisis plural de sus medidas.

                   A veces, las coyunturas ponen en dura prueba el verdadero compromiso de los seres humanos con sus principios y valores. Cuando las circunstancias aprietan, “la necesidad tiene cara de hereje”, miramos para el costado y esgrimimos toda suerte de pretextos y justificaciones para olvidarlos.

                   Si se trata de gobernantes, como es el caso, en el que pretenden ponerse a espaldas del sistema republicano y de la Constitución, la urgencia y la emergencia juegan como una suerte de pretexto todo terreno para poner patas para arriba el ordenamiento jurídico argentino.

                   Tal vez para muchos, dada la crisis, el respeto por las formas republicanas representen una frivolidad de constitucionalistas y políticos. Muchos piensan que por la mejora económica bien vale la pena arrasar con los principios constitucionales.

                   Temo decirles, que las formas son el fondo de la república, y no existe justificación axiológica para abrogarlas en función de una concentración inédita de poder y de un programa que ni siquiera sabemos sin tendrá el éxito que sus instrumentadores explican a los cuatro vientos.

                   Los argentinos somos un caso raro. Queremos democracia, votamos en contra de un populismo que durante lustros nos sometió a un discurso hegemónico y a una impronta autoritaria, pero apoyamos el establecimiento de otro populismo autoritario de ideología opuesta, que en última instancia son lo mismo en su pretensión de instalar una verdad única y concentrar poder.

                   En una república, el cheque en blanco no vale para el kirchnerismo, pero tampoco para los libertarios. El cesarismo y el decisionismo, que representan lo opuesto al respeto de las normas, en uno y en otro caso significan autocracia y la entrega de poderes a una persona en contra del concepto de democracia liberal.

                   Para explicarme: “En un régimen cesarista, como consecuencia del componente personalista del mando democrático, el gobierno se ejerce desde una posición decisionista, es decir otorgando preeminencia a la decisión por encima de la norma” (Jorge E. Simonetti, “Las zonas oscuras de la democracia”, ed. 2020).

                   El líder representa a la voluntad del pueblo, y la voluntad del pueblo es la voluntad de Dios. Las fuerzas del cielo están encarnadas en Milei, en suma “vox populi, vox dei”. Y el resto que se calle.

                   La concepción autoritaria del poder es maniquea, dónde el bien está encarnado en el líder y el mal en los que se le oponen. No otra cosa son sus acusaciones al aire: los legisladores nacionales “buscan coimas”, luego morigeradas por el vocero Adorni en un intento de disimular el exabrupto presidencial.

                   Cuando estamos en el fondo, cualquier medida sirve para subir, aunque sea en mínima proporción. No sabemos hasta dónde nos llevará el programa ultraliberal.

                   Como sea, habrá que ver si estamos dispuestos a pagar el alto precio de cuatro años de autocracia, dónde la vida de cada argentino dependerá del humor de una sola persona.

                   Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                  

Jorge Simonetti

Jorge Simonetti es abogado y escritor correntino. Se graduó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Nordeste. Participó durante muchos años en la actividad política provincial como diputado en 1997 hasta 1999 y senador desde 2005 al 2011.

Se desempeñó como convencional constituyente y en el 2007 fue mpresidente de la Comisión de Redacción de la carta magna. Actualmente es columnista en el diario El Litoral de Corrientes y autor de los libros: Crónicas de la Argentina Confrontativa (2014) ; Justicia y poder en tiempos de cólera (2015); Crítica de la razón idiota (2018).

https://jorgesimonetti.com

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