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LA TINELLIZACIÓN DEL OCIO

CULTURA BERRETA

“La banalización de las artes y la literatura, el triunfo del periodismo amarillista y la frivolidad de la política son síntomas de un mal mayor que aqueja a la sociedad contemporánea: la idea temeraria de convertir en bien supremo nuestra natural propensión a divertirnos.”

Mario Vargas Llosa, La civilización del espectáculo

*El colapso del modelo de producción del siglo XX, ha generado mayor tiempo libre para el ser humano. El ocio generalmente es ocupado por el entretenimiento. Entretenimiento sin cultura genera productos de mala calidad. Programación televisiva de dudoso valor, redes sociales poblada de influencers y voyeuristas, nos convierten en conejillos de india de un tiempo que ha extraviado su propia regla de valores.

**La expresión “berreta” es el modo lunfardo de la mala calidad. Así es hoy el contenido que consume el ocio humano.

***En un tiempo en que la liquidez de la existencia exalta el relativismo, de cada uno de nosotros depende la manera en que ocupemos nuestro tiempo libre.

                          El ocio es parte importante en la vida de un ser humano. La cultura del ocio ha sido definida como el conjunto de patrones culturales desarrollados en las sociedades industriales como respuesta a la gradual disminución, a lo largo del siglo XX, de la jornada laboral.

                          Ocupar el tiempo libre fue y es un objetivo primordial en las personas. Así nació la industria del entretenimiento, el cine, la televisión, los video juegos, en fin, hasta la aparición de las redes sociales, que lo han cambiado todo.

                          El ocio, como espacio libre, debe ser llenado con la cultura. La progresiva banalización de la cultura ha llevado a la pérdida de calidad de los productos que satisfacen o llenan nuestro tiempo libre.

                          Marcelo Tinelli es un periodista deportivo devenido en conductor de T.V. y empresario de espectáculos, que determinó casi monopólicamente la temática televisiva desde los noventa. Todo, o casi todo, se referenció a los programas del muchacho de Bolívar, desde los de propia producción hasta los de la competencia.

                          La tele tuvo un antes y un después de Tinelli. En el antes, los estudios televisivos estaban ocupados por periodistas, artistas, profesionales de la comunicación. En el después, por conversadores mediáticos, expertos en nada, escandalosos de clóset, bailarines que tropiezan, cantores que desafinan, discusiones de camarín.

                          La figura del “panelista” surgió como medio de vida, aún a costo de una variedad de opinólogos todo terreno con letra para todo y experticia para nada.

                            La necesidad de llenar horas y horas de aire, en decenas y cientos de canales, llevaron a generar una televisión repetitiva hasta el cansancio, dónde se tratan los mismos temas, y dónde el costo de producción debe ser llevado al mínimo.

                          Menos programas de ficción y de arte verdadero, más de chimentos, de revolver en la vida de los demás, de mostrar por horas lo que hacen un grupo de “buenos para nada” encerrados en una casa y debatir acerca de quiénes juegan mejor el juego de la manipulación, el manoseo y la simulación.

                          Sentarse frente a un televisor para ocupar el ocio, es un método válido, aunque la caja boba nos devuelva, muchas veces, productos de malísima calidad. Las empresas televisivas, ante ello, se defienden con el “rating”, se ofrece lo que el público consume.

                          La pregunta es: ¿tenemos la televisión que nos merecemos o la que queremos? ¿Son los medios los que moldean el gusto social o es el gusto social el que determina la programación de los medios? Aun cuando creo que es un camino de ida y vuelta, temo que los cambios culturales han hecho estrago en todos los ámbitos.

                          Un dato para saber de lo que estamos hablando. Según una investigación del Instituto Reuters de la Universidad de Oxford, realizada en 2022 en 46 países de los 6 continentes, el 38% de las personas evitan las noticias, no las buscan ni las esperan, las evitan. Y no importa si es radio, televisión, medios impresos, redes sociales. Da igual. Las evitan.

                          ¿Y por qué las evitan? Porque las noticias empeoran su ánimo, la cantidad de noticias los agota, hay un exceso de temática de política o de covid, porque son sesgadas y no confiables, porque los llevan a discusiones inoficiosas.

                          ¿Y entonces? Pues entonces, los medios toman la dirección equivocada y le ofrecen productos sustitutos de mala calidad o directamente “basura”. Algunos medios escritos, por ejemplo, de una tradicional línea editorial de buen nivel, han optado por rotar hacia el amarillismo, la banalización, y el destaque de temas triviales o fantasiosos.

                          Es cierto, no todos proceden de igual manera, algunos mantienen su línea, aunque a veces, hay que decirlo, sacrifican cantidad y rédito económico por mantener la calidad.

                          Al decir de Vargas Llosa, la figura del intelectual que estructuró casi todo el siglo XX, fue paulatinamente dejada de costado, aunque muchos de ellos debieron “transar” con la nueva impronta para no morir en la consideración social, prestándose para participar en mesas que juntan la biblia con el calefón.

                          Cómo si ello fuera poco, se hicieron presentes las redes sociales, hoy por hoy en tiempo casi completo en la consideración de los jóvenes y no tan jóvenes. Allí hay de todo, desde la palabra del “tonto del pueblo” al decir de Umberto Eco, hasta algunos productos interesantes, aunque todo indiferenciado, mezclado.

                          Nació un nuevo personaje, el de “influencer”, hombres y mujeres con una sólida relación con sus seguidores, capaces de influir con sus opiniones personales, aunque éstas, generalmente, tengan poco o ningún fundamento. Cocina, nutrición, vida sana, gym, de todo, aunque no sean especialistas en nada.

                          La famosa actriz Gwyneth Paltrow promociona una polémica dieta de alimentos crudos, sin tener preparación, formación, títulos o experiencia acreditada con la medicina, la biología o la nutrición. Sigue y suma.

                          La de influencer es una profesión, aunque no todos lo sepan, promocionan, directamente o de manera larvada, productos y marcas, cuyas firmas comerciales contraprestan a través del canje o el pago directo.

                          Pero no pulularían tantos improvisados en las redes si no existiera esa nueva figura del público, ese espectador bobo, el mirón, la sociedad dominada por la pulsión del voyeurismo, el hedonismo exacerbado, el exhibicionismo y el culto endiosado de la imagen.

                          Hoy por hoy, los jóvenes no ven televisión, menos aún leen nada más largo que cinco renglones. Están todo su día al frente de una pantalla, de la compu o del celu, fisgoneando, mirando reeles, posts o historias, que definitivamente los convierten en “sujetos” de consumo por quienes, sí, lucran con sus inclinaciones o simpatías.

                          Es cierto que la vida ha cambiado muy rápidamente, especialmente a partir de la última década del siglo XX, ha colapsado el modelo de producción. Una cultura líquida generó una sociedad igualmente líquida, al decir de Zygmunt Bauman, dónde lo permanente pasa a constituir una pieza del museo de la historia.

                          Quedarse en el tiempo con actitud nostálgica es empezar a morir un poco. Adaptarse a los cambios parece ser la impronta más valiosa de los seres humanos. Ahora bien, el camino innovativo permanente no debe transitarse con los ojos tapados y el cerebro en pausa. Aunque la inteligencia artificial nos quiera llevar de las orejas atados a los algoritmos de las máquinas, deben prevalecer, en última instancia, nuestros propios juicios, para ser nosotros los que decidamos la dirección de cada paso.

                          El ocio forma parte importante en la vida humana, sobre todo en la sociedad post industrial, en el que los “boomers” no somos ya los que marcamos el camino, sino una nueva generación “post cultural”.

                          Sin embargo, nunca perdamos la esencia humana, ésa que nos hace tener una escala de valores aún para encarar el ocio.

                          Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI

*Los artículos de esta página son de libre reproducción, a condición de citar su fuente

 

Jorge Simonetti

Jorge Simonetti es abogado y escritor correntino. Se graduó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Nordeste. Participó durante muchos años en la actividad política provincial como diputado en 1997 hasta 1999 y senador desde 2005 al 2011.

Se desempeñó como convencional constituyente y en el 2007 fue mpresidente de la Comisión de Redacción de la carta magna. Actualmente es columnista en el diario El Litoral de Corrientes y autor de los libros: Crónicas de la Argentina Confrontativa (2014) ; Justicia y poder en tiempos de cólera (2015); Crítica de la razón idiota (2018).

https://jorgesimonetti.com

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