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DEL PURO VOLUNTARISMO A LA DURA REALIDAD

FMI Y CELAC

“El tema fiscal es central, y también la falta de apoyo internacional, que es un eufemismo para decir que nos falta el apoyo del Tesoro de los E.E.U.U.”

Héctor Torres, exrepresentante argentino en el directorio del FMI

*La deuda externa es un problema colectivo. Se debe dar una vuelta de hoja a las mutuas acusaciones sobre sus responsables, lo son todos los que gobernaron con déficit fiscal. Es hora de conversar, de enhebrar acuerdos básicos en lo interno, para ofrecerlos como ventaja comparativa de una política consensuada.

**Gobernar con puro voluntarismo es hacerlo en una nube de fantasía que, más temprano que tarde, se disipa y nos deja ver los duros muros de la realidad, para la que no nos hemos preparado.

***Aunque no parezca, el problema no es sólo del kirchnerismo ni del conjunto cambiemita, es de todos los argentinos que somos, en definitiva, los que pagaremos los platos rotos.

                               La principal característica de los populismos es que gobiernan a partir de su genética voluntarista. Cuando advierten que su dogmática los conduce a estrellarse contra los duros muros de la realidad, disimulan el cambio de estrategia (si pueden) o se dirigen directamente a estrellarse contra el iceberg.

                               El problema del gobierno argentino es que no hace ni una cosa ni la otra, intenta quedar bien con dios y con el diablo, siguiendo un derrotero que se mueve en la ambigüedad de los discursos revolucionarios y las necesidades terrenales.

                               Las autocracias tienen una concepción maniquea del ejercicio del poder. Trabajan siempre en función de un eje conformado por la díada “bien/mal”, dónde todo lo bueno se debe a la magnanimidad del líder y lo malo al enemigo de turno, con ellos como jueces de una u otra condición, claro está.

                               En ese marco, la responsabilidad por los actos de gobierno y sus consecuencias negativas se disuelven en el caldero de la visión confrontativa, dónde siempre existen “culpables” que se ubican por fuera de los dominios propios y de cuya “maldad” siempre son víctimas. No tienen más forma de gobernar que la adversarial, ni modo de pensar que el maniqueo.

                               Sin embargo, nunca terminan de ser lo que dicen que son en sus discursos entre amigos, ni lo que engañosamente pretenden representar en foros más plurales. Un juego ingenuo de doble mensaje que ya no engaña a nadie, y así nos va.

                               La pulsión populista se debilita, sin dudas, cuando la realidad acecha, rodea la manzana y está a punto de dar el golpe final. El voluntarismo, la dogmática discursiva, la revolución de café ceden paso a la desesperación. El “grito del tero” finalmente queda al descubierto, porque debajo de su plumaje se advierte, en su complejo arcoíris, la mutante piel del camaleón.

                               Dos organismos internacionales dominan hoy el escenario nacional. El FMI y la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), y Argentina pretende hacer equilibrio entre ambos para lograr un buen acuerdo económico con los acreedores y no perder puntos ante el “progresismo latinoamericano”.

                               Luego de que el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) fuera tumbada en Mar del Plata en 2004 para el subcontinente latinoamericano, merced al impulso de Hugo Chávez (Alca, Alca, “alca rajo”), en 2010 se constituyó la CELAC. Es un organismo sin ningún poder efectivo, ni político ni económico, que sustituyó a un ALCA beneficioso para las economías de Latinoamérica.

                               México, por tomar un ejemplo, a pesar de sus posiciones populistas “pour la galerie”, suscribió un tratado de libre comercio con E.E.U.U. y Canadá (T-MEC), que representa el 84% de sus exportaciones, el 46% de sus importaciones y el 66% de su comercio total. Populistas, pero no idiotas los mexicanos. Lo propio sucedió con Brasil (que se separó de la CELAC) y Lula.

                               Argentina, en cambio, siguió las políticas venezolanas y cubanas, y el resultado está a la vista. Lo peor de ello es que, a pesar de los reiterados fracasos de nuestra estrategia general y en especial de nuestro marco de alianzas internacionales, se insiste en navegar entre dos aguas y estamos pagando un caro precio por ello.

                               Alberto Fernández hizo lo posible y lo imposible para presidir la CELAC, un órgano que para el momento argentino es un “salvavidas de plomo”. Para conseguir los votos siguió transando con las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua, poco le importaron los derechos humanos, los presos políticos, las elecciones fraudulentas.

                               ¿De qué le sirve esa presidencia, más que para engordar su raquítico ego? Para nada, mejor dicho, le sirve para “chocar la calesita”, porque seguramente lo aleja de las posibilidades de lograr una mirada amistosa para la negociación de la acuciante deuda externa.

                               La negociación con el FMI no se presenta fácil para nuestro país, considerado un “incumplidor serial” de los acuerdos. “La idea de que con un susto el Fondo va a aflojar es peligrosa, porque generan dinámicas sociales y políticas que no se sabe dónde terminan”, dijo Héctor Torres, un conocedor de los vericuetos del Fondo.

                               ¿Están preparados el gobierno, la clase política en general y la sociedad, para encarar un acuerdo duro con el FMI? ¿Hasta dónde el presidente y el ministro de economía informan toda la verdad? ¿A cuánto estamos del precipicio? ¿Qué es preferible: el ajuste requerido y de algún modo planificado o las consecuencias imprevisibles de un default?

                               Hoy por hoy, el problema más que nunca es de todos. Ya no sirve discutir de quién es la deuda, que en realidad es de todos los gobiernos que gobernaron con déficit fiscal. La deuda externa es un tema colectivo. Necesita de diálogo, seriedad del gobierno y de la oposición y, sobre todo de sinceramiento para con el pueblo argentino.

                               Si continuamos con los eufemismos, con los dobles mensajes, con la oposición sin coherencia, con el diálogo de sordos, seguramente más temprano que tarde las consecuencias recaerán sobre la espalda de todos, y el 40% de pobreza y el 50% de inflación serán “buenos recuerdos” de un tiempo no tan malo comparado con el que siguió.

                               El fracaso del “plan diciembre”, la inocua reunión con gobernadores para socializar la incertidumbre, y la necesidad de salir definitivamente del voluntarismo sesgado hacia los fríos vientos de la realidad, determina la necesidad de hablar claro, dialogar y, fundamentalmente, terminar con los eufemismos y el doble rasero.

                               El doloroso ajuste fiscal es medular. Hoy el estado gasta dos veces y media más por persona que en los noventa, un 70% más que en la época de Néstor Kirchner. Reducir el déficit significa menos gastos y mejor recaudación, ambos objetivos impactan decisivamente contra sectores sociales específicos. Menos planes sociales, aumento de tarifas de servicios públicos, mayor presión fiscal.

                               Urge también, conforme la opinión del staff técnico del FMI, sincerar el tipo de cambio, bajar la inflación, recomponer reservas, eliminar la emisión inconsistente, todas medidas monetaristas que acompañan al control del gasto público. Como puede verse, no la tendremos nada fácil los argentinos.

                               Mientras el gobierno siga con la estrategia del tero, que grita en un lado para distraer al predador y pretende poner los huevos en el otro, seguramente seguiremos acercándonos al precipicio, porque ya no se engaña a nadie y menos al FMI, que en definitiva no deja ser un “prestamista barato” al que pretendemos convencer con argumentos “demodée” de un antimperialismo color sepia.

                                               Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI

*Los artículos de esta página son de libre reproducción, a condición de citar su fuente

 

 

 

 

Jorge Simonetti

Jorge Simonetti es abogado y escritor correntino. Se graduó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Nordeste. Participó durante muchos años en la actividad política provincial como diputado en 1997 hasta 1999 y senador desde 2005 al 2011.

Se desempeñó como convencional constituyente y en el 2007 fue mpresidente de la Comisión de Redacción de la carta magna. Actualmente es columnista en el diario El Litoral de Corrientes y autor de los libros: Crónicas de la Argentina Confrontativa (2014) ; Justicia y poder en tiempos de cólera (2015); Crítica de la razón idiota (2018).

https://jorgesimonetti.com

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