LOS SETENTA
“No hay futuro para las naciones cuyos gobiernos viven en el pasado reescribiendo la historia”
Diego Fonseca, Letras Libres
El titulo de este artículo fue inspirado en similar cabecera de una columna escrita por el periodista argentino Diego Fonseca, en la revista mexicana Letras Libres.
Está referida específicamente a nuestro país, la Argentina. Dice Fonseca que “el uso político de la memoria no detiene el tiempo, pero lo empantana y puede comprometer décadas de desarrollo, pues su genética es esencialmente faccional, anti consensual”.
Todos los meses de marzo, en nuestro país, recrudece la grieta originada en los años setenta y agitada por el kirchnerismo. Temo que nunca habrá acuerdo mientras sigan vivos los protagonistas de esta historia, pero sí puede aspirarse a que el tiempo vaya atenuando el dolor de las heridas. Cómo sociedad lo necesitamos.
El olvido (¿el perdón?), más que la memoria, es un derecho colectivo para acabar con el beneficio sectario. Así lo sostiene el historiador David Rieff en su gran obra “Contra la memoria”.
Debe decirse que la memoria, tal cual titulamos, es un arma arrojadiza lanzada al contrario político. Cada cual en su trinchera, intenta revalorizar el recuerdo que convenga a nuestra posición, lo que naturalmente agita y anima a la contra respuesta del adversario.
Y así, los cincuenta años transcurridos desde los terribles sucesos de la guerrilla y el terrorismo de estado, no sirvieron para aplacar los ánimos. No nos referimos tanto a la posición que adoptamos ante los hechos del pasado como parte de la historia, sino a su permanente actualización como herida sangrante de una realidad que vuelve, una y otra vez, al escenario argentino.
Y por ello, es menester repasar algunos hitos institucionales, para poner en valor las decisiones que alguna vez se adoptaron y que luego fueron revocadas por una ceguera política que sólo buscaba alcanzar el beneficio inmediato.
En tiempos del presidente Raúl Alfonsín, por decisión política del mismo, se enjuició y condenó a los altos mandos militares y a las cúpulas guerrilleros. Fueron juicios impecables, llevados a cabo con todas las garantías constitucionales.
Cabe señalar el contexto histórico en que se realizaron los mismos, apenas un año después de concluida la dictadura, y con el desentendimiento de la principal oposición, el peronismo, que se opuso a revisar el pasado y decidió abstenerse de integrar la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas.
Hoy puede afirmarse, sin dudas, que los procesos a militares y guerrilleros en la década del 80, fue un triunfo de la política y especialmente de la democracia.
Fue evidente que una amplísima mayoría de la sociedad aceptó el consenso de que los juicios devolvían algún sentido de justicia sobre los crímenes, pero también cierta clausura al pasado.
Los enjuiciamientos fueron reconocidos a nivel internacional, como una experiencia de aprendizaje. Otras naciones que atravesaron situaciones similares, tomaron los mismos como experiencia para poner al pasado a una distancia que no haga demasiado daño.
Es dable destacar que las decisiones adoptadas por las autoridades democráticas de ese tiempo, marcan decisivamente la diferencia entre gobernantes y estadistas. Éstos últimos, tal cual Raúl Alfonsín, no reparan solamente en el presente, sino en las futuras generaciones.
Está claro, entonces, que el kirchnerismo, con la complicidad del seguidismo judicial, reavivó el fuego porque le sirvió – ¡y vaya si le sirvió! – para construir su propio relato y una masa de seguidores que hasta hoy mantiene en parte.
El perdón pedido por el presidente santacruceño no fue sino un “acting” ante un ejército destruido y decrépitos dictadores. Los pseudo alfonsinistas se adhirieron al relato, olvidando la verdadera historia, ésa que indica que los poderes republicanos acusaron y condenaron, en juicios justos, a los responsables del peor momento de la historia argentina.
“Dos se necesitan para el tango, y también para tironear la memoria y convertirla en carroña que alimente a la manada”, señaló Fonseca, satirizando la grieta que subsiste en el país de la memoria selectiva.
Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI