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LA DIPLOMACIA DEL PERRO MALO

UN PROFETA EN LA ONU

“Vengo a decirle al mundo lo que va a ocurrir si las Naciones Unidas continúa promoviendo las políticas colectivistas bajo el mandato de la agenda 2030”

Javier Milei, discurso en la Asamblea General de la ONU

*No fue raro que el presidente Milei utilizara el atril de la ONU, para descerrajar sobre la raleada audiencia sus teorías contra el colectivismo que, según él, ha contagiado a la mayoría de los países. Pretende un cambio en el organismo multilateral, para que se convierta en un participante activo en la “lucha” por la libertad. En suma, cambiar la negociación por las trincheras.

**193 países adhirieron al Pacto del Futuro, la Agenda 2030, salvo la Argentina, Rusia, Irán, China, Corea del Norte, Nicaragua, Venezuela.

***Las posiciones disruptivas de Milei, sólo consolidan nuestro aislamiento y ponen en duda la disponibilidad de inversiones en nuestro país.

                   Cómo pasó en Davos en el mes de enero, y en tantos encuentros, conferencias y reuniones allende las fronteras argentinas, Javier Milei se vistió, no con su traje de presidente de una nación necesitada de acompañamientos, acuerdos e inversiones, sino como el profeta que señalaría al resto el camino que debe seguir el mundo, según su machucada concepción liberal.

                   Su acendrado narcisismo se vio recargado en los atriles del mayor organismo multilateral del orbe, una tribuna que no iba a desperdiciar sólo con la mera búsqueda de acuerdos con los países afines y consolidar posiciones con naciones y bloques que son connaturales con nuestro país.

                   No, eso sería propio de un presidente ordinario de la Argentina, pero él estaba allí para ser seguido, no para seguir, y por lo tanto su mensaje debía ser el del profeta que marca el camino para que los fieles recorran detrás.

                   Embelesado por su propia auto celebración de mayor líder “in de word”, escuchaba los aplausos entusiasmados del público que trajo de Argentina. Su hermana, su Ministro de Economía, su Canciller, entre otros, enrojecían sus manos ante cada diatriba.

                   Fue uno más en las decenas de presidentes que hablaron ante la Asamblea, su alocución duró poco más de 13 minutos, pero eso no amilanó su fervor ante una raleada audiencia, que, desde su atril profético, Milei advertía como el Monumental repleto.

                   Pudo más, siempre lo puede, su convencimiento de estar llamado a liderar el cambio libertario en el mundo, y, cual Narciso, pretende con sus palabras, como en Davos, encolumnar a las naciones del orbe tras su liderazgo.

                   No advirtió que estaba en la Asamblea como presidente de un país con pésimos antecedentes en el cumplimiento de sus acuerdos, un país que debe hacer sus deberes y generar condiciones para recibir el apoyo de países y de inversores, y eso va mucho más allá de lanzar mensajes ideologizados y apocalípticos.

                   El contenido de su alocución fue, quizás, lo opuesto a lo que los países democráticos quieren escuchar. Primero, con medias verdades, pero con conclusiones absolutamente erróneas, descalificó a la ONU, por haberse constituido en un organismo que quiere imponer agendas socializantes: “un modelo de gobierno supranacional de burócratas internacionales”, concluyó de manera intemperante.

                    Pero la crítica a su falta de poder de coerción para hacer respetar sus decisiones, lo que fue también considerado por otros presidentes, apunta hacia el lado opuesto de la paz mundial. Antes bien, convertir al organismo en una suerte de comisario de una determinada ideología.

                   No adhirió al Pacto del Futuro, que tiene a la Agenda 2030 como fundamento, que busca encarar los mayores desafíos de la época: el cambio climático, el mantenimiento de la paz, la regulación de la inteligencia artificial, la lucha contra el hambre, la promoción de la educación y la equidad de género.

                   Se descolgó, en suma, de la agenda a la que adhirieron 193 países, para quedar en absoluta minoría, paradójicamente junto a países que deberían estar en sus antípodas: Rusia, China, Irán, Corea del Norte, Venezuela, Nicaragua, etc.

                   Pretende que las principales democracias del mundo, que en la teoría deberían constituir el sector de naciones acordes con la teoría liberal, se acoplaran a la nueva agenda propuesta por Milei, que hasta ahora cosechó su único voto.

                   Una cuestión importante es que anunció el abandono argentino de su tradicional posición de neutralidad, a cambio de participar activamente en las luchas en defensa de la libertad, lo cual significa cambiar la negociación por el barro de las trincheras.

                   Esto es un punto clave que va a contramano de lo que se pretende lograr a través de la diplomacia internacional y de los organismos multilaterales: evitar las guerras. Los conflictos armados sólo traen desgracia para los pueblos.

                   Querer construir una ONU que participe en las luchas “en favor de la libertad”, cuyos contendores serían, según Milei, los países con ideas socialistas, es descabellado, tanto como llamar a una guerra santa, a unas nuevas cruzadas, contra los que piensan diferente. Una locura.

                   Hoy, precisamente, se busca lo contrario. Dos presidentes propusieron la creación de un organismo para monitorear los potenciales conflictos y evitar que escalen.

                   Y así, de manera inconsulta, con grandes baches en su credo liberal, nos está introduciendo lentamente en la “diplomacia del perro malo”, que significa, ni más ni menos, la política del aislamiento.

                   Si no está conforme con los acuerdos de los principales países que integran las democracias occidentales, tampoco con los organismos multilaterales que integran, si califica duramente la política colectivista de países cercanos a ella, parecería que estamos para seguir un camino en soledad absoluta.

                   Si todo esto se tratara simplemente de las correrías de un aspirante a líder mundial de la ultraderecha, con mensajes disruptivos, con propuestas fuera del contexto mundial, todo pasaría al papelero de la historia.

                   Pero no, se trata de un presidente, que nos representa a todos, y que nos ata a la suerte de sus políticas públicas. Y éstas, lamentablemente, están ahora apuntando a un aislamiento creciente antes que a una convergencia con actores internacionales que puedan ayudar a nuestro país.

                   Y aquí vale la pena pensar en dónde debe pararse un presidente de un país como el nuestro, cuando debe sopesar las urgencias internas y el contexto internacional.

                   No es en vano destacar que la mayoría de los viajes al exterior de Javier Milei, lo han sido, no para el ejercicio de sus funciones presidenciales, sino para construir sus ambiciones megalómanas de constituirse en el líder mundial de un nuevo orden de derecha.

                   El atril de la Organización de Naciones Unidas se presentó como un magnífico estrado para difundir esas ideas de un nuevo orden mundial con su liderazgo, pero constituyen una estafa al pueblo argentino que lo eligió para que represente sus intereses por delante de sus preferencias ideológicas.

                   Tiene el presidente suficientes problemas en su país como para gastar tiempo y esfuerzos en sus veleidades grandilocuentes. Un 52,9% de pobreza y casi un 20% de indigencia, independientemente de la asignación de responsabilidades, son problemas que necesitan de todos los esfuerzos posibles, entre ellos el de acordar con países e inversores con un discurso creíble y coherente.

                   Queda claro, entonces, que la labor de presidente es a tiempo completo, no admite distracciones ni largas postas en tareas ajenas. Posar las sentaderas en la silla presidencial, tal cual lo hizo para conseguir los votos necesarios para sostener su veto al aumento a jubilados, resulta primordial para saber que tenemos un timonel, aunque a muchos no les agrade su manera de conducir el barco.

                   Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI

 

Jorge Simonetti

Jorge Simonetti es abogado y escritor correntino. Se graduó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Nordeste. Participó durante muchos años en la actividad política provincial como diputado en 1997 hasta 1999 y senador desde 2005 al 2011.

Se desempeñó como convencional constituyente y en el 2007 fue mpresidente de la Comisión de Redacción de la carta magna. Actualmente es columnista en el diario El Litoral de Corrientes y autor de los libros: Crónicas de la Argentina Confrontativa (2014) ; Justicia y poder en tiempos de cólera (2015); Crítica de la razón idiota (2018).

https://jorgesimonetti.com

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