#COLUMNASIMONETTI estado de la nación presidente Milei

Mr. PRESIDENT

ESTADO DE LA NACIÓN

“El Presidente hace anualmente la apertura de las sesiones del Congreso…dando cuenta en esta ocasión del estado de la Nación…”

Art. 99, inc. 8) de la Constitución Nacional

*Con estética estadounidense, el discurso del presidente Milei ante la Asamblea Legislativa transitó por los mismos ejes que hasta ahora: descalificación a la política, herencia catastrófica, visión maniquea, y disposición de hacer el cambio con el parlamento o sin él. Como novedad, invitó (¿o intimó?) a firmar el Pacto de Mayo, a gobernadores y expresidentes.

**El quinto mes del año, en Córdoba, puede ser una buena oportunidad para relanzar su gobierno, a poco que el presidente posibilite acuerdos inteligentes que permitan una mayor base política para sus proyectos.

***No todo ni todos son lo mismo. Pensar de esa manera no sólo es generalización indebida sino una manera autoritaria de ubicarse ante el complejo entramado social y político de la Argentina.

                   El presidente Milei no sólo ha demostrado una casi ciega admiración por los Estados Unidos, sino adoptado varios símbolos de la potencia del Norte.

                   Por ejemplo, ha suplantado la denominación de “Casa Rosada” de las redes sociales, por la norteamericana denominación de “Oficina del Sr Presidente Javier Milei”, y el nuevo escudo presidencial es similar en formato y colores al de la Casa Blanca, el denominado “Potus”, que es el acrónimo de “Presidente of the United States”.

                   El discurso ante el Parlamento argentino, dando cuenta del estado de la nación e inaugurando el período de sesiones ordinarias del Congreso, tuvo un escenario washingtoniano antes que argentino.

                   El viejo y recoleto estrado que alberga a la vicepresidenta y al presidente de la Cámara de Diputados, a cuyo lado se colocaba el presidente conforme el protocolo tradicional, cedió en beneficio de un atril ubicado por delante, al estilo netamente yanqui. El “prime time” no sólo fue para captar audiencia, sino para hacerlo de noche de acuerdo a su nuevo modelo.

                   La manera de preparar el mensaje, no obstante, no estuvo a la altura de los “padres fundadores”, como se los califica a los firmantes de la Declaración de la independencia estadounidense.

                   En el país del norte, escribir el discurso del estado de la Unión, es un proceso que dura meses, en el que están implicados todos los sectores del gobierno y que se reescriben una y otra vez hasta lograr el texto definitivo.

                   Milei lo hizo en un día, el jueves, según hizo trascender, con la ayuda de su hermana Karina y de su asesor de marketing Santiago Caputo.

                   Por más admiración que se tenga por un país que no es el nuestro, una cosa es admirarlo y otra es creerse “Mr. President”. Aunque, en beneficio de Milei, digo que tal vez sea más fácil dirigir la primera potencia del mundo que un país kafkiano con inmensas riquezas naturales pero con una pobreza del 57%.

                    El discurso presidencial fue una ratificación de su relato, de su temperamento y de su decisión de ir a fondo, con una sorpresa final: la invitación a firmar un acuerdo al que denominó ampulosamente Pacto de Mayo.

                   Se vio a un Milei autoempoderado de sus pulsiones más extremas, portando una ametralladora verbal en una mano y la palma abierta en la otra, diciendo, sin elusiones ni indirectas, que el cambio que está llamado a realizar, lo hará con la política o sin ella, con el parlamento o sin él. Le alcanza y sobra con “las fuerzas del cielo”.

                   Consciente del desprestigio de la dirigencia en general, se ubicó en el rol que tanto rédito le trajo hasta ahora, incluyendo el triunfo electoral: el del salvador de la patria contra una clase política, sindical y empresarial que empobreció al país y se enriqueció a su costa.

                   No ahorró descalificaciones contra ese colectivo, aunque con insultos menos tribuneros y más de salón. Se animó a hacer nombres, aquellos que todos conocemos. Máximo, Moyano, Grabois, Massa, fueron “los jinetes del fracaso”, Morales recibió también el golpe por sus desventuras familiares. “Ofende el silencio de aquellos que se dicen republicanos”, le dedicó al radicalismo sin nombrarlos.

                   Cargó contra el populismo, cuya herencia es la caída del salario real a 300 dólares y la pobreza al 60%. Mirando a la asamblea, les espetó: “el populismo nos quitó el 90% de los ingresos, mientras la mayoría de los políticos, como mucho de ustedes, son ricos”.

                   Con la certeza de los datos puros y duros de la realidad, se refirió al desastre dejado por el gobierno anterior, “una orgía del gasto público”, cuyos índices macroeconómicos los resumió en la mención del déficit del 5 puntos del PIB para el tesoro y 10 puntos para el Banco Central.

                   La corrupción detectada en la mayoría de los organismos públicos no fue ignorada por el primer mandatario en su discurso, aunque, como viene siendo su costumbre, no tuvo la correlativa formulación de las denuncias penales contra los autores, como si ella fuera una entidad incorpórea sin identidad humana.

                   Cabalgando siempre sobre el incansable corcel del desprestigio de la política y de su legitimidad electoral de origen, se arrojó sin red a la lucha frontal contra los rendidores molinos de viento que le vienen sirviendo como “punchin ball” hasta ahora.

                   En su torbellino de emociones, no advierte que es el presidente, de los últimos cuatro, que llega a su primera asamblea legislativa con el mayor índice de rechazo, según las encuestas.

                   Para el final, dejó aquello que trascendió como un secreto guardado bajo siete llaves. Invitó a expresidentes y a gobernadores, a suscribir en la Provincia de Córdoba, lo que llamó el Pacto de Mayo, obviamente el 25 de ese mes, dándole ampulosidad cívica fundante con la elección de la fecha.

                   Tal como es su costumbre, la invitación sonó a intimación, “o firman o son de la casta”. Con el simbolismo de los diez mandamientos, mencionó similar cantidad de puntos que integrarían el acuerdo, que suena menos a una libre coincidencia de voluntades y más a un acta de rendición incondicional.

                    Obviamente, los diez propósitos deberán ser llenados con la letra fina, ésa que hizo fracasar la Ley Bases. Faltan menos de tres meses para instrumentarla, llenar los blancos, y ver hasta dónde los gobernadores firmarán un cheque en blanco o asegurarán un texto verdaderamente consensuado.

                   Por lo pronto, en su discurso ante la Asamblea Legislativa, el Gobernador Valdés dejó un claro mensaje: “Vamos a apoyar el rumbo de la responsabilidad fiscal, pero no vamos a permitir que el estado abandone su rol social”.

                   Obviando el tono conminatorio impreso por el primer mandatario nacional, el “Pacto” propuesto podría significar el comienzo de una mejor relación institucional y de la instrumentación de medidas que se hacen indispensables para transitar el camino de la recuperación.

                   Pero para ello, habrá que dejar de lado la visión maniquea que tanto daño ha hecho a la Argentina y tener una auténtica vocación de diálogo.

                   Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI

                  

 

 

 

 

Jorge Simonetti

Jorge Simonetti es abogado y escritor correntino. Se graduó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Nordeste. Participó durante muchos años en la actividad política provincial como diputado en 1997 hasta 1999 y senador desde 2005 al 2011.

Se desempeñó como convencional constituyente y en el 2007 fue mpresidente de la Comisión de Redacción de la carta magna. Actualmente es columnista en el diario El Litoral de Corrientes y autor de los libros: Crónicas de la Argentina Confrontativa (2014) ; Justicia y poder en tiempos de cólera (2015); Crítica de la razón idiota (2018).

https://jorgesimonetti.com

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