SEGUNDA SEMANA
“Cuando se sincera la economía hay un precio que pagar, por eso es peligroso el populismo: es el sacrificio del futuro por un presente efímero”
Mario Vargas Llosa, escritor
*Armar un estado populista es relativamente fácil, pero hay que sostenerlo con dinero. Cuando se termina, todo se derrumba, como ahora. La cuestión es como desarmar el mecanismo de relojería del populismo, sin que la bomba nos explote en las manos. Milei cree que es con el shock. Está por verse.
**La desregulación de la economía y de otras áreas, tiene su precio en la transición. La cuestión es que ese costo sea distribuido con justicia. Si se desregulan precios, también deberían desregularse salarios y jubilaciones.
***Para vender hay que tener quién compre. Una caída vertical del poder adquisitivo no servirá para reactivar la economía, un requisito esencial para estimular la inversión, el crecimiento y el empleo.
El domingo a la noche fui al super. Estaba cerrado al público, con todas las luces prendidas y los empleados dedicados a la remarcación. Tuve sentimientos encontrados, por un lado pensé “que hdp”, no tienen corazón; por el otro, el costo altísimo que importa la salida del populismo.
Durante la presidencia de Mauricio Macri escribí un artículo con el mismo título que éste. Salíamos de tres gobiernos consecutivos del kirchnerismo, la situación se presentaba similar a la presente para la nueva administración política del país.
Describía al “populismo”, entonces, cómo un mecanismo de relojería, relativamente fácil para armar pero extremadamente peligroso para desactivarlo. El problema principal es que existe un doble riesgo: o explota por acumulación de tensiones e imposibilidad de financiamiento o lo hace cuando se intenta desarmarlo sin pericia y con poco poder.
En ése entonces, Macri optó por el camino del medio. Intentar el gradualismo en las medidas de neutralización del populismo de estado (digo “populismo de estado”, porque se hace populismo con dinero público, nunca con el propio).
Quiénes lo criticaron por su gradualismo en el enfrentamiento de la crisis, seguramente no advirtieron en su real dimensión los peligros de ingobernabilidad que enfrentaba su gestión, al carecer del suficiente poder de fuego para imponer sus políticas.
El pacto con el triunvirato “San Cayetano” de piqueteros, para la distribución de los planes sociales, posibilitó que desapareciera el peligro de los fines de año con saqueos y descontrol de la calle. La buena gestión de Bullrich en el área de seguridad, hizo lo propio.
Sin embargo, hay que decirlo, los problemas de fondo no fueron solucionados en su integralidad, no sólo porque se necesitaba más de una gestión de gobierno para hacerlo, sino también porque la muñeca presidencial resultaba un elemento indispensable para gestionar momentos con gran potencial explosivo.
Hoy, Javier Milei enfrenta un contexto similar, con una diferencia importante, para mejor y para peor. La situación económica y social es mucho más grave.
Para mejor, es que ello lleva a la gente a tener internalizada la necesidad de medidas de shock como las que propone el libertario, es decir que cuenta con el apoyo mayoritario para el plan de “ajuste”. Para peor, que si mueve mal las piezas, la paciencia puede fracturarse en el corto plazo y las compuertas de la protesta violenta pueden abrirse de una y ganar las calles.
La épica de que el costo lo paga la casta, terminó. Ya no estamos en campaña, ahora hay que gobernar, y se gobierna sobre los hechos, no sobre los mensajes.
Allí es dónde Milei demuestra el pragmatismo que tanto criticó de “la casta”. Resumiría con palabras de Pablo Gerchunoff: “Un político no es alguien que es esclavo de sus palabras, es alguien que tiene que hacer lo que cree que tiene que hacer”. Y si no, fíjense en el gobierno de Carlos Menem. Punto.
Deseo hacer hincapié en dos aspectos cruciales para el éxito de la gestión: la economía y la seguridad en la vía pública. Creo que hoy son dos pilares que deben consolidarse básicamente para que se pueda avanzar con paso firme.
El populismo convirtió a la protesta social en un derecho absoluto, primario y excluyente. Está por encima de todo, se impone sobre todas la garantías constitucionales de los ciudadanos comunes, a circular, a trabajar, a estudiar. Si hay piquetes, todo lo demás está sujeto a sus tiempos y a sus procesos.
Un gran problema en la Argentina es que la gente no cree ni respeta a la autoridad, a los poderes constituidos. Se ha internalizado el concepto de que toda presencia o actividad policial es represión ilegal. Una verdadera anomia cruza transversalmente la sociedad.
Debemos ser el país dónde las fuerzas de seguridad tienen más cuidado con la intervención en protestas en la vía pública. Y si no, comparen con la policía de Río de Janeiro. Antes que evitar piquetes, obstrucciones de calles, los agentes del orden se dedican a cuidar a los que cortan las calles, a vista y paciencia de los transeúntes y automovilistas, que se ven impedidos o retardados para llegar a sus lugares de trabajo, de estudio o a sus casas.
La aprobación del protocolo anti piquetes resulta un paso importante en la búsqueda de alcanzar la normalidad. Dijo Bullrich que “Lo único que hemos hecho con este protocolo es ordenar y que las personas sepan qué consecuencias van a tener si cortan la calle”. Parece sencillo, es lo normal. Pero en Argentina no lo es tanto. Se comenzará a probar la nueva política: el que corta no cobra. Veremos.
Están al salir varias normas para desregular no sólo la economía sino también muchos otros sectores. Salir de una economía regulada hacia otra absolutamente abierta tiene sus costos, que se miden en sacrificios que indudablemente pagan los ciudadanos de a pie.
La decisión del presidente Milei parece inconmovible. Por lo menos a esta altura: “Estoy haciendo un ajuste fiscal sin precedentes en ninguna democracia del mundo. Tengo el problema y hay que resolverlo.”, expresó por estos días.
Pero todos sabemos, o lo presentimos, que el ajuste fiscal sólo es la llave que abre la caja de pandora, adentro seguramente nos encontraremos con una variedad infinita de problemas que tendrán que irse resolviendo sobre la marcha.
Por lo pronto, la liberación de precios ya ha provocado una estampida tremenda que fracturó -por si algo le faltaba- la economía del ciudadano medio. Alimentos, combustible, servicios, tienen a los comerciantes dedicados exclusivamente a la tarea de remarcar sin piedad.
La actualización de las tarifas de los servicios públicos, la luz, el agua, el gas, el transporte, sumarán a la larga lista de golpes sobre el indefenso bolsillo de la gente común.
Pero, si hablamos de desregulación, deberíamos entender que ésta debe ser completa para ser justa y eficiente. La actualización de los salarios y jubilaciones deben también ingresar en el proceso, porque si no, trabajadores y jubilados serán los patos de una boda que ellos no organizaron.
La desregulación de la economía tiene como objetivo general aumentar la eficiencia económica y la competitividad del país. Los defensores de la desregulación argumentan que al eliminar las restricciones a la actividad económica, se estimula la inversión, el crecimiento y la creación de empleo.
Sin embargo, todo tiene un costo, pero este costo debe ser distribuido en forma justa, todos deben contribuir en su proporción. No es sostenible el sacrificio sin justicia, tampoco lo es una economía en que los consumidores no tengan el mínimo para solventar su consumo, porque los comerciantes no tendrán a quién venderle. Todo depende de todo.
Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI