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¿CUÁNTO DURARÁ LA ÉPICA DEL AJUSTE?

PLAN CAPUTO

Estamos frente a un ajuste ortodoxo clásico. Hasta acá, se acaba de canjear la motosierra por la licuadora

Carlos Melconian

*La estrategia del gobierno es clara. Sobreactuar la crisis para lograr de la población un grado mayor de tolerancia al ajuste ante la posibilidad de males mayores. Sin embargo, advertir que no es la “casta” la que hará el esfuerzo principal, puede quitarle al presidente el elemento espiritual fundamental para sostener una épica de gobierno.

**La Argentina corporativa, que se mantuvo vergonzosamente callada durante el gobierno anterior, gremios, piqueteros, colectivos de distinta índole, está al acecho de cualquier traspié oficial.

***Los lindos sueños son lindos pero son sueños. En el terreno de las realidades, la nueva administración debe hacer un esfuerzo para acercar sus medidas a las promesas de campaña.

                   Si tuviéramos que ponerle letra y música al plan Caputo, no dudaríamos en plagiar a Shakira y cantaríamos: “la casta ya no llora, la casta factura”.

                   Milei se constituyó en un verdadero fenómeno de la comunicación política y electoral. Recurriendo a medios innovativos de difusión, con una actitud desafiante al “status quo” de la política tradicional, fue construyendo su imagen de “fuori serie” que le atrajo un importante caudal de adeptos.

                   Aprovechando como ninguno la inercia descendente del sistema político, kirchneristas y opositores incluidos, identificó el enemigo a vencer: “la casta”, esa conjunción de dirigentes políticos tradicionales, prácticas perimidas, y gobiernos populistas, fórmula que sólo trajo más crisis.

                   Nos sacó a todos del espacio de comodidad que veníamos transcurriendo en muchos años, nos hizo pensar, revivió la palabra “libertad”, un término que no se utilizaba desde el siglo XIX, y muchos se enrolaron, con la creencia de un nuevo tiempo fundacional, detrás de ese caricaturesco personaje que prometía el cambio de raíz.

                   La fórmula era simple: achicar el estado y agrandar la actividad privada, dónde achicar el estado era “achicar los gastos de la casta”, es decir de la política. Ello permitiría acabar con el déficit público, la raíz de nuestros males, y seríamos felices y comeríamos perdices.

                    Unas buenas Paso, una primera vuelta para esperanzarse y un triunfo contundente en segunda vuelta. Detrás, una mayoría social que apoyaba el “ajuste” que prometía el libertario.

                   Inusual en la Argentina, el triunfo de un candidato que prometía un shock de ajuste, más inusual aún la conformación de una mayoría de ciudadanos que militaba “el ajuste”, que vivaba y aplaudía a su sola mención.

                   No pasó lo mismo con el “lápiz rojo” de Angeloz que perdió las elecciones de 1989 contra el “salariazo y revolución productiva” de Menem, recordado riojano que luego hizo lo contrario a lo que prometía.

                   Un discurso presidencial de asunción de espaldas al Congreso, dónde insistió con su lema de campaña del ajuste, pero con una sutil (pero abismal) diferencia: habló del ajuste al “estado”, la “casta” ya no estuvo en el texto de su alocución.

                   Sin advertir ese cambio casi radical en el objeto del recorte, un público adicto enrojecía sus manos aplaudiendo sus palabras. En rigor, tal vez muchos analistas no lo hayan advertido en su dimensión, hasta que escucharon el plan del Ministro de Economía. La casta respiró aliviada, muchos otros sectores, trabajadores públicos y jubilados comenzaron a preocuparse.

                   Es prematuro dar un veredicto sobre el novel gobierno de Javier Milei, apenas comienza a andar, y debe gestionar una herencia negativa que tal vez sea una de las peores de la historia argentina. Sí es conveniente ir entresacando líneas de análisis de los primeros movimientos.

                   Lo primero, Milei es más pragmático como presidente que como candidato. Sus ideas liberales no se están viendo, por lo menos no en su dimensión, en las medidas iniciales de su gobierno. Está leyendo más a Nicolás Maquiavelo que a Frederick Hayek.

                   Muchos sabíamos, yo por lo menos lo intuía, que el protagonismo exclusivo de “la casta” como objeto del ajuste era imposible, simplemente por una cuestión de números. Ni con toda la furia, la reducción al mínimo de los gastos políticos tendrían una influencia decisiva en el déficit fiscal. Ergo, el ajuste se extendería hacia otros sectores del gasto estatal.

                   ¿Querés más? Hay más. Lo novedoso es que, al contrario de lo sostenido en el discurso de asunción, en el que Milei prometió que el ajuste lo haría el estado y no el sector privado, pareciera que entre el público oyente no estuvo Luis Caputo, que hizo precisamente lo contrario a lo anunciado por su presidente.

                    En las medidas se registra un notable incremento en la presión tributaria, entre la vuelta al sistema anterior de Ganancias, el aumento de las retenciones al campo y el incremento del impuesto PAIS. Con el “impuestazo”, se piensa recaudar entre 1,7 a 2% del PIB, para alcanzar una primera meta de reducción del déficit de 5 puntos del PIB.

                   En el ámbito del estado, el recorte apenas roza lo formal. La reducción de ministerios, oficinas públicas, en general sólo significa una insignificante aporte al ahorro de los dineros públicos. Es más, aunque se eliminaran todos los altos cargos y los puestos políticos, lo que supone gestionar sin la mínima burocracia indispensable, la balanza de los números apenas se movería a la baja.

                   En tal sentido, pareciera que los que pagarían el pato serían los trabajadores estatales, no sólo por el anuncio de la eliminación de los contratos de un año atrás, sino por la aplicación de la norma que posibilita los despidos en el ámbito público.

                   Pero, si vamos a calibrar el instrumento más poderoso del ajuste, el mismo no es la “poda” como pareciera, sino la licuación de las obligaciones del estado, dónde los salarios públicos y las jubilaciones tienen un protagonismo fundamental, tanto que constituyen el 65% del costo de la administración pública.

                   Tal como lo dijera el economista Carlos Melconian, otrora asesor de la excandidata Bullrich, “la motosierra es reemplazada por la licuadora”. Significa ello que, sin recortar gastos, mantenerlos en sus valores nominales reduciría drásticamente su incidencia por la tremenda inflación.

                   El estado recaudaría a valores actualizados, en cambio sus obligaciones salariales y jubilaciones las pagaría con moneda devaluada y el ajuste caería sobre las espaldas de jubilados y trabajadores con salarios y beneficios depreciados por el incremento sideral del costo de vida. Maquiavélico no?

                   Eso se intuía a pesar de que el ministro no lo apunto específicamente en su plan. El propio presidente habló de la prórroga del presupuesto nacional de 2023, lo que significa mantener las partidas en términos nominales, una fórmula insostenible en términos financieros con una inflación que superará el 20 o el 30% mensual.

                   Toda empresa humana, si pretende ser compartida, debe tener una épica y toda épica, un relato, una construcción teórica convocante. Con mayor razón la política. El relato de Milei, por lo menos en su campaña, fue terminar con los privilegios de “la casta”, es decir arrinconar el financiamiento de la política.

                   Si, como hasta ahora, “la casta” está salvando la ropa del ajuste, hasta cuándo los ciudadanos de a pie, que tendrán que cargar con su parte más salvaje, la inflación con recesión, podrán seguir sosteniendo una épica que parece haberse disuelto en el caldero siempre inexorable de las realidades.

                   Es más, esa parte corporativa de la sociedad, gremios, piqueteros, colectivos de todo tipo, que estuvieron vergonzosamente callados durante el kirchnerismo, comenzarán a salir más temprano que tarde de su letargo, para obstruir la gestión de un gobierno que no atina a coordinar su mensaje político con las medidas concretas de gobierno.

                   Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Jorge Simonetti

Jorge Simonetti es abogado y escritor correntino. Se graduó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Nordeste. Participó durante muchos años en la actividad política provincial como diputado en 1997 hasta 1999 y senador desde 2005 al 2011.

Se desempeñó como convencional constituyente y en el 2007 fue mpresidente de la Comisión de Redacción de la carta magna. Actualmente es columnista en el diario El Litoral de Corrientes y autor de los libros: Crónicas de la Argentina Confrontativa (2014) ; Justicia y poder en tiempos de cólera (2015); Crítica de la razón idiota (2018).

https://jorgesimonetti.com

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