ARGENTINA SIGLO XXI
“¿Había necesidad, en plena campaña, de ponerlo a Massa con un simulador?”
Carlos Pagni
*Veinte años fueron suficientes para ser lo que somos hoy: un país que descansa sobre los cimientos de barro del engaño, la dádiva y la extorsión. Si fue fácil construir un estado populista, desarmarlo es tarea riesgosa y harto difícil. La solución nunca puede estar en los que crearon el problema.
**La débil luz al final del túnel se fortalecerá en la exacta medida de una voluntad social que encamine sus esfuerzos hacia la salida. Volver a la oscuridad no debe ser la opción.
***Seguramente, transitaremos campo minado por mucho tiempo. Encontrarlas antes que exploten insumirá gran parte de la capacidad de gestión futura.
No fue feliz la imagen de Massa manejando el simulador de vuelo en Ezeiza. Simular es fingir, el flanco débil del candidato oficialista. Menos aún con Cristina como copiloto, ¿una foto que adelanta la futura metamorfosis albertiana del tigrense?
Tal vez sea necesario aclarar el sentido de algunos conceptos que utilizaremos en este artículo. “Fullero” está referido a una “persona que engaña, no cumple sus promesas o falta a su deber”. “Guapo”, en términos arrabaleros, significa “pendenciero o amedrentador”, muchas veces utilizado como fuerza de choque de la política. “Pordiosero” es el “individuo que sobrevive gracias a la ayuda de terceros, ya sean éstos personas caritativas o el estado benefactor”.
Sin bien los argentinos, individualmente y como sociedad, tenemos algunas características que conservamos a través del tiempo, constituyen nuestra cédula de identidad como pueblo, no todas las épocas fueron iguales, describirlas es tarea de sociólogos e historiadores.
Lo que sí es seguro que los procesos políticos influenciaron grandemente en el comportamiento social, en los paradigmas de vida, en la escala de valores de cada tiempo, en los espejos en que nos miramos. Si en democracia, la sociedad elige a sus gobiernos, son éstos los que terminan reconfigurando los comportamiento de época.
La sociedad no fue la misma en el período de Raúl Alfonsín y su ética de la solidaridad, que la de Carlos Menem y su modelo de exitismo individualista.
Hoy estamos viviendo con los paradigmas que supieron construir Néstor y Cristina Kirchner y Alberto Fernández, que gobernaron en dieciséis de los últimos veinte años, que diseñaron y consiguieron una sociedad de fulleros, guapos y pordioseros, con las consecuencias que ello supone.
Sería injusto cargarle todas las tintas al kirchnerismo de lo que hoy somos, tal vez sea el producto de los últimos setenta años. Sin embargo, supieron ellos colocar los aceleradores necesarios para que la mezcla fragüe en esta crisis fenomenal de valores.
Gracias a las excepcionales condiciones económicas de los primeros años del siglo para los países productores de materias primas, algunos de ellos invirtieron fuertemente en expandir su sector productivo, con su secuela de mayor desarrollo económico y más empleo.
Durante esos ocho años excepcionales de bonanza, la Argentina de Néstor y Cristina Kirchner, en lugar de destinar los mayores ingresos por “commodities” agrícolas a agrandar la economía, montaron la más colosal estructura de gastos del estado que se conozca, canalizados hacia la ayuda social, con el objeto de fidelizar a los beneficiarios de su proyecto de poder.
De tal modo, la expansión descontrolada del gasto público determinó que, de representar el 29% del PBI en 2003, luego de doce años de kirchnerismo, en 2015 alcanzara el 42%. Un estado gordo, ineficiente e imposible de financiar.
Sin dudas que ello derivó no sólo en el consumo inmoderado del plus recaudatorio, sino que además deglutió todas las reservas y hubo que recurrir a dos instrumentos preferidos por el distribucionismo irracional: el aumento de la presión impositiva y la emisión de dinero sin respaldo.
La ayuda social a los sectores necesitados fue creciendo geométricamente, como triste paradoja del incremento de la pobreza estructural. La “justicia social” fue ajusticiada por gobiernos que decían proclamarla.
Argentina, luego de Venezuela, gana la competencia de un triatlón de presión impositiva más riesgo país más inflación. El peso argentino es, entre los mercados emergentes, el que más se devaluó en lo que va del año: un 33%. La emisión monetaria es colosal y no saben ya que impuesto inventar para paliar el déficit público.
Mientras tanto, el Ministro candidato, sin un plan concreto a la vista, a pesar de su cantinela antimperialista se ha convertido en el Ministro de la negociación con el FMI, con el objeto de adelantar ingresos y postergar pagos, una bomba que no quiere que le estalle antes de las elecciones.
En ese contexto, la Argentina de 2023 es el país que describíamos en el título del artículo. En primer lugar, los “fulleros”, que son los gobernantes en particular, y la clase política en general, que juegan un juego de mentirosos para engañar a la gente con sus malabarismos electoralistas.
Con las “cartas marcadas” que significa el manejo del estado, pretenden borrar la memoria colectiva de la gente, que sufrió y sufre las consecuencias de un largo tiempo de destrucción populista, destrucción material, de valores, de dignidad personal.
Esos mismos fulleros, como herencia de un estado quebrado y una economía cayendo por el abismo, ha sabido construir una sociedad de “pordioseros”, gente que no puede vivir de su trabajo y que está prendida a la teta estatal a través del clientelismo recargado.
Los hay quienes, con la suma de planes sociales de distinta índole, sobreviven casi con más dinero que un trabajador. Pero, a ellos también debemos agregarle los pordioseros de trabajos informales, sin protección social, sin aportes.
En el último tiempo, la única tasa de empleo que crece es la del trabajo informal, que representa ya más de un tercio respecto a los formales. El monotributo social creció un 66%, y, como prueba contradictoria de una legalidad fracturada, el trabajo precario en el estado es hoy la moda, y alcanza a más del 30% de los empleados públicos.
La pauta de la desconfiguración ética de una sociedad que no tiene futuro, es que el 73% de sus jóvenes entre 16 a 29 años, se ganan la vida con empleos informales, datos suministrados por la última Encuesta Permanente de Hogares.
Obviamente, un político fullero que reparte para esclavizar a una masa cada vez más grande de “pordioseros”, necesita de intermediarios que hagan autosostenible el sistema, los Ceos de la pobreza, los canalizadores de la ayuda social, los beneficiarios del gasto social tercerizado, que para ejercer eficientemente su tarea, se convierten en los “guapos” de la calle.
En su tarea de maridaje con la clase gobernante, necesitan de la extorsión a la política y de la violencia callejera. Son los compadritos del barrio, cortan calles, regulan la circulación en la vía pública, amedrentan a los ciudadanos, administran el vasallaje de los “pordioseros”. Jujuy lo sabe muy bien.
Si la pregunta fuera ¿dónde está el piloto?, la respuesta fue dada por el candidato oficialista y la jefa política en la inauguración de Ezeiza. El piloto no está en la Casa Rosada, el piloto está en el simulador, haciendo lo que mejor sabe hacer, simular, y teniendo de copiloto a una acompañante que de presionar a los pilotos sabe mucho.
Las alquimias financieras y las negociaciones contra reloj que llevan adelante las autoridades económicas ante el FMI, sólo nos pueden dar unos minutos más de oxígeno, los suficientes para que los simuladores intenten engañarnos.
Sin embargo, desarmar un país de fulleros, guapos y pordioseros, e ingresar al círculo virtuoso del trabajo y de la dignidad personal, insumirá toda nuestra voluntad de cambio.
Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI