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UN ESTADO FALLIDO, UN GOBIERNO EN FUGA, UN PAÍS AL GARETE

DISOLUCIÓN EN PUERTA

“Es apremiante que su Gobierno comprenda que el problema con estos grupos mapuches, a diferencia de otras comunidades indígenas, es que no reconocen a la ‘República Argentina’ como Estado Nación”

Gerardo Morales, carta al presidente

*Pareciera la tormenta perfecta. Una autoridad institucional ausente, un oficialismo dividido, una economía desbarrancada han destrozado el timón del país y éste se encuentra navegando “al garete”. Un no presidente ha generado un no estado, desentendido de la suerte de los argentinos.

**Con una inflación sin control y la puja salarial para no seguir perdiendo, la escalada de la crisis parece no encontrar su techo.

***El “ministro de las reservas”, Sergio Massa, no parece tener un plan macro. No le alcanza con la creatividad para aumentar los tipos de cambio del dólar.

                          Más de doscientos años de historia como nación independiente, nos indican no sólo que tenemos un territorio, sus habitantes entre los límites geográficos, un ordenamiento jurídico que comienza a partir de la Constitución de 1853, poderes constituidos que deberían ser los orientadores, sino fundamentalmente lazos históricos y culturales que nos identifican como sociedad soberana.

                          Es cierto, nuestro pasado nos instruye acerca de las vicisitudes que pasamos los argentinos, no más que muchos países del orbe que viven entre enfrentamientos raciales, religiosos, guerras, invasiones, hambrunas generalizadas, y tantas otras plagas, muchas de ellas creadas por el mismo hombre, que persiste en constituirse en victimario de su propio destino.

                          Si apenas levantamos la vista en el mapamundi, advertiremos que nuestras penurias, con ser apremiantes, no se equiparan al dolor de los muertos por miles, de las ciudades masacradas, del territorio invadido, en la cada vez más cercana Ucrania.

                          Suele decirse que “mal de muchos, consuelo de tontos”. Sin embargo, es útil mirar a nuestro alrededor para tener la justa proporción de nuestros males, la medida de nuestros dolores, la magnitud de nuestros problemas, pero por sobre todo la causa o la raíz de nuestros sufrimientos.

                          Antes que nada, como argentinos no debemos sacarnos el sayo de nuestras responsabilidades, de las debilidades propias, de la inconstancia endémica, de las experiencias no aprovechadas, de los sacrificios no compartidos, de la tendencia reiterada de gastar a cuenta. Nos cuesta demasiado pensar que tenemos no sólo una común historia, sino fatalmente un destino compartido.

                          Si la economía funciona, qué importa la democracia. Si nuestros bolsillos no están flacos, la corrupción pública no es un delito sino una viveza criolla. Si los poderes no funcionan, para qué sirve la república, con un autócrata basta para que nos entregue el subsidio de cada día.

                          Con todo, reconociendo las debilidades de una sociedad extremadamente voluble, sabemos que somos las víctimas de nuestra propia falibilidad. Nuestros yerros no recaen en terceros.

                          No pasa lo mismo con los gobernantes. Sus errores, sus demasías, sus omisiones, sus ineficacias se vuelcan decididamente sobre quiénes los elegimos, y que luego los volveremos a elegir porque somos un pueblo sin memoria.

                          Es que todo gira sobre nuestro propio eje, que una y otra vez vuelve a pasar por la misma estación de la historia, como un “corsi et ricorsi”, pero de la que ya no nos acordamos, y volvemos repetir viejos comportamientos.

                          Y hoy, estamos transcurriendo el tiempo de la farsa, no por ello menos exenta de tragedia, con un estado fallido, un gobierno en fuga y un país al garete.

                          En una nación gobernada por la concepción estatista, parecería una incongruencia hablar de un estado ausente, pero es una realidad. No se hace presencia sólo repartiendo planes sociales y gastando por sobre nuestras posibilidades, eso se parece más a un estado gordo antes que a uno presente. El ejercicio de la autoridad, allí dónde hay que ponerla en el marco de la ley, resulta fundamental si aspiramos a vivir civilizadamente.

                          ¿Cuánto nos acostumbramos los argentinos a observar resignados la ausencia oficial cuando cortan rutas, paralizan ciudades, invaden propiedades, obstruyen la entrada a empresas? Es que, ya hemos perdido la noción de lo que es la normalidad. ¿Y cómo no la vamos a perder si quiénes promueven esas ilegalidades están instalados en los mismos sillones del poder que debería controlar?

                          Cuando Moyano obstruye la entrada y salida de camiones de una empresa que no se aviene a sus exigencias, cuando el Secretario de Estado de la Economía Social Emilio Pérsico corta una calle para pedir más planes sociales, cuando quién fuera Ministra de Mujeres, Género y Diversidad, Elizabeth Gómez Alcorta es la abogada de los rebeldes mapuches que invaden propiedades por la fuerza, nos damos cuenta que el estado está copado por quiénes atentan contra su propia autoridad.

                          Ese estado ausente, el “no estado” como alguna vez lo califiqué, es un estado fallido, carece de autoridad, no se sustenta en el orden jurídico y por lo tanto “falla” en su misión fundacional.

                          Pero, la falla no es producto del sistema, sino del no respeto al sistema por parte de un gobierno que desde el inicio renunció al ejercicio de sus sagrados deberes de proteger el interés general y hacer respetar el marco de legalidad.

                          Alberto Fernández siempre tuvo adentro al enemigo. No se animó a enfrentarlo, declinó del ejercicio de sus facultades, se convirtió en un espectador de su propio gobierno, y, obviamente, sus reacciones tardías, como la adopción de medidas en Villa Mascardi, o la elección de ministros reemplazantes sin consulta a Cristina, son manotazos de ahogado que no alcanzan para neutralizar la inundación.

                          Es por ello por lo que hablamos de un gobierno en fuga. Porque se ha fugado del ejercicio de sus propias responsabilidades, lo ha hecho conscientemente, por deficiencia temperamental de la máxima autoridad, y por una subordinación política a quién está por debajo de su categoría institucional.

                          Partiendo de la base de un estado fallido y de un gobierno en fuga, sin dudas que ni “Mandrake” (viejo personaje de historieta que Cristina acostumbra mencionar), puede realizar una gestión con perspectivas de éxito. Menos aún Massa, no obstante sus habilitades de prestidigitador.

                          El llamado “ministro de las reservas”, a pesar de que su protagonismo ha sido robado por las vicisitudes de Cristina, se ha mostrado activo, pero no parece atinar a exponer un plan que vaya más allá de la coyuntura.

                          Mientras tanto, la inflación continúa haciendo estragos en los bolsillos argentinos. Setiembre cerró con un 7% y el estimado de la primer semana de octubre ya araña los 3 puntos. El cierre del año calendario amenaza con alcanzar los tres dígitos.

                          El incesante incremento de los tipos de cambio del dólar, además de la creatividad de la usina massista, expone un país, Argentina, que se mira al espejo y éste le devuelve la imagen de Venezuela, al que estamos alcanzando en los índices inflacionarios.

                          Para colmo, nuestra errática política exterior cambió la posición original de 2020, y en esta oportunidad se abstuvo de apoyar la continuidad de la investigación de los delitos de lesa humanidad que realiza la ONU en Venezuela.

                          Está tan fragmentada la política, la autoridad, el propio oficialismo, que en un acto de la máxima tradición peronista, el 17 de octubre, ni siquiera atinan a unificar los festejos en uno sólo. La CGT en Obras Sanitarias, el Movimiento Evita del funcionario Emilio Pérsico en la Matanza, el PJ bonaerense, los Moyano y la CTA en Plaza de Mayo, Alberto Fernández en ningún lado, sólo y aislado como perro malo.

                          Utilizando un término naval, como consecuencia de todo ello, tenemos un país “al garete”, preso de vientos encontrados, y ningún puerto seguro a la vista.

                          Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI

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Jorge Simonetti

Jorge Simonetti es abogado y escritor correntino. Se graduó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Nordeste. Participó durante muchos años en la actividad política provincial como diputado en 1997 hasta 1999 y senador desde 2005 al 2011.

Se desempeñó como convencional constituyente y en el 2007 fue mpresidente de la Comisión de Redacción de la carta magna. Actualmente es columnista en el diario El Litoral de Corrientes y autor de los libros: Crónicas de la Argentina Confrontativa (2014) ; Justicia y poder en tiempos de cólera (2015); Crítica de la razón idiota (2018).

https://jorgesimonetti.com

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