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EL PAPA Y SU EXTRAÑO AFECTO POR LOS DICTADORES

REPRESIÓN A LA IGLESIA NICARAGüENSE

“La diplomacia de la Santa Sede se relame en las obligaciones de su histórico cinismo, se recrea en la estética de la especulación”

Diario El País

*La persecución de la dictadura nicaragüense a la iglesia católica no mereció del papa expresión alguna. Francisco parece seguir el camino de sus preferencias políticas antes que el de sus obligaciones de pastor. Pasó en Venezuela, Cuba y Rusia.

**“Quedar bien con dios y con el diablo” no parece ser el camino adecuado para el mayor pastor de almas del mundo.

***Tal vez estamos exigiendo al papa un nivel de compromiso que su condición humana no le permite alcanzar.

                         Siendo el pastor de almas mayor de la humanidad, seguramente la tarea del Papa de los católicos no es nada fácil. Los conflictos se suceden en el mundo y, habitualmente, tienen el protagonismo de partes que profesan la religión de Cristo, por lo menos alguna de ellas.

                         La política y la religión son consustanciales a la vida humana, y la función de los pastores es administrar su entrelazamiento. En mi último libro expresé que: “Ni es cierto que la religión deba apuntar exclusivamente a lo trascendente y darle la espalda a lo mundano, ni que la política deba desentenderse de la ética de la religión que practica el pueblo que debe administrar” (“A Dios lo que es del César”, 2021).

                         Pero claro está, también, que la función de los religiosos no es quedar bien con dios y con el diablo, colocarse en el cómodo medio de manera tal de recibir la mirada complaciente de todos. Ello, como lo describió el diario El País, es equilibrismo especulativo, que en nada contribuye a la solución de los problemas humanos.

                         La Iglesia Católica tiene una larga historia de buenas decisiones y de desaciertos notables. Está conducida por seres humanos. Sin embargo, el prestigio mayor de la institución religiosa fue alcanzado en tiempos en que fue presidida por sumos pontífices de pensamiento claro y acción decidida. Los conductores de actitudes complacientes con el poder han marcado las etapas más oscuras de la misma.

                         La mejor manera de no comprometerse es el silencio o la actitud ambigua o evasora. Si ello es un disvalor para una persona común, para el papa lo es de sobremanera. Primero, porque los deberes de su cargo le imponen bregar por los valores de la fe, relacionados con la justicia y la concordia. Pero, a su vez, tiene el compromiso de velar por el respeto de los derechos humanos de todas las personas independientemente de sus creencias. Es, a la par, papa de los cristianos y pastor de almas de toda la humanidad.

                          Mal que nos pese a los argentinos, nuestro Francisco transita su reinado en pendiente creciente respecto a los valores que debería defender con actitudes concretas y decididas. A la revolución retórica que causara en los inicios de su gestión, las reformas profundas en el seno de la milenaria institución quedaron en buenos propósitos y escasas concreciones.

                         Sin embargo, sus mayores defecciones se advierten hacia afuera de los cenáculos eclesiásticos, cuando debió defender a los más débiles acosados por gobiernos dictatoriales, mereciendo de Jorge Mario Bergoglio un estentóreo silencio, advertido en cada rincón del mundo.

                         La iglesia nicaragüense viene siendo acosada y perseguida por la pareja dictatorial de Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo. Sólo es un capítulo más de un gobierno autoritario y represor, que supo matar a más de 350 personas en las protestas de 2018 y que se apoderó de un quinto mandato mediante un escandaloso fraude electoral, encarcelando a todos los candidatos opositores.

                         En los últimos meses, el régimen totalitario y nepotista del clan Ortega, cerró emisoras de radio y TV católicas, asedió iglesias, encarceló sacerdotes, forzó al exilio a numerosos clérigos, tiene rodeado en su diócesis al obispo de Matagalpa Monseñor Rolando José Alvarez. La policía nicaragüense, al mando de su consuegro Francisco Díaz, sitia el Palacio Episcopal. La acusación al prelado fue formulada en cadena de radio y televisión por la vicepresidenta Rosario Murillo, esposa de Ortega: “cometer pecados de lesa espiritualidad”.

                         Toda la iglesia nicaragüense condenó la persecución, también los obispos latinoamericanos, la OEA se pronunció en el mismo sentido, acusando al régimen por su acoso contra la Iglesia católica, el cierre forzoso de más de 1600 ONG, la persecución a la prensa y los presos políticos.

                         “No me explico como el papa Francisco puede guardar silencio” dijo la escritora nicaragüense Gioconda Belli. La defensora de los derechos humanos Bianca Jagger le rogó al papa que no abandone a los nicaragüenses.

                         Ese atronador silencio papal, sólo fue interrumpido por la aguachenta expresión del observador permanente de la Santa Sede ante la OEA, monseñor Juan Antonio Cruz Serrano, un llamamiento “para que las partes puedan encontrar caminos de entendimiento, basados en el respeto y en la confianza recíproca, buscando ante todo el bien común y la paz”, según informó el sito oficial Vatican News.

                         No extraña la cínica posición del representante papal, sólo es una repetición de análogas situaciones que merecieron exactamente el mismo pronunciamiento “pilatesco” en los últimos años.

                         Una reiterada argumentación vaticana para evitar la confrontación con dictaduras mundialmente reconocidas es formular un “llamamiento a las partes”. “Partes” son los iguales que disienten en algún punto, no lo son cuando se encuentran en distinto nivel de poder. Llamar “partes” a gobierno y gobernados, represores y víctimas, persecutores y perseguidos, es hipocresía pura.

                         Cuatro casos son la demostración contundente de la defección de Francisco, los de Cuba, Venezuela, Rusia y Nicaragua. No por casualidad, todos, relacionados con un “progresismo” mal entendido, dictaduras que persiguen a sus ciudadanos, no toleran el disenso y se perpetúan en el poder.

                         “Lo confieso, con Raúl Castro tengo una relación humana”, dijo el sumo pontífice refiriéndose al menor de los Castro, un apellido que gobierna con mano de hierro la pequeña isla de Cuba desde hace más de sesenta años.

                         Su desentendimiento del pueblo venezolano es ya un clásico. “Pido que, entre todos, recuperemos esa Venezuela en la que todos sepan que caben, en la que todos pueden encontrar un futuro”, incluyendo en ese “todos” al dictador Maduro.

                         Su falta de compromiso en la condena de la invasión de Rusia a Ucrania es patética. Justificando al genocida Putin, Francisco fue capaz de decir que la invasión “quizá, de alguna manera, fue provocada o no impedida”.

                         Y, lo que es peor, el papa aún no ha visitado Ucrania, víctima de la mayor invasión extranjera desde la Segunda Guerra Mundial, pero sí tuvo tiempo para visitar por seis días a Canadá y pedir perdón por los abusos cometidos por la iglesia en el siglo XIX.

                         ¿Cuáles serían las razones para el comportamiento de un papa que parece amar a las dictaduras? Para el analista político nicaragüense Eliseo Núñez, el papa Francisco está imbuido en ese anacronismo de la izquierda latinoamericana.

                         En mi libro “A Dios lo que es del César” analicé largamente el pensamiento político de Bergoglio, relacionado con el populismo de derecha. Su labor de pastor parece sometida al color de su militancia política.

                         Los argentinos lo lamentamos. Esa pérdida casi continua de autoridad espiritual no parece tener conclusión próxima. Por algo no visitará nunca a su país como papa.

                         Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI

*Los artículos de esta página son de libre reproducción, a condición de citar su fuente.

 

 

 

 

 

 

Jorge Simonetti

Jorge Simonetti es abogado y escritor correntino. Se graduó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Nordeste. Participó durante muchos años en la actividad política provincial como diputado en 1997 hasta 1999 y senador desde 2005 al 2011.

Se desempeñó como convencional constituyente y en el 2007 fue mpresidente de la Comisión de Redacción de la carta magna. Actualmente es columnista en el diario El Litoral de Corrientes y autor de los libros: Crónicas de la Argentina Confrontativa (2014) ; Justicia y poder en tiempos de cólera (2015); Crítica de la razón idiota (2018).

https://jorgesimonetti.com

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