ACUERDO CON EL FONDO
“Había un problema gravísimo y ahora tenemos una solución razonable”
Alberto Fernández, mensaje del 28 de enero
*El acuerdo con el FMI no constituye un plan económico sino un conjunto de metas que nuestro país debe cumplir. Es un respiro, sin dudas, pero temporario y sujeto a las duras medidas que deberían implementarse. Déficit cero que prometió Alberto para 2025, es una repetición de lo que pactó Macri y no cumplió. ¿Volveremos a la calesita?
**Del plan “sí, pero Macri” de los dos primeros años, Alberto deberá pasar a uno en serio, creíble y sostenible. ¿Tendrá la enjundia y el volumen político para planificarlo e instrumentarlo?
***Quién piense que con el acuerdo se terminaron nuestros problemas, está en dura puja con la realidad. Es el principio de una etapa difícil, cuyas consecuencias políticas y económicas están por verse.
Finalmente la Argentina llegó a un acuerdo de facilidades extendidas con el FMI. ¿Es plata fresca? No, es simplemente una refinanciación de la deuda que contrajo Macri en 2018 por U$S44.000 millones, que a su vez la había tomado para refinanciar los vencimientos de Cristina presidenta.
Se terminó el plan “sí, pero Macri” con que Alberto gobernó los dos primeros años, llegó la hora de la verdad. Y en esa hora, este presidente no hizo nada distinto que el anterior, ni éste algo diferente que la que le precedió. Patear para adelante los vencimientos sin plan a la vista.
Los populistas pocas veces te sorprenden, cometen siempre los mismos errores y no son capaces de reconocerlos, sino para echar culpa a terceros.
No fue lo mismo con el populismo de los cincuenta, que teniendo las mismas características en el orillo, sabía cuándo llegaba el momento de cambiar.
Guiado por un fuerte pragmatismo, en 1952 Perón formularía un plan económico de estabilización con reducción del gasto público: se trató del segundo plan quinquenal.
Entre 1947 y 1950, con el primer plan quinquenal, el gasto público devoró todo un PBI completo. Entonces, la opción era recurrir al endeudamiento externo o ajustar las cuentas públicas. El general, haciendo gala de su casi irrepetible capacidad dialéctica y didáctica para explicarlo, se negó a contraer deuda y prefirió la austeridad económica.
El nuevo plan trajo un efecto positivo a partir de 1953, logrando una reducción significativa de la inflación desde entonces. Así lo reconoció el autor Loris Zanatta, un consumado antiperonista: “hay que admitir que 1955, que sería el año de la caída de Perón, no se caracterizó en absoluto por ser una etapa de decadencia económica…existía un sostenido crecimiento, una buena balanza comercial, una moderada tasa de inflación y una buena dinámica salarial”.
Pero Alberto no es Perón, lejos está de serlo. Su falta de credibilidad pesa. Normalmente, cuando una persona afirma una cosa y luego la opuesta, debemos tomarnos el trabajo de determinar cuál es la verdadera. En cambio con Alberto es más fácil: seguro que una no es cierta, y la otra tampoco.
Pero la realidad enseña con el viejo estilo, a los golpes, la cercanía del abismo puede convencer hasta al más insumiso. La puja entre los duros cristinistas y las palomas albertianas, sólo se tradujo en discursos y cacareos. La verdad pasaba por otro lado, por las conversaciones febriles del gobierno con el Fondo y con los Estados Unidos.
En medio del incendio, la vicepresidenta continuaba vociferando contra el líder del PRO y contra el Fondo Monetario Internacional. Así lo declaró en Honduras, dónde viajó para asistir a la asunción de Xiomara Castro. Sin embargo, “a dios rogando y con el mazo dando”, seremos revolucionarios del siglo XXI pero no tontos. En medio de su fervor progresista, en el hotel dejó encendida una vela al Tío Sam para que los ayudara con el FMI. Y así ocurrió.
El plan “sí, pero Macri” les sirvió como engañapichanga para los leales, pero era hora de un verdadero plan, un segundo plan quinquenal al estilo del primer peronismo, que los sacara de la sesgada dinámica de echar culpas y los colocara en el camino virtuoso de encarar los problemas y resolverlos.
Finalmente, sobre la campana de un vencimiento de deuda con el Fondo, llegó el anhelado acuerdo. Fernández superó las expectativas de propios y extraños, en términos generales el arreglo constituye un pragmático tratado de mutuas concesiones, casi calcado al que suscribió Macri en 2018.
A decir verdad, ni al sistema financiero internacional ni a nuestro país les convenía el default. Con el acuerdo se cumplieron objetivos esencialmente políticos. Para nosotros, evitar las graves consecuencias de terminar a la intemperie mundial, para el FMI alejar el peligro del efecto cascada que podría tener el default del mayor deudor del organismo.
Logramos que el ajuste fiscal requerido sea más lento y progresivo y aceptamos la meta impuesta por el FMI del déficit cero en 2025. No habrá devaluación brusca pero el Banco Central no destinará más recursos para financiar el déficit. El cronograma de desembolsos se patea hacia adelante, pero, como es obvio, impactará fuertemente en futuras administraciones.
A decir verdad, casi calcado de lo firmado por Macri: patear los vencimientos, déficit cero para 2025 y un monitoreo trimestral sobre la marcha de las cuentas fiscales.
Sin dudas que enjugamos el sudor frío que nos recorría las espaldas ante la eventualidad de un default, subieron las acciones argentinas, bajó el dólar blue, bajó el riesgo país. Pero es como un deudor privado, que evitó el remate de su vivienda por un acuerdo con el banco acreedor, pero no para que vuelva y continúe gastando como si nada hubiera pasado, porque el martillo del remate sigue existiendo.
Lo pactado con el Fondo constituye casi exclusivamente un conjunto de metas que la Argentina debe alcanzar a futuro, a cambio de mayor plazo para pagar su deuda. Pero para comenzar a salir del pozo económico se requieren de un plan de reformas estructurales profundas que apunten fundamentalmente al crecimiento de la economía privada y a la reducción del gasto público. Si no, volveremos a caer en lo mismo.
No lo logró Macri, ¿lo logrará Alberto? Difícil, porque además de carecer de un plan para ello, su genética populista impide un verdadero ajuste. Y es allí donde no pareciera que tengamos una estrategia trazada, un cursograma de acción, una decisión planificada de hacerlo y cómo hacerlo.
El gobierno apunta a una metodología tipo keynesiana, que el crecimiento de la economía y el consumo neutralicen los efectos del ajuste, pero por ahora es más una manifestación de deseos que una perspectiva cierta de concreción.
El arreglo no es el fin sino el comienzo de una etapa de exigentes desafíos, un duro camino que debe apuntar a la reducción de la inflación, de la tasa de pobreza, de la brecha cambiaria, del gasto público. Y eso, ¿cómo se hace? El BCRA no destinará más recursos para financiar el déficit, la maquinita fabricará menos billetes para cubrirlo, entones habrá que bajar el déficit y eso se hace con más impuestos y menos gastos, en todo caso el esfuerzo recaerá sobre aportantes (nuevos tributos) y beneficiarios (menos subsidios, aumento de tarifas, corrección de los precios relativos).
El cuantioso crédito oportunamente otorgado por el organismo internacional al gobierno de Macri para hacer frente a los vencimientos de deuda, finalmente no le sirvieron para ganar las elecciones presidenciales de 2019, los problemas estructurales de la economía continuaron y eso fue un lastre muy pesado para su gestión. Alberto y Cristina lo saben.
La pregunta, entonces, es: ¿cumpliremos con las metas? ¿A qué costo social y electoral? ¿cuál es el impacto en caso de cumplirlas? o ¿cuál es la deriva económica en caso de no cumplirlas? Esperemos y lo sabremos. Mientras tanto, sigamos cruzando los dedos, para no caernos de esta calesita interminable.
En síntesis: hay acuerdo, ¿tenemos plan?
Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI
*Los artículos de esta página son de libre reproducción, a condición de citar su fuente