SEMBRADORA DE VIENTOS, COSECHERA DE TEMPESTADES
“El diálogo es, sin duda, el instrumento válido para todo acuerdo, pero en él hay una regla de oro que no se puede conculcar: no se debe pedir ni se puede ofrecer lo que no se puede entregar”
Adolfo Suárez, político español
*¿Se imaginan Uds. una fructífera mesa de diálogo presidida por Cristina? Yo no. Quién no dialogara durante su gobierno en ocho años, hiciera de la confrontación su estilo de gestión, monologara hasta el cansancio con sus repetidas cadenas nacionales, mirara al resto de los mortales desde el pedestal de su soberbia, no puede cambiar de la noche a la mañana. Más vale, en su convocatoria debe verse oportunismo, manipulación o debilidad.
**La carta de Cristina podría simbolizarse con su imagen: la cara apenas iluminada por una sonrisa forzada y un látigo que asoma a sus espaldas. Que la rana no haga cruzar el río al escorpión, sucederá lo que en la fábula.
***A pesar de cuestionar lo que denominó “el relato del presidente títere”, con su misiva lo único que hizo es consolidar la idea. No se entera un presidente por la prensa que su vice convoca a las fuerzas políticas y sociales al diálogo. Insólitamente, Alberto lo vio como un apoyo a su gestión. Cosas veredes.
Si no fuera cierto lo del “presidente títere”, la convocatoria debió hacerla el Fernández con bigotes, no la Fernández con pollera. Primero, por una razón de primacía formal, segundo por una mayor dosis de credibilidad.
Cuando convoca al diálogo alguien que hizo toda su carrera política con un estilo confrontativo, ejerció la más alta magistratura de la nación desde un pedestal inaccesible y sin ningún intercambio con el arco político opositor, y hasta hoy continúa siendo la fogonera de la nación dividida, es para dudar de sus verdaderas intenciones. ¿Desesperación, manipulación, segundas intenciones?
De todos los dirigentes políticos opositores, Rodríguez Larreta es el que la tiene más fresca. Luego de mantener una relación carnal con el presidente de la Nación por asuntos de la pandemia, por presión de Cristina recibió de Alberto una puñalada por la espalda al quitarle gran parte de la coparticipación de CABA. ¿Será ése el diálogo que ofrece Cristina?
Lo digo de una: la expresidenta no es de las que se achican, generalmente redobla la apuesta. Y si el diálogo no fue nunca su fuerte sino la imposición, seguramente hoy recurre a convocarlo porque se siente en situación de extrema debilidad, aunque, conviene aclararlo, jamás vencida.
Nada vamos a descubrir si decimos que el conflicto es la justificación de la política, que ésta no existiría si todo el tiempo todos estamos de acuerdo en todo. Es por ello que el diálogo, en el ámbito de la política, tiene un valor fundante, porque es la única manera que la sociedad civilizada tiene de avanzar en la solución del conflicto. El diálogo es la última frontera de la racionalidad, luego sigue la violencia.
Los argentinos tenemos conflictos, como todo el mundo, pero la diferencia es que los tenemos no sólo producto de situaciones objetivas de dificultad sino también por autogeneración. Y vaya si este gobierno no es especialista en la producción de conflictos, en la construcción de antagonismos, porque no conoce otra manera de gobernar.
En ello mucho tiene que ver Cristina, que no es distinta de Donald Trump (por dar un ejemplo). Ideológicamente pareciera que no coincidieran, pero tienen en común ese bache de la conducta que significa sentirse como peces en el agua en la confrontación, necesitan de la división y la controversia como el adicto a la droga.
Cuando decían que iban a cerrar la grieta no le creímos, porque no es con destrato como se crea el ámbito propicio, no es tolerando la invasión de la propiedad privada como se alcanza, no es arrebatando a traición la coparticipación de CABA como se logra, no es omitiendo la acción del estado en el ejercicio de la autoridad legítima como se produce, no es apoyando dictaduras como se ejercita, no es debilitando la división de poderes como se ocasiona.
Por ello, pareciera destemplada y a destiempo la convocatoria al diálogo. El gobierno debe crear las condiciones para dialogar, comenzando por el respeto a las instituciones, por la vigencia de la ley, por la observancia de los derechos de los ciudadanos.
Pero además, debe dialogarse en un contexto temático de amplitud, con una agenda que contemple los principales problemas argentinos, en un tiempo en que seguramente acordar es la única manera de ir capeando un temporal que puede mover hasta los cimientos del edificio común.
Obviamente que la comunicación con el semejante, en la que el lenguaje ocupa el papel fundamental, no es un camino de mano única, sino una avenida de ida y vuelta. El diálogo, por oposición al monólogo, supone considerar al otro como interlocutor, permitiendo a cada uno la posibilidad de exponer su pensamiento. Pero hay un elemento más en la conjunción, casi más importante que la exposición, que es el saber escuchar. Hablar sin escuchar es lo mismo que monologar.
Esas condiciones no se construyen de la noche a la mañana. Sin ánimo comparativo, no es que le hubiésemos creído a Hitler si hubiera convocado al diálogo con los aliados en 1944. Es necesario la demostración de un auténtico propósito de permitir el intercambio de pareceres, no un manotazo de ahogado como pareciera.
La convocatoria en cabeza de Cristina, lo único que logró es consolidar la idea de lo que ella misma desestimara en su carta: la del presidente títere. Más que allanar el camino para el reencuentro de los argentinos, la misiva de la expresidenta, en la que reitera sus lugares comunes más conocidos, dinamita o dificulta la posibilidad cierta y concreta de alcanzar acuerdos. Porque es ella la que fogonea medidas confrontativas detrás del telón, medidas que fueron adoptadas a disgusto por la debilidad de Alberto.
Si se pretende un ámbito adecuado de construcción de acuerdos, que permita la coincidencia en políticas públicas que nos mantengan a flote, tal vez en la Argentina haya llegado el momento de cambiar interlocutores. Definitivamente, Cristina no es la persona para convocar ni para dialogar, tampoco creo que lo sea Macri.
Adolfo Suárez gobernó España en la transición del franquismo hacia la democracia. Construyó políticamente los famosos Pactos de la Moncloa. Sabía de lo que hablaba. De allí su sentencia de que “no se puede pedir ni se puede ofrecer lo que no se puede entregar”.
Generalmente no soy de los escépticos que descreen de toda posibilidad, tampoco me engancho fácilmente con las teorías conspirativas que son tan comunes hoy en día a través de las redes. Miro, observo y analizo, y creo que siempre hay caminos para las soluciones. La cuestión es buscarlas con auténtica voluntad propositiva.
Pero la credibilidad pasa también por la construcción de un marco de confianza, y es eso lo que falta en nuestro país. Sin ella, no hay posibilidad de acordar nada que pueda subsistir en el tiempo.
Un presidente que no demuestra autonomía, una vicepresidenta que divide afuera y adentro, un expresidente que prefiere los viajes antes que los compromisos con sus electores, difícilmente estén en condiciones de encabezar un diálogo verdadero y fructífero.
Reconstruir la credibilidad y la confianza, elaborar una agenda eficiente, tener interlocutores válidos tanto del oficialismo como de la oposición, son los presupuestos para que en nuestro país comencemos a caminar por los senderos del encuentro. El resto, es sólo discurso para la tribuna.
Jorge Eduardo Simonetti
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