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EL MITO DE LA NACIÓN PERONISTA

LA PRETENSIÓN TOTALITARIA

“Yo tenía un perro que se llamaba león, y yo lo llamaba…león, león y león venía, pero yo sabía que no era un león, era un perro, lo mismo pasa con algunos que se llaman peronistas y yo los llamo y vienen, pero ya sé que no son peronistas”

Juan Domingo Perón

*El peronismo siempre tuvo una pretensión totalizadora, el avance integral sobre las personas en su individualidad y en su sociabilidad. Intenta invadir el hogar, el trabajo, el culto, el aula, la sociedad. En medio de una pandemia que refuerza la presencia del estado en la vida privada, asistimos a una pretensión de progresiva consolidación de la nación peronista.

**Dedicado el gobierno a cumplir la agenda psicopática de su mentora, las variables económicas, políticas y sociales del país se van deslizando en un tobogán empinado, sin que se observe una reacción del presidente.

***Es hora de recordar que no estamos a mediados del siglo XX ni tan siquiera en los tres primeros lustros del siglo XXI, por lo que insistir en una metodología confrontativa y totalizadora nos está conduciendo al precipicio.

                               Siempre fue la impronta del movimiento creado por Perón. Todos quieren presentarse como leones, aunque sean perros. Con peronistas de paladar negro y con los otros, nace el mito del movimiento totalizante.

                               Aún hoy en Argentina, luego de más de setenta años de su creación, ser peronista no significa la mera integración a una pertenencia política, sino la “conversión” a una secta integrista. Esto, que es válido para los ciudadanos de a pie, no lo es tanto para la dirigencia que, como el perro que se llamaba león, se meten dentro del cajón de sastre del peronismo por oportunismo político. Valga el ejemplo de Massa, al que le llaman…león, león, y él viene,  pero saben que es perro.

                               A mediados del siglo pasado, durante sus dos primeros gobiernos, el peronismo apareció no sólo como un movimiento político sino como una doctrina que abarcaba integralmente todos los aspectos de la vida del individuo, en la casa, en el aula, en el trabajo, en el templo, en la sociedad.

                               De allí que, luego de una primera larga parte de relación estrecha con la iglesia católica, las diferencias no tardaron en eclosionar a raíz de la disputa del peronismo con otro integrismo, el católico, por copar el campo común.

                               Ni el peronismo era un movimiento exclusivamente político ni el catolicismo exclusivamente religioso, no fue raro que colisionaran, finalmente, el mito del “ser peronista” con el mito del “ser católico”, o, para mejor decir, el de la “nación peronista” con el de la “nación católica”, presentado cada uno como sustrato esencial excluyente de la argentinidad.

                               Es evidente que hoy, por el avance de la humanidad hacia condiciones de mayor diversidad, la iglesia católica vive un momento de menor intensidad integrista. Sin embargo, con la kirchnerización del peronismo, el camino de esa expresión política se vio abonado para que se profundice el concepto totalizante de su intervención en la vida de los argentinos.

                               El integrismo es lo contrario a la pluralidad, es uniformidad totalizante contra la diversidad de su opuesto. Pero no sólo pretende abarcar todas las facetas de cada ser humano en su condición de tal, sino además avanzar sobre todo el conjunto social, de manera tal que su pretensión totalizadora es a la vez constitutiva de la persona en su individualidad como también en su sociabilidad.

                               Pero esa pretensión integrista del peronismo obviamente es de cumplimiento imposible en el campo resbaloso de las conductas humanas, salvo que sean impuestas desde el poder. Paradójicamente, el discurso excluyente propio de los integrismos produce la división profunda entre los ciudadanos, y esto es lo que ha logrado el movimiento del general de la ancha sonrisa a través de los distintos períodos históricos.

                               El peronismo tiene una lógica de pertenencia como casi ningún otro partido político, y en el lenguaje está representado por el trato de “compañero” entre los que integran el conjunto. No con una lógica ideologista sino, reitero, de pertenencia y a la vez de exclusión, en la que se traza la raya divisoria entre el compañero y el no compañero, todo lo que no es peronista es gorila, el que no es del palo es oligarca.

                               No tiene ideología, lo prueban el sentido político de sus distintos gobiernos, que fueron de derecha (Menem) o de izquierda (Kirchner). Su identificación está dada por una forma y un concepto en el manejo de la cosa pública, el contenido populista de sus políticas y la práctica demagógica en el campo social.

                               Al contrario de la máxima de su creador “primero la patria, luego el movimiento y por último los hombres”, tengo para mí que, sociológicamente hablando, le cabe mejor esa otra expresión del mismo autor, que “para un peronista no hay nada mejor que otro peronista”, de manera tal que para un peronista está primero el compañero y luego el conciudadano. Y esta escala de valores se traslada al gobierno.

                               Esa pretensión integrista y a la vez excluyente, intentan en su contradicción unificar al conjunto social en torno a un solo polo político. De allí que el objetivo de Fernández de “cerrar la grieta”, proclamado entre bombos y platillos, en realidad es exactamente lo contrario, porque para él cerrar la grieta no es aceptar el pluralismo, sino el “vénganse todos para mi lado”, no tendiendo puentes para cerrar la grieta sino eliminando la diversidad política y social.

                               Lo natural para el movimiento político del presidente, no es cerrar la grieta con el consenso y la convivencia, sino imponiendo sus políticas al resto diferente. Si en una sociedad plural la convivencia democrática se alcanza con el acuerdo político y el respeto por las diferencias, en un gobierno peronista se logra con una rendición incondicional del adversario, política y social, de modo tal que ya no habrían distintos sectores que acuerdan sino un solo sector, el de los que están de acuerdo con el gobierno.

                               No es serio proclamarse contra el odio social cuando se pertenece a un movimiento político que se nutrió siempre de la confrontación, principalmente generada a través de los psicopáticos factos y gestualidades de su mentora.

                               Temo que hoy, el gobierno consolida su pretensión totalizadora y la eliminación del disenso. No otro sentido tienen su manejo casi absoluto del poder legislativo, la reforma judicial mafiosa y la eliminación de jueces molestos, el disciplinamiento de los gobernadores a través de la caja, la transferencia inconsulta de un punto de la coparticipación de la CABA macrista a la Provincia de Buenos Aires cristinista.

                               Con la pandemia, los Fernández manejan los poderes públicos y la economía (¿la manejan?), y han avanzado sobre la vida privada de los ciudadanos, reglamentándola hasta en los mínimos detalles, como en un régimen colectivista.  El encierro y el control no obtuvieron resultados auspiciosos en el número de contagiados, internados y muertos, a pesar de la cuarentena más larga del mundo y una economía en terapia intensiva. Que dirán los suecos que fueron denostados por el presidente.

                               En tiempos dramáticos, en lugar de buscar consensos, Fernández avanza con la agenda psicopática impuesta por Cristina, que nos está llevando al precipicio político y social.

                               El avance casi sin control del gobierno sobre la vida privada, las libertades públicas y los poderes del estado, nos muestran una ofensiva de la nación peronista en su pretensión totalizadora, olvidando que ya no estamos a mediados del siglo XX ni tan siquiera en los tres primeros lustros del siglo XXI.

                                Que la vaca no se le vuelva toro, para mal de nuestra democracia.

                                                             Jorge Eduardo Simonetti

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Jorge Simonetti

Jorge Simonetti es abogado y escritor correntino. Se graduó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Nordeste. Participó durante muchos años en la actividad política provincial como diputado en 1997 hasta 1999 y senador desde 2005 al 2011.

Se desempeñó como convencional constituyente y en el 2007 fue mpresidente de la Comisión de Redacción de la carta magna. Actualmente es columnista en el diario El Litoral de Corrientes y autor de los libros: Crónicas de la Argentina Confrontativa (2014) ; Justicia y poder en tiempos de cólera (2015); Crítica de la razón idiota (2018).

https://jorgesimonetti.com

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