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LA DICTADURA Y LOS TIGRES

CUARENTENA EN CLAVE OFICIALISTA

*La virtual parálisis de las instituciones republicanas, el monopolio presidencial de la función pública, una vicepresidenta dueña de la agenda política, una oposición sin caja de resonancia parlamentaria, la inminente liberación de presos conforme el cursograma elaborado por la Cámara Federal de Casación Penal, son cuestiones que preocupan a muchos argentinos más allá de la grave situación pandémica.

**Angela Merkel, con una Alemania de mayor circulación del virus, no necesitó abrogar las instituciones republicanas, liberar presos, ni importar médicos cubanos, para mantener un país democrático y a la vez un eficiente combate contra la pandemia.

***Esa latina aversión de la ciudadanía a la política, hoy es reflejada en la falta de controles institucionales que pongan blanco sobre negro las medidas inconsultas que se generan en los ámbitos de decisión.

 

“El orden, la justicia, el desarrollo normal del Derecho, fuéronse quebrando, para dar paso a la licencia y a la fuerza”

Hernán Félix Gómez (1888-1945),   

                         No es la Argentina, ni es la pandemia del coronavirus, tampoco es 2020, pero así pareciera en el descarnado texto de arriba.  Es la ciudad de Corrientes en los tiempos de la epidemia de fiebre amarilla del año 1871(información obtenida en el artículo de Pablo Reyes Beyer, en diario El Litoral el 6.3.2020).

                         En la Argentina del siglo XXI, la anomia parece ser la respuesta a la enfermedad. He aquí la gran diferencia entre países de democracia consolidada y aquéllos, como el nuestro, de débil republicanismo, en los que la política y las instituciones constituyen el chivo expiatorio de nuestras frustraciones personales y colectivas.

                         Los ciudadanos comunes agregamos a la bolsa indiferenciada de nuestros residuos conceptuales, tanto a los malos políticos como a la política, a los gobernantes como a las instituciones, en una mescolanza que termina por devaluar nuestro compromiso ético con lo público.

                         Los poderes ejecutivos decisionistas, esos que toman medidas rápidas e inconsultas, son de nuestra simpatía. El resto de las instituciones públicas, como la justicia y el congreso, siempre fueron un lastre y, consecuentemente, prescindibles. Se posibilita así el pensamiento único y la autocracia, hoy disfrazada de emergencia.

                         Pero cuando las cosas no suceden tal como las queríamos, en realidad cuando se rompen los moldes del estado de derecho con decisiones inconsultas, nos damos cuenta cuanto necesitábamos de la caja de resonancia institucional.

                         El presidente Alberto Fernández ha encontrado en la cuarentena su zona de confort. Dosificando sus apariciones, interpretando una amplitud política escenográfica, actuando cual quijote con los molinos de viento, la simpatía de la población le ha conferido un 80% de aprobación de su imagen.

                         ¿Para qué cambiar? es su interrogante de Perogrullo. ¿Para nada, o mejor dicho para que vuelvan los verdaderos problemas de un país al borde del default, con una pobreza galopante y sin un plan económico a la vista? Mejor seguimos en cuarentena, dándole a la maquinita sin molestos cuestionamientos y sin cambiarme el traje de “superhéroe”.

                         Todos los gobernadores parecen estar en la misma. Lo dijo el mismo Rodríguez Larreta, un aliado por estos tiempos: “En pandemia no hay política, todos tenemos que estar en el mismo barco y trabajando con el gobierno nacional”.

                               Que los políticos estén trabajando sin controles parece una nimiedad comparado con que a la población ello le parezca el estado ideal: una república sin política, lo que en verdad significa una república sin república.

                               Simplemente, no hay que olvidar a aquellos países que funcionan sin política, como la Cuba castrista o la Corea de Kim Jon Un, para advertir que el autoritarismo sin política es peor que la pandemia y que los tigres.

                               Para tener una imagen de lo expresado, me permito transcribir una parábola narrada en un libro de mi autoría de próxima aparición, “Las zonas oscuras de democracia”:

                               “Confucio, según la tradición, al pasar por el Monte Thai, encontró a una mujer que lloraba antes varias tumbas, aquejada de sucesivos dolores:

-Una vez, el padre de mi marido fue muerto aquí por un tigre –explicó-. Luego mi marido fue atacado y muerto por otro tigre y ahora mi hijo ha sido muerto del mismo modo.

-Entonces, ¿por qué no te alejas de este sitio?

-Porque acá no hay un gobierno opresor –respondió la doliente.

-Recordad esto –pidió el maestro a sus discípulos-: la dictadura es más terrible que los tigres”.

                               Resulta evidente que el virus ataca con mayor virulencia el sistema inmunológico de las democracias débiles. Éstas no son sólo las que tienen instituciones frágiles, sino fundamentalmente una ciudadanía propensa a creer en los autócratas de turno, que concentran poder y que no se consideran obligados a rendir cuentas.

                               Angela Merkel se mantiene fuerte en el gobierno, no sólo porque gestiona eficientemente la pandemia, sino porque desde siempre su labor demostró una sólida dirección política que sostuvo el debate. Es un ejemplo en Europa, nadie la desafía, no por ser autoritaria, sino porque tiene quince años de buen gobierno, de establecer alianzas, de cambiarlas, de discutir con el parlamento y de ponerse de acuerdo o mantener los desacuerdos y decidirlos con el voto.

                               Y en ese país, la democracia, los restantes poderes, no se mandaron a guardar por la pandemia. Las instituciones alemanas no entraron en cuarentena como en el nuestro, siguieron funcionando, y Alemania, con mucho mayor circulación de virus, siguió sosteniendo a rajatabla su sistema democrático.

                               Aquí, en cambio, los malos políticos son confundidos con el parlamento y los malos jueces con la Justicia, hasta que caemos en cuenta que necesitamos voces diferenciadas que se escuchen en las bancas y jueces que hagan valer su independencia.

                               Pero ello no se logra de la noche a la mañana, se va adquiriendo con una ciudadanía convencida en la práctica diaria, ésa que no juega la suerte del sistema de acuerdo como le vaya en la feria.

                               De cualquier modo, la realidad es que las instituciones de la democracia no están pasando por su mejor momento. Baste con ver un parlamento que no funciona o que, de hacerlo en los próximos días, lo estará de manera virtual y con una agenda fijada por el oficialismo a través de la gestión de la vicepresidenta.

                               También que estamos muy cerca de la fractura del estado de derecho con decisiones judiciales que socavan las bases mismas de la credibilidad pública: la liberación de detenidos con el pretexto de la pandemia.

                               Uno de los más altos organismos judiciales, la Cámara Federal de Casación Penal, fijó un cursograma para obtener la prisión domiciliaria masiva, el presidente brindó su apoyo moral, Foucault y Zaffaroni contentos.

                                    Para colmo, con instituciones funcionando o no, el kirchnerismo continúa con su agenda ideológica, que no ha parado un segundo durante la pandemia.

                               No tengo dudas que la liberación casi indiscriminada de presos tanto como la venida de los médicos cubanos, forman parte de su itinerario político. Sólo hay que ver quiénes son los beneficiarios principales para saber de dónde vienen los planes. Sin una exposición exagerada, la vicepresidenta continúa siendo dueña de la estrategia.

                               A los ojos de la sociedad, parecería que los políticos están en el freezer, pero no es así. Están congeladas las instituciones, pero la política subterránea, murmurante, camaleónica, sigue tejiendo y tejiendo para ocupar los amplios y desconcertantes espacios que quedarán luego de la pandemia.

                               Que la ciudadanía no se acostumbre, por comodidad o por aversión malentendida hacia las cuestiones públicas, a dejarle el campo orégano a aquéllos que quieren cocinar nuestros destinos sin darnos la participación de comensales.

                                                           Jorge Eduardo Simonetti

*Los artículos de esta página son de libre reproducción, a condición de citar su fuente

 

 

 

 

 

 

Jorge Simonetti

Jorge Simonetti es abogado y escritor correntino. Se graduó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Nordeste. Participó durante muchos años en la actividad política provincial como diputado en 1997 hasta 1999 y senador desde 2005 al 2011.

Se desempeñó como convencional constituyente y en el 2007 fue mpresidente de la Comisión de Redacción de la carta magna. Actualmente es columnista en el diario El Litoral de Corrientes y autor de los libros: Crónicas de la Argentina Confrontativa (2014) ; Justicia y poder en tiempos de cólera (2015); Crítica de la razón idiota (2018).

https://jorgesimonetti.com

One thought on “LA DICTADURA Y LOS TIGRES

  1. Es casi imposible que quien lea este artículo no descubra o confirme la gravedad de la situación no estrictamente sanitaria sino tambien institucional a la que ya nos ha llevado la pandemia, con la ayuda -¿como partícipe necesario?- de la indiferencia o apatía de los ciudadanos.

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