LEY BASES
“Mi voto es positivo”
Victoria Villarruel, vicepresidenta
*El tratamiento del proyecto de la Ley Bases, dejó algunas enseñanzas. La primera, que a pesar de la violencia de afuera y los insultos descalificadores de adentro, el “nido de ratas” sigue funcionando en su tarea legislativa. La segunda, que la policía que nos cuida, los maestros que nos enseñan, los médicos y enfermeros hospitalarios que nos curan, dependen el estado y no de una “organización de delincuentes”.
**La Ley Bases continuará su “vía crucis” en Diputados. Tal vez, con más diálogo civilizado y menos descalificaciones que parten del poder, todo hubiera tenido un mejor y más rápido desenlace.
***Las instituciones importan en una democracia republicana, por son las que regulan los conflictos. Lo otro, es la ley de la selva. No las descalifiquemos con ligereza, porque pueden significar un tiro en el pie.
Para quienes superamos los cuarenta años, la definición de la Ley Bases en el Senado nos hizo recordar a aquello que sucedió hacen casi 16 años, un 17 de julio de 2008, dónde el vicepresidente de entonces, Julio César Cleto Cobos, debió definir el empate suscitado con la ya tristemente famosa Resolución 125.
En ése entonces, un Cobos casi lloroso expresó: “mi voto no es positivo”, cómo pidiendo perdón por el sentido de su pronunciamiento. A las 2 de la mañana del último jueves, la vicepresidenta Victoria Villaruel, con una actitud decidida, espetó: “Mi voto es positivo”, logrando así la sanción con modificaciones del todavía proyecto de Ley Bases.
La diferencia entre ambos empates es que en 2008, el kirchnerismo tenía muchos senadores, pero no obtuvo apoyos externos que le permitieran alcanzar la mayoría. Hoy, los libertarios estaban en absoluta minoría, y a fuerza de negociaciones y concesiones, que por momentos se asemejaron a un mercado persa, llegaron a la meta.
Paradójicamente, hace dieciséis años, Lousteau se encontraba en las poltronas del Ministerio de Economía de la presidencia de Cristina Kirchner, como autor de la 125. Hoy, sentado en una banca senatorial, en representación de la UCR, de la que es su presidente, votaba en contra de la Ley Bases.
No es el propósito de esta columna analizar hoy el contenido modificado de la media sanción de la Ley Bases, sino destacar las enseñanzas que deja para la Argentina de Milei, tanto para la sociedad cuánto para el gobierno y la oposición.
A veces la mente es arrastrada por emociones caudalosas. La adhesión acrítica, que hoy se mantiene respecto al presidente, muchas veces no nos ha dejado ver el bosque por concentrarnos en el árbol.
Nuestro país es una democracia representativa. Como estado de derecho, se maneja a través de las instituciones creadas por la Constitución y las leyes. Un país sin instituciones que funcionen, es un conjunto amorfo de presiones, contrapresiones, y pelea incivilizada por los pedazos de la torta.
Precisamente, “la democracia representativa necesita de instituciones que son las que canalizan el conflicto, lo regulan y dan sentido a las soluciones” (“Las zonas oscuras de la democracia”, Simonetti, Jorge, 2020).
Si no existieran instituciones, rige la ley de la selva, que se enraíza en la violencia. Dice el politólogo estadounidense Samuel Hungtington que una sociedad de tal carácter constituye un “sistema pretoriano”, dónde “las fuerzas sociales se confrontan unas a otras de manera desnuda: no se reconoce a ninguna institución política, a ningún cuerpo de dirigentes políticos profesionales como intermediario: los ricos sobornan, los estudiantes protestan, los obreros hacen huelga y los militares hacen golpes”.
Comienzo de arriba para abajo. La primer enseñanza que dejaron los acontecimientos que culminaron con la aprobación en Senado de la referida norma, y los sucesos violentos fuera, deben convocar a la reflexión presidencial.
Si no hay instituciones, hay violencia. Y días pasados, se demostró que, a pesar de todo los ataques recibidos, todavía las instituciones funcionan en este país.
Si el presidente dice que el estado es una organización criminal o el Congreso un nido de ratas, no nos quejemos que las piedras, los palos, los pedazos de baldosas, las molotov, los autos quemados, sean los instrumentos de la expresión social y sean los violentos los que tuerzan para un lado o para el otro el contenido de una ley.
Milei, quién dice abogar por la libertad, tal vez no dimensiona adecuadamente el daño que provoca al país al ser uno de los promotores de la violencia, a partir de un verbo insultante para el que piensa distinto y descalificador para las instituciones de la república.
¿Qué proyecto de ley puede discutirse en un nido de ratas, o que policía puede protegernos, que maestros enseñarnos, que hospital atender nuestra salud, si todos ellos, policías, docentes, médicos, enfermeros, integran una organización de delincuentes que es el estado?
La teoría libertaria es ideológicamente extrema. Que el presidente se sienta el “topo del estado” para destruirlo desde adentro, mientras los violentos lo destruyen desde afuera, podrá ser legal porque tiene la lapicera, no sé si es legítimo moralmente.
Si el primer mandatario se siente con autoridad y legitimidad para destruir la organización común, el estado, ¿por qué no tendrían el mismo derecho los que atacan a la policía, que en definitiva es el estado?
No habría coherencia en la posición presidencial, si espera y festeja una ley sancionada en un nido de ratas, ni que su policía, su gendarmería, su prefectura, integrantes todas del estado argentino que es una organización de delincuentes, arriesguen sus vidas para defender a las ratas que están dentro.
El permanente hostigamiento a la política en general, a las instituciones que integran (en especial el parlamento), es la mejor manera de crear en la sociedad un sistema pretoriano, que justifique la justicia por mano propia y la vigencia de una única ley: la de la selva.
Lo grave de todo esto es que, el mensaje disolvente de la Casa Rosada, ha prendido en una gran parte de los argentinos, que, sin diferenciar pelo ni marca, desprecian a la política en general, la “casta” que le dicen.
Tengo amigos que pasan su tiempo posteando descalificaciones permanentes contra los políticos. Les recomendaría mirarse para adentro y, como personas inteligentes que son, ver dónde está el polvo y dónde la paja. Señores, sin política no hay democracia.
La oposición también ha tenido que aprender. Afortunadamente, a este gobierno no le pasó lo que a Alfonsín con la ley Mucci, porque hay legisladores y gobernadores conscientes del cumplimiento de su deber, a pesar de haber sido vilipendiados permanentemente desde la cúspide del poder.
Si las instituciones funcionan, si el diálogo serio y constructivo es la regla, seguramente la violencia y los violentos no tendrán el campo orégano para sus trapisondas. Pero para ello, debe haber auténtica vocación democrática y republicana, y ésa vocación no se manifiesta insultando ni quemando coches.
Todos debemos aprender a convivir en democracia, incluyendo a los ciudadanos de a pie. Lo primeros que tenemos que saber es que nadie es enteramente malo o enteramente bueno, que las opiniones son válidas como expresión del sujeto que las emite, y no tenemos derecho a descalificar a nadie por ellas.
La división de los pueblos sucede cuando la visión maniquea (dividir a las personas entre buenos y malos) se apodera de ellos. La verdad tiene muchas aristas y ángulos de análisis. Tanto que nunca sabremos si la verdad es un concepto ontológico, o una simple interpretación de los sucesos conforme cada quien.
Tenemos mucho que aprender, el gobierno, la oposición, los ciudadanos. No es tarde para construir puentes, con diálogo constructivo, sin insultos y sin violencia.
Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI