LIBERTAD E IGUALDAD
“Libertad, todo el mundo la pronuncia pero nadie le da el mismo significado”
Enzo Traverso, “Entre la libertad y la liberación”
*Cuando Milei vocifera “viva la libertad, carajo”, se está refiriendo a la libertad económica, la libertad del mercado como mecanismo de asignación de recursos, la libertad para hacer negocios protegidos por el orden jurídico.
**La libertad económica y la igualdad social nunca fueron buenas amigas. La justicia social no figura en el diccionario de los libertarios.
***Ni el estado elefantiásico propio de los populismos, ni uno mínimo que sólo sirva para proteger el derecho de propiedad.
Hablar de la libertad en estos tiempos parecería una referencia vintage a los valores sociales de antaño, especialmente en el ámbito de las democracias occidentales, casi una obviedad.
Sin embargo, la aparición de Javier Milei y sus conceptos libertarios, al grito de guerra de “viva la libertad, carajo”, nos lleva a volver la mirada por encima del hombro, y comprender que el carácter polisémico del término nos conduce, hoy, a nuevos contornos en relación a su incidencia en la política.
Cuando hoy en la Argentina hablamos de libertad, ¿a qué nos estamos refiriendo? ¿A la libertad ambulatoria, a la libertad política, a la libertad económica?
Tal como lo expresa Traverso en su obra “Entre la libertad y la liberación”, la palabra tiene múltiples ángulos de abordaje y, referirse a la misma sin su subsecuente explicación, puede significar que con un mismo término estemos refiriendo cuestiones distintas y, en algún caso, hasta opuestas.
La historia nos enseña. Para los romanos, la libertad sólo se concebía en términos de su contraparte, la esclavitud, condición en la que estaba la mayoría de la población. Para la Revolución Francesa en el siglo XVIII, fue un pilar político en contra del absolutismo real (libertad, igualdad, fraternidad): “la revolución es la guerra de la libertad contra sus enemigos”, decía Robespierre.
Saltamos a la revolución rusa de 1917, en la que de una teoría de que “la libertad es siempre para el que piensa diferente” (Rosa de Luxemburgo), siguió una práctica de encerrar en campos de concentración a millones de personas precisamente por no adherir al dogma de la infalibilidad comunista.
El fascismo sostuvo que la libertad individual se logra a través del estado. Mussolini escribió: “El fascismo representa la libertad y la única digna de tener, la libertad del Estado y del individuo dentro de él”.
Obviamente, existe una extensa doctrina sobre la libertad, que ha atravesado los tiempos y los sistemas políticos. Baste mencionar algunas posiciones que ayudan a ubicarnos en estos tiempos de la Argentina de Massa y de Milei.
El filósofo británico Isaiah Berlín introdujo los conceptos de libertad negativa -inexistencia de un poder externo que me impida ejercerla-, que es a la que mayormente se refieren los libertarios y neoliberales, y libertad positiva, que es la creación de las condiciones para que todos puedan ejercer su libertad, que es la teoría del socialdemócratas y libersocialistas.
El gran teórico italiano Norberto Bobbio, nos describió el peligro de prevalencia de una de ellas en desmedro de la otra. Si es la positiva, la posibilidad del totalitarismo de estado que, en su afán de igualar, aplasta todo intento de libre albedrío individual. Si es la negativa, la perspectiva de la anarquía y el regreso al estado de naturaleza.
Ya en el siglo XX se dio un gran debate que se extendió al campo de las experiencias de estado. El destacadísimo economista británico John Maynard Keynes introdujo la teoría de que los gastos estatales dinamizan la economía, encontrando la resistencia en el célebre Milton Friedman, orientador de la famosa Escuela de Economía de Chicago que sostuvo que la clave es mantener estable la oferta de dinero para evitar la inflación.
Lo que nos interesa de estos dos economistas, que fueron protagonistas fundamentales en la definición de conceptos de la macroeconomía, aún aplicables a la actualidad, son sus percepciones acerca de la libertad y la igualdad.
Keynes propugnaba la mayor intervención del estado -denominado “estado de bienestar”- para regular la libertad económica y posibilitar, a través del gasto público, llegar a condiciones prudentes de igualdad y de redistribución de la riqueza entre las distintas clases sociales.
Friedman, y sus célebres “Chicago boys” de la década del setenta, privilegiaban la libertad económica, teniendo a ésta como condición para lograr la libertad política. El sistema de libre mercado, suponía algún grado de desempleo y de pobreza como natural consecuencia.
La pregunta era, y es, qué grado de desigualdad soporta el sistema para no hacer eclosión. Para que exista libertad económica y se proteja la propiedad, debe haber un orden jurídico y un gobierno que lo imponga. Por ello es que el sistema neoliberal floreció en gobiernos autoritarios como las dictaduras latinoamericanas de los setenta/ochenta.
Y allí se encuentra la tensión que se produce en los comicios de la Argentina 2023. Una lucha entre la concepción keynesiana y la del libre mercado. Una privilegia la igualdad por sobre la libertad de mercado, propiciando una mayor intervención estatal en la redistribución de la riqueza. La otra, en la libertad económica aún a costa de cierto grado de desigualdad.
Para hablar en términos argentinos, diremos que la concepción keynesiana fue llevada al paroxismo por el peronismo y su descendencia, llevando a un estado elefantiásico, dónde no se privilegió el trabajo y la creación de riqueza, sino una redistribución basada en el gasto público, sin el necesario respaldo de una economía robusta. Ergo: gente recibiendo subsidios, déficit público sideral, inflación galopante, hiperinflación en ciernes, país quebrado. Es el kirchnerismo y Massa como continuador.
En la otra punta está Javier Milei, por lo menos en la teoría. La libertad económica casi absoluta, el mercado como mecanismo de asignación de recursos y un estado mínimo reducido fundamentalmente a la función de hacer respetar los derechos de propiedad. Ergo: reducción al mínimo de los gastos fiscales, drástico recorte de subsidios, desigualdad creciente, tensión social.
Tengo que decir que, a mi modesto juicio, la libertad económica es la superestructura y su base es la libertad política. Sostener lo contrario implicaría que los valores de la democracia ceden ante el interés de los individuos de hacer negocios protegidos por el orden jurídico.
Obviamente, creo que los extremos, en este punto, no confieren las soluciones reales en el campo de los hechos. La teoría puede decir una cosa, la práctica otra. En nuestro país, el estado gastador está al límite y, en lugar de ayudar a los sectores de menos ingresos, los está condenando a la limosna perpetua. Pero, un estado mínimo, una economía totalmente desregulada, puede significar el abandono de los principios de solidaridad que, mínimamente, deben configurarse entre los seres humanos.
Para Milei, la justicia social es una aberración: “robarle a alguien para darle a otro”, dijo. Habrá que ver hasta dónde es capaz de avanzar con sus propuestas ultraliberales, cuando el calor de los contrastes sociales y políticos comiencen a chamuscarle el sillón de Rivadavia.
Massa, no parece estar advertido de que está sentado sobre un polvorín. Ya no es opción la máxima marxista “una necesidad, un derecho”, algo distinto tendrá que comenzar a realizar si es que no quiere terminar antes de empezar.
Lo cierto es que, las tensiones entre libertad e igualdad en una sociedad moderna, no deben resolverse con teorías extremas. Son dos componentes interdependientes, aunque muchos no parecen advertirlo en su fanatismo.
Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI