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POR QUÉ Y COMO MATAR DURANTE LA GUERRA

ISRAEL Y HAMÁS

“Puede ser difícil aferrarse a la razón en medio de la niebla del dolor, que es la respuesta natural a lo que ha ocurrido en estos días en Israel y Gaza”

Amanda Taub, The New York Times

*Toda persona de bien debe condenar sin reservas el ataque artero de Hamás a Israel, con la muerte indiscriminada de civiles indefensos y el secuestro de personas. Quiénes ponen peros o relatividades, están cegados por la ideología o por odios atávicos. El terrorismo es terror, sean matanzas en un recital musical o una bomba en un metro.

**La eliminación de algunas decenas de miles de terroristas en una franja de territorio poblado por dos millones de personas, deberá ajustarse a su mínimo posible en cumplimiento de las leyes de guerra (ius in bello).

***Netanyahu debe escuchar a Biden sobre la invasión a Gaza. Estados Unidos sabe bien lo que le ha costado la ocupación de Afganistán e Irak.

                   Las redes sociales suelen ser trincheras maniqueas cuando se debate sobre temas cruciales. Sin capacidad crítica, la preferencia por los extremos prevalece en los participantes, que realizan juicios contundentes sin muchos elementos de juicio ni conocimiento adecuado.

                   El ataque de la organización terrorista Hamás a territorio israelí, el asesinato a sangre fría de más de 1500 israelíes, el secuestro de 150 civiles, la posterior reacción de Israel, el cerco en alimentos, agua y combustible, la contraofensiva armada que provoca muerte de combatientes pero también de inocentes, son temas que toman el centro de la escena en la discusión social.

                   En ese debate, algunos justifican la matanza de civiles israelíes, basándose en que está mal la ocupación de territorios palestinos por parte de Israel, mientras hay quienes minimizan el asesinato de civiles palestinos en los bombardeos, basándose en el derecho de defensa de Israel.

                   La cierto es que eso es la guerra, una mezcla de violencia, confusión y dolor, que a veces nos impide ver claras las cosas, porque prima la contundencia de las heridas provocadas por cada tiro, por cada bomba, por cada misil.

                   El terrorismo es terror, es el ataque irregular, indiscriminado, artero, cobarde, que mata sin separar el polvo de la paja, desde el ingreso a casas de civiles desarmados hasta la bomba puesta en el metro de alguna ciudad, con su secuela de gente inocente víctima de la masacre.

                   Con ello, el repudio del ataque de Hamás a territorio israelí debe ser condenado sin reservas, sin cortapisas ideológico, sin especulación política, menos aún sin el entramado fino de los viscerales y atávicos odios de esa zona del orbe.

                   En la Primera Guerra Mundial murieron 10 millones de personas, en la Segunda Guerra Mundial otras 50 millones, en durante la Guerra Fría unas 10 millones, en las Guerras contra el Terror (incursiones estadounidenses), casi un millón de personas.

                   Repudiar la violencia es casi una afirmación de Perogrullo. Sin embargo, la guerra, de que el mundo es mundo, no ha dejado de estar presente en la vida de los pueblos y las personas.

                   Un mail del psicólogo uruguayo Daniel Eskibel, trae a estas páginas un relato de un hecho real: “Una personalidad muy conocida en el mundo hizo en cierta oportunidad un discurso muy solemne. Dijo que la guerra es necesaria. Que el mundo es como es y no se puede permanecer sin hacer nada frente a las amenazas. Que la guerra asegura la paz.”

                   No digo que comparta o no esa afirmación. El tema es quién lo dijo y en que oportunidad lo expresó. Esas palabras fueron pronunciadas en la ceremonia de entrega de los Nóbel, y su autor fue Barack Hussein Obama II, electo presidente de Estados Unidos en 2008, Premio Nobel de la Paz en 2009, reelecto presidente en 2012.

                   Juegan en la guerra, en el marco del derecho internacional, dos principios muy útiles para intentar conferirle contornos relativamente humanitarios a hechos que son precisamente lo contrario:  el ius ad bellum y el ius in bello.

                   El primero está referido al derecho de hacer la guerra, al “porqué” de la misma. Antes, los países podían entrar en guerra casi por cualquier motivo, para cobrar una deuda, como respuesta al robo de esposas, y así, la lista de causales era interminable. Hoy, sólo se justifica la guerra si es en defensa propia. Es cierto, el concepto no es del todo específico, se lo ha violentado de muchas maneras, sin embargo es un límite muy preciso a la hora de analizar a la luz del derecho internacional.

                   El segundo principio se deriva del carácter humanitario, el “cómo”, que determina el derecho de los civiles a la protección. Los ejércitos y grupos armados no pueden atacarlos de manera directa ni afectarlos de manera desproporcionada durante la búsqueda de objetivos militares legítimos. Esas obligaciones rigen aunque el bando contrario no las cumpla.

                   Parecería un oxímoron hablar de reglas y de principios en un acontecimiento cuyo condimento principal es la violencia. La única comparación que se me ocurre es con el boxeo, una actividad violenta calificada como deportiva, en la que existen reglas que deben cumplirse, como pegar siempre por arriba de la cintura del oponente.

                    Sin embargo, puestos en la tarea de examinar la historia y la naturaleza del ser humano, el mundo civilizado observó que, ante contiendas que se repiten, debe introducirse una base mínima de acuerdo que tengan significancia humanitaria.

                   Es cierto, parece de una hipocresía única hablar de reglas compasivas cuando sendas bombas atómicas arrojadas por Estados Unidos arrasaron Hiroshima y Nagasaki, pero no es menos cierto que se ha progresado mucho en la tarea de limitar los efectos de un enfrentamiento armado en cuánto a la prohibición de cierto armamento y del ataque a centros civiles.

                   El pueblo judío, todos los sabemos, ha sido víctima reiterada de tremendas violaciones a los aspectos más básicos de la vida humana. De allí que no deben confundirse los términos: guerra, excesos en la guerra y genocidio.

                   La nominación de esta última figura, surgió precisamente de un jurista judío-polaco, Raphael Lemkin, y ha sido objeto de regulación y sanción especial por el derecho internacional, entendiendo por tal a los actos en contra un grupo nacional, étnico, racial o religioso, con el objeto de su eliminación o su sometimiento. Dos ejemplos contundentes: el provocado contra los judíos por el régimen nazi y el que sufrió el pueblo armenio a manos del Imperio Otomano.

                   Obviamente, el estado israelí, rodeado de países no amigos, muchos de ellos que cuestionan su misma existencia como estado, sabe que mantener un ejército bien equipado y dar respuestas contundentes a los ataques terroristas o de naciones enemigas, son elementos fundamentales que hacen a su propia subsistencia como pueblo unido en un territorio.

                   No puede esperarse de los gobernantes israelíes más cordura que la que deben tener el común de los gobernantes ante ataques terroristas, así lo tiene internalizado el pueblo judío, que ante los atentados de Hamás, se unieron detrás del gobierno de Netanyahu, a pesar de éste pasar por su peor momento político.

                   Hoy, la ciudadanos que habitan Israel intentan retomar una vida normal, pero en todos los cafés y en cualquier reunión, el tema recurrente es el del conflicto. Para ellos, la destrucción de Hamás es lo único aceptable, y nadie se conformará con menos, y es lógico.

                    Pero una guerra, muchas veces no diferencia tirios de troyanos, el hospital de Gaza atacado con un misil lanzado por la Jihad islámica es la prueba. Todos miramos hacia esa zona del planeta. Que la justicia prevalezca, pero también la cordura.

                   Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI

 

 

Jorge Simonetti

Jorge Simonetti es abogado y escritor correntino. Se graduó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Nordeste. Participó durante muchos años en la actividad política provincial como diputado en 1997 hasta 1999 y senador desde 2005 al 2011.

Se desempeñó como convencional constituyente y en el 2007 fue mpresidente de la Comisión de Redacción de la carta magna. Actualmente es columnista en el diario El Litoral de Corrientes y autor de los libros: Crónicas de la Argentina Confrontativa (2014) ; Justicia y poder en tiempos de cólera (2015); Crítica de la razón idiota (2018).

https://jorgesimonetti.com

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