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DEL COLAPSO PARTIDOCRÁTICO A LA MAGIA AUTORITARIA

ENAJENACIÓN GRUPAL

“Los grupos sociales se perciben como entidades cuando tienen un “alma colectiva”, dotada de unidad psicológica, en la que el individuo se sumerge, dándose una degradación de su comportamiento, que se hace irracional y emocional a través de algunos mecanismos como la sugestión y el contagio”

Gustave Le Bon, Psicología de Masas

*En democracia, las decisiones electorales no son inocuas, debemos convivir con ellas durante el tiempo que mande la ley. La medida del fracaso de la partidocracia tradicional está dada por la entidad del personaje de historieta que la sociedad ha convocado para reemplazarla.

**Reconociendo que no son situaciones idénticas, la Alemania de 1930 y la Venezuela del siglo XXI, pueden dar testimonio de los experimentos “outsiders” en esos países.

***De algo hay que alegrarse. De que, quiénes vienen ostentando el poder desde hace muchos años, deban abandonar sus mullidos sillones para repensar la democracia como sistema para mejorar la vida de la gente.

                   Días pasados vi en la tele una entrevista a un joven que había votado a Milei. Justificaba su voto diciendo que el libertario iba a dolarizar y que él, que ganaba cien mil pesos, iba a pasar a ganar cien mil dólares. El intento desesperado de la cronista por explicarle su error no tuvo éxito, el joven insistía en su postura.

                   Quizás el suceso parezca una simplificación de una actitud individual compleja, pero que tiene muchos visos de generalización. Fantasías, inexperiencia, desorientación, cansancio moral, falta de perspectivas, en fin un combo fatal para el juego suicida de buscar en la magia las respuestas al fracaso de las élites políticas de este tiempo.

                   El argumento casi omnipresente en el universo de los mayorcitos, es el voto hartazgo, el voto cambio, no votar “a los mismos de siempre”, votar a este loco que capaz hace algo distinto. ¿Cuál es ese cambio? ¿Qué de distinto puede hacer? Allí ya entramos en un terreno resbaladizo y desconocido.

                   En democracia, las decisiones no son inocuas, debemos convivir con ellas durante el tiempo que la ley mande. Si acertamos en nuestro voto o nos equivocamos, no podemos desentendernos de las consecuencias, tenemos que convivir con ellas, como convivimos los cuatros insufribles años con Alberto, el no presidente.

                   Los resultados de las Paso tuvieron múltiples lecturas, desde todos los ángulos y sectores, pero un argumento estuvo siempre presente en el análisis: el colapso de la partidocracia tradicional, que no ha sido capaz de darnos una vida mejor.

                   La canalización del hartazgo a través de “outsiders” de la política, de los considerados fuera del sistema, no es nueva ni patrimonio exclusivo de nuestro país. En el mundo pueden citarse decenas de ejemplos, apenas experimentos muchos de ellos. Pocos terminaron bien, la mayoría en un rotundo fracaso o, lo que es peor, en la instalación de regímenes autocráticos casi apocalípticos.

                   Me gustaría citar un par de ejemplos que, aunque extremos, dan cuenta de los peligros que se corren cuando el grueso de la sociedad ingresa en una especie de enajenación mental que lleva a apoyar a personajes cuyas acciones devienen en una caja de pandora.

                   No pretendo equiparar situaciones, no son las mismas, pero vale la pena examinar similitudes con la Alemania de la década de 1930, y la Venezuela de fines del siglo pasado y comienzos del presente. Dos casos en los que conviven el colapso de la partidocracia tradicional con la aparición de la magia autocrática.

                   Aunque pudiera pensarse lo contrario, Hitler accedió al poder de la nación teutona a través de los votos. Su prédica, además de otros argumentos que tocaban fibras sensibles de los alemanes, se basaba en la crítica a los partidos de la República de Weimar.

                    Falsas promesas y ocultamiento de las peores pulsiones nazis, hicieron ascender a pasos agigantados al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán de Hitler en la consideración de la gente, harta de los partidos tradicionales.

                   Con modernas técnicas de marketing político para la época, como la distribución de millones de folletos, la pegatina de cartelería en todas las paredes del país, la distribución de más de cincuenta mil discos de fonógrafo, dejados en los buzones de cada alemán, la base del Reichspropagandaleitung (oficina central de propaganda del partido) estaba constituida por chicos jóvenes de entre veinte y treinta años que, además de aportar una imagen de frescura de cara al exterior, huían de la visión más clásica de la política.

                   Tal como parece, sin las redes sociales de este tiempo, que multiplican la comunicación de manera geométrica, los nazis se las arreglaron para penetrar en la población germana. “Pronto me di cuenta –escribió Hitler en Mein Kampf (1925)– de que el uso de la propaganda es un verdadero arte que ha permanecido prácticamente desconocido para los partidos burgueses”.

                   Así como hoy la portación libre de armas, la venta de órganos y otras lindezas han quedado momentáneamente subyacentes en las propuestas electorales, para ganar las elecciones alemanas de 1932, los nazis restringieron severamente la alusión a la “cuestión judía” que formara parte del núcleo de la ideología nazi. El resto es historia conocida.

                    Un electorado frustrado y radicalizado en el período electoral del presidente Rafael Caldera (1994-1999), el fracaso del modelo económico rentista-petrolero, hizo que la aparición de un “fuera de sistema”, Hugo Chávez, ganara las elecciones venezolanas de 1998 e iniciara un régimen que subsiste hasta hoy y que ha condenado a los venezolanos a la miseria y el autoritarismo.

                   El éxito de Chávez, en ese entonces, también cabalgó sobre el fracaso de la partidocracia tradicional, como Acción Democrática y el Copei, significando el bolivariano una cara nueva que calzaba perfecta con el hartazgo social. Y, ya sabemos cómo terminó, aunque todavía no termina.

                   Entender el funcionamiento de los grupos sociales es parte de la psicología de masas. Esa especie de “alma colectiva” que, a decir del sociólogo Gustave Le Bon, se forma con una opinión repetida por sus componentes, en medio de individualidades que se disuelven en el conjunto, está sirviendo en la Argentina para canalizar la reacción social en contra del fracaso del sistema de partidos.

                   Hay que entender que los votos de Milei no son sólo producto de sí mismo, sino del fracaso de los que vienen comandando estos cuarenta años.

                   La democracia puede atravesar por baches que pongan en severo análisis la legitimidad del sistema como solución para los problemas de la gente. No podemos desconocer el tropiezo de los dos partidos tradicionales de la Argentina, el peronismo y el radicalismo, los grandes perdedores de esta contienda primaria, aunque decirlo les duela a muchos.

                   Pero también hay que entender que los votos de Milei son de una condición emergente, porque su escasa estructura política proviene también de “la casta”, de una casta más antigua que la vigente (del “bussismo” por poner como ejemplo el caso de Tucumán), o también del oportunismo de dirigentes que vieron en el desgreñado el vehículo adecuado para subirse a la ola ganadora.

                   La “extremización” del cambio es una cuestión de radicalización de las posiciones, en la que gran parte de la sociedad se corre a los extremos dentro del mismo contexto. Una cuestión de escalas permitió que Milei sea cambio más radicalizado que Bullrich, aunque uno no tenga nada que ver con la otra.

                   Que la desilusión del presente no nos lleve a aferrarnos a tablas salvadoras que en la realidad podrían constituir salvavidas de plomo que nos sumerjan definitivamente en las más peligrosa oscuridad.

                   Los alemanes de ese entonces ya están muertos. Preguntémosles a los venezolanos de ahora como sienten su experimento “outsider” iniciado hace 24 años.

                   Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI

 

Jorge Simonetti

Jorge Simonetti es abogado y escritor correntino. Se graduó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Nordeste. Participó durante muchos años en la actividad política provincial como diputado en 1997 hasta 1999 y senador desde 2005 al 2011.

Se desempeñó como convencional constituyente y en el 2007 fue mpresidente de la Comisión de Redacción de la carta magna. Actualmente es columnista en el diario El Litoral de Corrientes y autor de los libros: Crónicas de la Argentina Confrontativa (2014) ; Justicia y poder en tiempos de cólera (2015); Crítica de la razón idiota (2018).

https://jorgesimonetti.com

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