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DE UNGIDO A HIJO GUACHO

ALBERTO FERNÁNDEZ

“Porque estaba tan sólo en su gloria que ya no le quedaban ni enemigos”

Gabriel García Márquez, “El otoño del patriarca”

*El presidente Fernández, muy a su pesar, perdió el espacio político de pertenencia. Desconocido y criticado por propios y ajenos, ha quedado en la rara condición de un guacho político. Su Agripina lo desconoce y tampoco se hace cargo de los fracasos. Cristina cree salvar la ropa siendo opositora a su propio gobierno, un oxímoron inexplicable.

**El relato de la “proscripción” jurídicamente inexistente, le permite escapar de las responsabilidades de una probable derrota como candidata.

***Con todo, la oposición no tiene el panorama totalmente despejado. Una dura interna y el avance del desgreñado anticasta, no permiten dar nada por sentado.

                   La soledad del poder es un hecho incontrastable. Al momento de las decisiones, el poderoso sólo cuenta consigo mismo, con su propia soledad, aunque esté rodeado de asesores, funcionarios y una variada fauna de correveidiles.

                   Con ser un fenómeno institucional en el ámbito del poder público, no deja de ser objeto de estudio de la psiquiatría. Los hay quienes toman mejores decisiones a partir de sus propios criterios, los hay dubitativos, los hay megalómanos, los hay permeables, los hay obstinados, los hay criteriosos y los hay impulsivos.

                   La soledad en el poder que padece Alberto Fernández, puede advertirse, hoy por hoy, más que producto de su ubicación en la pirámide institucional, en su lamentable condición de rechazado por tirios y troyanos.

                   Nació a la más alta magistratura en el tibio regazo de su progenitora política, Cristina Kirchner, quién con su dedo maternal lo ungió como su vástago representativo. Pero poco iba a durar al calor del seno materno.

                   Incapaz de construir poder propio a partir de la lapicera, Alberto nunca abandonó el complejo de Edipo que lo marcó durante su presidencia. Sus conductas fueron determinadas por una madre manipuladora, que lo transformó en inseguro y temeroso. Nunca cortó el cordón umbilical, Agripina lo manejaba desde allí, a los tironeos.

                   Tanto así que la soledad de Alberto Fernández en la presidencia, puede analizarse cómo un abandono maternal, ése de la madre dejando al hijo en la puerta del orfanato.

                   Si duro es que tus padres no te reconozcan al nacer, doblemente lo es si tu madre, luego de haberte inscripto en el registro civil, termine desconociéndote públicamente.

                   Políticamente hablando, Alberto fue inscripto por Cristina en la justicia electoral como candidato a presidente, fue su progenitora política y su compañera de fórmula. Transcurrido el tiempo, se convirtió, más que en hijo bastardo, en un guacho político de padre y madre, a través del desconocimiento expreso de ella.

                   En duros e impiadosos términos, Sergio Berni describió la situación desde otro ángulo: “el que trajo al borracho que se lo lleve”.

                   A pasos apresurados, Alberto pasó de mascota elegida a hijo guacho, desconocido no sólo por quién lo ungió políticamente con el dedo decisor, sino también por su espacio político, que lo cuestiona y ataca sin medias tintas. Con amigos así, para qué quiero enemigos, pensó el atribulado presidente.

                   La tremenda condición de hijo guacho de madre viva, lo tiene navegando en el limbo de la ambigüedad, sin fuerzas para cuestionar a su progenitora, pero también sin los atributos temperamentales para afrontar el desprecio.

                   Pero esta situación, dónde confrontan duramente dos complejos preferidos en el psicoanálisis de los sillones psiquiátricos, el de Edipo y el de Agripina, tiene su contracara en la conducta materna que no se hace cargo del producto del parto.

                   ¿En qué medida Perón podía desentenderse de las consecuencias del gobierno de Cámpora? Tanto más, Cristina de Alberto, del que es la vicepresidenta.

                   A lo largo del tiempo, la expresidenta tuvo dos conductas recurrentes que la pintan de cuerpo entero: le ha escapado sistemáticamente a las derrotas y le quita el cuerpo a las responsabilidades por sus actos.

                   La carta de Cristina difundida por sus redes días pasados, y la entrevista en el canal amigo C5N, dan cuenta de su desentendimiento de las consecuencias del gobierno que integra y su pánico por el resultado electoral. Obviamente, todo adornado y edulcorado con importante dosis de relato, de épica y de victimización.

                   “No voy a ser mascota del poder por ninguna candidatura”, dijo en su carta, refiriéndose a lo que ella denomina el “Partido Judicial”. Las decisiones de la Corte respecto a los casos de San Juan y Tucumán, aunque no tengan nada que ver con su propia situación, le vino como anillo al dedo.

                   Ella sabe el destino ingrato de las mascotas, las supo tener. No quiere serlo, aunque su destino de mascota sólo pase por un mero relato. Su temor a una casi segura derrota electoral, la hace retroceder en su propósito.

                   Una probable “inhabilitación” judicial funge como mero pretexto para huir de la responsabilidad de candidata de su espacio, jurídicamente no lo está ni lo estará probablemente por los próximos dos años como consecuencia de una condena penal.

                   Pero aunque su pulsión capituladora ante el escenario electoral es importante, más se destaca por aquello que parece su verdadera especialidad: ser oposición de su propio gobierno, no hacerse cargo del fracaso, su hijo réprobo será el que cargue con las consecuencias del desastroso gobierno.

                   Con la comodidad del periodismo condescendiente, en el set de C5N se explayó sobre las bondades de su gobierno, señalando de que en el mismo el salario mínimo era el primero de la región y que la inflación estaba muy por debajo.

                   Es cierto, durante su segundo mandato la inflación alcanzó el 177%, contra el 295,7% del de Macri. Pero se guardó muy bien de decir que en el gobierno de Alberto Fernández, del cual es su mentora política y vicepresidenta, faltando más de seis meses lleva un acumulado del 350%.

                   Otro tanto sucede con el salario mínimo. En 2015, el salario mínimo era el primero en Latinoamérica, pero hoy es el penúltimo, sólo un poquito arriba que el de Venezuela. Si se cuenta la historia, hay que contarla completa.

                   Obviamente, tampoco dijo que en 2007 heredó un superávit fiscal de 1% del PBI y en 2015 dejó un déficit de 5% del producto. Al comienzo de su gobierno, el Banco Central (BCRA) tenía US$40.000 millones de reservas y cuando cerró su ciclo de dos gestiones ya estaba en cero.

                   Amiga íntima de los monólogos y adversaria contumaz de las repreguntas, muy suelta de cuerpo afirmó que hay que “construir un programa de gobierno que vuelva a enamorar a los argentinos y a las argentinas”, poniéndole la lápida a la gestión albertiana y colocando sus sentaderas en el cómodo oxímoron de un oficialismo opositor.

                   Alberto sabe que está sólo como perro malo, pero conoce que la venganza es un plato que se sirve frío.  Su persistencia en las Paso fue un tiro dirigido en ese sentido, los obligaría a la competencia. Pero, el liderazgo todavía indiscutido de Cristina en su espacio, probablemente le permita saltar el obstáculo sin mayores inconvenientes.

                   Igualmente, la pelea importante estará en el ingreso al ballotage, que el kirchnerismo disputará duramente con el desgreñado libertario. Nada está definitivamente dicho, en una Argentina en la que el almanaque tiene un ritmo distinto al de los países normales.

                   Se respira un aire de fin de ciclo, las mayores expectativas del kirchnerismo están puestas en la retención de la gobernación de la Provincia de Buenos Aires y en el “plan volver” en 2027.

                   Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI

*Los artículos de esta página son de libre reproducción, a condición de citar su fuente

 

Jorge Simonetti

Jorge Simonetti es abogado y escritor correntino. Se graduó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Nordeste. Participó durante muchos años en la actividad política provincial como diputado en 1997 hasta 1999 y senador desde 2005 al 2011.

Se desempeñó como convencional constituyente y en el 2007 fue mpresidente de la Comisión de Redacción de la carta magna. Actualmente es columnista en el diario El Litoral de Corrientes y autor de los libros: Crónicas de la Argentina Confrontativa (2014) ; Justicia y poder en tiempos de cólera (2015); Crítica de la razón idiota (2018).

https://jorgesimonetti.com

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