RENUNCIA DE ALBERTO
“No se puede bajar de algo a lo que nunca se subió”
Aníbal Fernández, Ministro de Seguridad
*La renuncia de Alberto a intentar su reelección fue simplemente el final de la crónica de una muerte anunciada. Sus nulas posibilidades, provocaron que sea el propio muerto el que mate al degollado, electoralmente hablando. No cambia nada el panorama. De igual modo, le suma presión a la oposición, que debe aparecer en estos últimos meses como una opción real de cambio y gobernabilidad ante la anomia gubernamental.
**Es larga la cola de presidenciables en el Frente de Todos, es que la vara ha caído al suelo y todos se animan.
***La extrema inestabilidad en la que desarrollará el proceso comicial, nos hace temer por la suerte del país en su transcurso. Por lo pronto, el dólar desatado.
“Hoy como presidente de la Nación estoy convencido, sin espacio para ninguna duda, que tengo que concentrar mi esfuerzo, mi compromiso y mi corazón, en resolver los problemas de los argentinos y las argentinas”, expresó con voz melodramática Alberto Fernández. ¡Ah, menos mal! Parece haberse olvidado que le restan escasos siete meses en el cargo y que debió cumplir los deberes del cargo también los tres años y medio que lleva de mandato.
No pronunció un mensaje directo, prefirió utilizar los métodos del kirchnerismo, un video con voz en off, imágenes de archivo cuidadosamente seleccionadas, música de fondo, tono entre quejoso y épico, para anunciar la obviedad más patética de la política argentina: sin ninguna chance de ser reelegido, renuncia a competir.
¿Qué argentino que viva en su tierra no sabía que todo era cuestión de tiempo? Me atrevo a afirmar que ninguno. Aunque no lo aseguro, lo del presidente no pasaba por su candidatura. Conservar la expectativa de volver a ser presidente evitaría la dilución absoluta de su poder, si es que algunos restos le quedaban.
Pero, las consecuencias de las cercanías del fin del período le llegó Alberto Fernández de manera prematura. En el mundo, los mandatarios que no tienen chances de reelección ingresan en la patología sindrómica del pato cojo (lame duck, en inglés), o del café frío, un acentuado debilitamiento de su capacidad de gestión, todas las expectativas se colocan en el que lo reemplazará.
Pero es cierto, no se puede perder lo que no se tiene, y Fernández sólo tuvo los oropeles presidenciales pero jamás el poder, y si creyó que en algún momento lo poseyó, ese tiempo quedó muy atrás, entre los pliegues pandémicos de comienzos del covid 19.
El drenaje de las atribuciones presidenciales transcurrió de inicio. El doble comando en materia ejecutiva jamás funciona, tampoco la división entre el poder formal y el real, las apariencias en el escenario y las realidades detrás del mismo.
Con la lapicera en la mano, la construcción de poder político es extremadamente fácil. Sólo no lo hacen aquéllos muy obedientes y de temperamento débil.
Se intuía que, con su origen de presidente designado, más tarde que temprano Alberto Fernández se convertiría en el referente insustituible del oficialismo. El reparto de fondos, cargos y demás prebendas, en la Argentina subdesarrollada, son un elemento formidable para reunir voluntades de gobernadores, intendentes, sindicalistas, piqueteros y necesitados.
Pero no, Alberto no sólo no tuvo la enjundia necesaria para constituirse en un “líder de lapicera”, sino que además no quiso. Prefirió cumplimentar su papel de buen mandadero, de pantalla, de fiel delegado, y pasarse cuatro años de presidente encargado.
Pero se le fue la mano. Ya no sólo abjuró de sus mínimas responsabilidades, entregó todo el poder político a su mentora y el poder administrativo a un subordinado experto en vender humo.
Jamás tuvo Fernández el propósito de ejercer la presidencia, le sentaban mejor sus propias comicidades discursivas y el turismo internacional, pero no las responsabilidades de gobierno. Massa, para él, fue un alivio.
Por ello, su anuncio en forma de melodrama, fue una mancha más al tigre del fracaso, de la falta de credibilidad, de la inacción más absoluta.
Como no podía ser de otra manera, no cargó su renuncia a su cuenta de no presidente, recurrió, como tantas veces, a la de “sí, pero Macri”, y, por si ello no fuera suficiente, a la pandemia, la guerra y la sequía.
“El contexto económico me obliga a dedicar todos mis esfuerzos a atender los difíciles momentos que atraviesa la Argentina”, fue pleno reconocimiento de la siesta presidencial durante los tres años y medio que le antecedieron de su mandato y una muestra de la debilidad extrema de su gobierno.
El oficialismo es una coalición absolutamente anarquizada, sin capacidad alguna de gestión, sin propuestas para resolver los problemas acuciantes de la Argentina, con una inflación que supera el 100% anual y sigue en alza, una pobreza estructural de más del 40% de la población, mercados internacionales de financiamiento cerrados y nulo interés doméstico e internacional en inversiones.
La verbalización albertiana de su no candidatura, aún por sabida significó la apertura de puertas a otras opciones en el frente gobernante. La vara quedó baja, todos, propiamente todos, se animan, desde el cultor del “con fe y esperanza” que no le hace asco a nada, hasta Kicillof, Rossi, De Pedro, Capitanich, Tolosa Paz, y, ¿porqué nó?, el experto tomador de tierras ajenas, Juan Grabois.
Párrafo aparte merecen Cristina y Massa. La expresidenta, a pesar del operativo clamor de sus acólitos, sabe que su techo es bajo y no arriesgará para ser una candidata perdedora, preferirá tal vez una segura senaduría por la Provincia de Buenos Aires, que tire la boleta de Kicillof para la gobernación y le asegure a ella protección de los embates judiciales.
Massa se encuentra jaqueado por las variables económicas, pero no pierde las esperanzas de un cambio en la dirección de la economía en estos últimos meses. Con ser el más ambicioso y experto constructor de fantasías, todavía sueña con un operativo clamor de último momento, cuando todos sus contendientes internos se vayan cayendo de a uno por sus escasas posibilidades.
La renuncias de Cristina, Macri y Alberto Fernández, con distintos matices, a presentarse como precandidatos de sus respectivos espacios, abre un panorama de fragmentación de la oferta electoral, tanto en oficialismo como en oposición.
Las Paso se realizarán sí o sí, la cuestión es si habrá una lista acordada (a la que aspiran en el Frente de Todos) o competencia. En Juntos por el Cambio, los aspirantes a la presidencia parecen reducirse finalmente a dos: Patricia Bullrich y Rodríguez Larreta, cuyas boletas estarán en el cuarto oscuro el 13 de agosto. Los radicales, que también competirán, parecen resignados a completar la fórmula opositora.
Mientras tanto, con su estilo arrollador, desordenado e imprevisible, el liberautoritario Milei, avanza en intención de voto en algunos sectores (sobre todo entre los jóvenes), dispuesto a sacar ganancia de pescadores.
Pero en la Argentina del siglo XXI, todo parece quedar muy lejos, en los siete meses restantes de mandato de Alberto Fernández muchas cosas pueden pasar, y casi ninguna buena.
Sin Cristina y Alberto candidatos, si la economía continúa en picada, le queda a la oposición generar una respuesta de cuasi gobierno, presentando un plan creíble y una conjunción de voluntades que superen las divergencias internas por candidaturas.
Fernández, el no presidente, quiso emular a Evita actuando una renuncia patriótica, pero fue su tocayo de apellido, el ministro Fernández, Aníbal para los amigos, el que lo bocineó: “no se puede bajar de algo a lo que nunca se subió”.
Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI
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