DÍA INTERNACIONAL DEL LIBRO
“Un libro no acabará con la guerra ni podrá alimentar a cien personas, pero puede alimentar las mentes y, a veces, cambiarlas”
Paul Auster
*Un estudio con datos oficiales nos coloca a los argentinos en los últimos lugares de libros per cápita leídos anualmente. Ello tiene un impacto mortífero sobre la educación. La comprensión lectora de nuestros estudiantes también es bajísima según las pruebas Pisa. Leemos poco, leemos corto, leemos superficialmente, y con ello nos convencemos de que lo sabemos todo. Tal vez nos esté haciendo falta una actitud socrática: “sólo sé que no se nada”.
**Con el avance imparable de la inteligencia artificial, tal vez vayamos rumbo al hombre carente de pensamiento racional. Hoy, con googlear alcanza.
***Borges decía: “soy lo que soy no por lo que escribo, sino por lo que he leído”. Feliz Día Internacional del Libro.
Hoy, 23 de abril, se celebra el Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor. La fecha fue escogida por la UNESCO en 1995, porque ese día fallecieron escritores tan famosos como aclamados, entre ellos Cervantes, Shakespeare y Garcilaso de la Vega.
Con ser una fecha tan simbólica para la literatura universal y para celebrar a los autores, debo traer una cita del gran Jorge Luis Borges cuando repetía: “yo no soy lo que soy por lo que escribo, sino por lo que he leído”. El lector es el elemento insustituible en un libro, sin él el libro no completa su ciclo vital, no alcanza a ser libro sino hasta que una persona, con una alcanza, lo lea.
Comencé algo tarde, ya en mi ciclo otoñal. He escrito y publicado siete libros, los han leído algunos, no tantos como yo quisiera, pero los suficientes como para que sienta en lo profundo de mi ser que mis siete hijos de papel han alcanzado la vida plena. Por mera casualidad de la vida he nacido en el mes de abril, un 21, el mes del libro, “abril libros mil” según el dicho, tenía que comenzar a cumplir con mi karma.
Iniciando con el “big bang” cultural que significó la invención de Gutemerg, la imprenta, lo que siguió fue el desarrollo de un proceso virtuoso de proporciones geométricas, con el acceso casi universal a la lectura.
Tal vez, en los tiempos que vivimos, la era de la post tecnología por llamarlo de alguna manera, ingresamos en una espiral involutiva de empobrecimiento cultural y educativo que nos daña como seres humanos y nos envilece como sociedad. Tal vez, no estoy seguro.
A veces debemos recurrir a las estadísticas, elemento engañoso si los hay, que suelen brindarnos un panorama. También al juicio que uno se forma acerca de lo que sucede en el mundo, aun incluyendo los sesgos personales en la formación del mismo. Ambos elementos me indican que, a pesar de haberse multiplicado la portabilidad de los textos, no sólo que se lee menos sino más breve, con menos profundidad en un mar de hiperinformación.
Lo grave de ello no es la cantidad de lectura, sino la calidad, y la consecuente formación de la personalidad a través de ésta. Leer corto, de manera superficial, sin acreditación de fuentes, es ingresar en el convencimiento del “idiota moderno”: creer que se sabe.
De tal manera, pontificamos por las redes acerca sobre tal o cual temática, a la que ni siquiera conocemos de costado. Y no se trata de exigir “experticia” para opinar, no señor, se trata de evitar el subdesarrollo del pensamiento crítico que genera la lectura parcial y sesgada y que nos convierte en portadores de la soberbia intelectual del ignorante.
Todo lo contrario a lo que Sócrates enseñaba: “sólo sé que no se nada”, estación a partir de la cual recién se comienza a hacer un lugar en nuestro cerebro para desarrollar un pensamiento crítico. Si estamos llenos de seguridades, no hay lugar para el aprendizaje.
Y en la etapa de la post tecnología, parecería que marchamos hacia el lado opuesto del desarrollo personal. La información viene enlatada, predigerida, facilitada, no existe lugar para en análisis personal. El verbo googlear nos da una pauta de ello. Si le incorporamos la Inteligencia Artificial, cuyo desarrollo no tiene techo, tendremos la pauta de hacia dónde marcha la humanidad, hacia el “homo lapis”.
Nos refugiamos en el pretexto de la tecnología para aliviar nuestras culpas, pero debemos aprender a utilizar la misma, para que enriquezca nuestro desarrollo personal, y no al revés. Bill Gates, lee un promedio de 50 libros por año. Además de ser un lector contumaz, el creador de Microsoft cree que mucho le falta por aprender.
Entre toda esa maraña de nuevas ofertas tecnológicas, el libro, más bien la lectura, trata de seguir subsistiendo. Es cierto, el libro electrónico es una alternativa interesante, aunque no ha logrado reemplazar totalmente al libro de papel.
El 62% de los lectores argentinos utiliza en simultáneo ambos soportes, papel y digital, aunque el 4% lee sólo en digital mientras que el 34% elige sólo el papel.
Interesado por el apego de los argentinos por la lectura, me llevé una desagradable sorpresa. Al contrario de lo que pensaba “a priori”, estamos en los últimos lugares entre los lectores del mundo.
El sitio “Lectupedia”, financiado por el FMI, confecciona un ránking sobre el promedio anual de libros leídos per cápita en todo el mundo, con cifras obtenidas de datos suministrados por centros de investigación o instituciones gubernamentales de cada país. En nuestro caso, los datos son suministrados por el “Sistema de Información Cultural” dependiente del Ministerio de Cultura de la Nación.
Pues bien: Canadá figura al tope del ránking con 17 libros promedio leídos por habitante (incluye lectores y no lectores), Francia también 17, Estados Unidos 12, Corea del Sur 11, España 9,9, Portugal 8,5. En nuestro subcontinente, Chile 5,3, Perú 3,3, Brasil 2,5, Venezuela 2 y Argentina 1,6.
Según el sitio indicado, existe evidencia científica que demuestra la fuerte correlación que tienen con la lectura, las habilidades cognitivas de la población, sus ingresos individuales, la distribución económica y, por ende, el crecimiento económico. Es decir, a mayor PIB per cápita, más se lee.
Obviamente que ello marca la tendencia general, que tiene sus excepciones que confirman la regla. Por caso, nuestro país que con un PIB de U$S10.658 por habitante, tiene un promedio de lectura de 1,6 libros por año, contra Venezuela que con un PIB de U$S2.686, su promedio es de 2 libros anuales.
Hay algo más: una cosa es lo que se lee y otra muy distinta es entender lo que se lee. A estar por las pruebas Pisa, nos falta bastante a los argentinos en materia de comprensión lectora, que es encabezado por Finlandia. Uno de nuestros grandes déficit educativos.
A pesar de que utilizo bastante frecuentemente los libros digitales para mis obras, tengo una relación particular con los libros de papel, como las mayoría de las personas de mi edad.
Pensando cual sería la alegoría más representativa de esa simbiosis entre el lector y el papel, se me ocurre decir que la conexión física es fundamental. Las lágrimas que derramo cuando mis emociones se desbordan leyendo un texto, ya sea por alegría o tristeza, son capaces de humedecer las páginas del libro de papel, no así las pantallas.
Muchas veces las frases cortas dicen mucho más que mil palabras. Quiero cerrar este artículo de homenaje a escritores y lectores, transcribiendo un proverbio hindú: “Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora”.
Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI
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