KIRCHNERISTAS POR LA CORTE
“Oh, when the devils go marching in; oh, when the devils go marching in; oh, I don’t want to be one of them”
Adaptación propia de “When the saints go marching in”
*La marcha contra la Corte se constituyó en un fallido que deja aún más expuestas las intenciones de alcanzar una integración adicta. El “ultrismo” K mostró su crema y nata, con personajes como D’Elía, Boudou, Pata Medina, Caballo Suárez y el exótico y desbocado juez Ramos Padilla padre. Nadie medianamente objetivo quiso quedar pegado al conjunto marchante. La casi suicida estrategia, demostró el grado de pavor que genera una Corte independiente.
**A último momento el gobierno de Alberto miró para otro lado. Al igual que con la visita pendenciera del ministro Soria, los cortesanos se mantuvieron impasibles.
***Las disidencias entre las huestes oficialistas abren nuevos interrogantes. Con los desplantes de propia tropa, Alberto encuentra temporal refugio en Rusia y China. ¿Tendrá infinita capacidad de aguante?
Cuando se anunció la marcha para “echar a patadas” a los miembros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, casi instantáneamente se me vino a la mente el himno gospel estadounidense, muy popular en su versión de jazz, “Cuando los santos vienen marchando”. ¿Quiénes de mi generación, y de alguna otra, no cantaron o bailaron a su ritmo?
Es de tipo apocalíptico: “cuando se ven santos marchar, yo quiero ser uno de ellos”. El himno expresa el deseo de ir al cielo, retratando a los santos marchando a través de la Puerta de la Perla. Los versos del sol y la luna refieren a los eclipses, la trompeta (del arcángel San Gabriel) es el anuncio del juicio.
Afloró en el subconsciente esa condición tan humana de pretender el paraíso como destino trascendente, a su vez se hizo presente la dimensión terrenal de la contradicción, la de las pretensas aspiraciones de alcanzar los destinos celestiales aún con comportamientos “non sanctos”.
No parecía que la marcha del 2 de febrero hubiera de estar integrada por santos, por lo menos los convocantes y sus consignas no permitían suponerlo, entonces no era esperable que los ciudadanos quisieran ser uno más de los marchantes en busca del paraíso. A lo sumo, los participantes podrían aspirar al purgatorio.
Es que, para hablar sin eufemismos, los santos iban a ser desplazados por los “non sanctos” o por los “devils” (demonios), el núcleo reclamante estaría compuesto por esa pléyade de condenados y procesados por delitos que tienen que ver con bienes públicos.
El 2 de febrero, finalmente, se hizo la marcha, escasa en su concurrencia (5.000 personas), indigente en sus conceptos, en sus reivindicaciones, en sus fundamentos.
En ella podía verse, con presencia física o espiritual, a Cristina, a D’Elía, a Hebe de Bonafini, a Caballo Suárez, a los Moyano, a Pata Medina, a Milagro Sala, a Jaime, a José López, a Julio De Vido, a Amado Boudou, a Lázaro Báez, a Cristóbal López y a muchos etcéteras más, por delitos tales como asociación ilícita, fraude contra la administración pública, desvío de fondos públicos, extorsión, cohecho activo y pasivo, lavado de dinero y tantos etcéteras más.
Los hubo de cuerpo presente, aunque también de espíritu solidario, todos activos militantes del conjunto político cuya misión principal en el poder no es la del ejercicio del gobierno, sino la utilización de sus herramientas para “zafar” de las graves causas en las que están involucrados.
Zaffaroni no viene de “zafar”, aunque lo parezca a estar a las posiciones del ex cortesano, que se ha convertido en el vocero letrado del conjunto marchante, con opiniones tan disparatadas e impensadas para el teórico de antaño.
La marcha contra la Corte, lo sabemos todos, tras el manto de una “corte nacional y popular” y de una resucitada “democratización de la justicia”, tiene un claro y concreto objetivo: el reemplazo de sus miembros por una integración adicta a los acusados de llevarse montañas de dinero público. Siendo el máximo tribunal, es el último en levantar o bajar el pulgar a las pretensiones “zafaristas”.
Cuando asumieron el poder en 2019, el diseño del “operativo impunidad” estaba completo. El “sí, pero Macri”, tenía como método “igualarlo” en la disputa judicial, una “ley del talión” a la argentina, que buscaba colocar a todos en la misma bolsa. No lograron el objetivo político, el conjunto “cambiemita” y Mauricio Macri no cayeron en la trampa.
El siguiente paso era conseguir una integración judicial militante en las causas a las que estaban sometidos. Tenían muchas posibilidades de logar “jueces amigos” que, a lo largo de 14 de los últimos 18 años, fueron designando en la justicia nacional y federal. Lo lograron en parte, Cristina fue sobreseída en tres causas sin siquiera ir a juicio oral, aunque todavía están vivas las instancias de revisión.
Pero se encontraron con una cúspide muy difícil de escalar: la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Sus miembros, con la venda de la justicia bien apretada, demostraron la independencia que no tuvieron en otros momentos de la historia nacional, como la de la época “sicarlista”.
El impensado escollo hace temer a más de uno. De nada valen las teorías conspirativas, el proceso judicial tiene allí su última estación, y no pareciera que los cortesanos fueran a dejarse intimidar por los vociferantes.
Entonces, de una marcha para “echar a patadas a la Corte”, comenzaron a bajarle el precio por un pedido de renuncia de sus integrantes. No fue D’Elía el orador, no era conveniente utilizar la impronta del tomador de comisarías, ni tan siquiera la de su mentora, Hebe de Bonafini.
Dos actrices del palo leyeron un comunicado, tan previsible como improcedente. El único orador, el juez Alejo Ramos Padilla, salió de cuadro con sus improperios y descalificaciones, tanto que tuvo que ser desautorizado por los propios abogados que apoyaron la manifestación.
En suma, resultado político de la marcha: cero; o, para mejor calibrarlo, una deriva absolutamente negativa en el contexto general. El gobierno, que apoyó la marcha a través de las elusivas declaraciones de Alberto, y las más concluyentes del viceministro de Justicia Mena y de la jefa de los espías, Caamaño, colocaron violín en bolsa con cara de “yo no fui”, ante el evidente fracaso.
En el derecho penal, la presunción de inocencia juega en favor del acusado, es el estado el que tiene que probar la culpabilidad. Pero los autores de la Constitución y del Código Penal no previeron la insólita situación de que sean los propios acusados los que manejen los resortes del estado. Tanto así, como que los organismos competentes se retiraron como querellantes de las causas que los involucran.
Además, para los políticos, para los funcionarios que manejan los bienes públicos, la obligación de demostrar su inocencia se inscribe en el código no escrito de la moral pública.
Todos estos años de proceso judicial, nos conducen a un lugar común: los acusados nunca intentaron defenderse en concreto de cada cargo criminal, no alegaron en contrario, no ofrecieron pruebas. En una y otra causa presentaron escritos con alegaciones políticas, todas calcadas, y se negaron a declarar.
Pretendieron politizar la defensa, con figuras como las de “sí, pero Macri”, “operativo puff”, “mesa judicial”, “lawfare”, “Gestapo antisindical”, paraguas de la impunidad que comienza a exponer sus agujeros por dónde pasa la verdad cómo la generosa lluvia.
La marcha para reclamar la renuncia de los miembros de la Corte no sólo no hizo mella en el ánimo de los cortesanos, sino que lo fortaleció. Pero lo más contundente fue la derrota social de los marchantes. Muy pocos, poquísimos, quisieron marchar.
Por ello la adaptación de los versos musicales del principio que, traducidos al español, dicen: “Oh, cuando los demonios vienen en marcha, no quiero ser uno de ellos”.
Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI
*Los artículos de esta página son de libre reproducción, a condición de citar su fuente