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LA TRAGEDIA DEL HORIZONTE

CALENTAMIENTO GLOBAL

“Venimos hace muchísimos años intentando llamar la atención de que no es posible la humanidad si no tenemos una nueva relación con la madre naturaleza”

RIGOBERTA MENCHÚ TUM, líder indígena guatemalteca

*El dilema de industrias o ecología parece ser ya falso. Es posible avanzar sobre la eliminación de actividades contaminantes y a la vez generar un entorno económico sostenible. La ecología y la economía no son incompatibles, no deben serlo. La cooperación internacional, aunque lentamente, va avanzando en el sentido correcto.

**El dióxido de carbono provocado por la quema de combustibles fósiles y por incendios forestales, parece ser el problema principal que causa el calentamiento global y los consecuentes desastres ecológicos.

***El objetivo parece ser el de mantener el calentamiento no más allá del 1,5°C. Para ello, resulta necesario agilizar las normas y medidas que disminuyan la emisión contaminante. De lo contrario, se calcula que para 2100 la temperatura subirá en el orden de 4°C., lo que sería catastrófico.  

                               En el célebre discurso de 2015, Mark Carney, gobernador del Banco de Inglaterra, definía al cambio climático como “la tragedia del horizonte”, considerando que se trata de un problema colectivo que supera los horizontes tradicionales del ciclo económico y político. La amenaza que nos llevará a todos a ser partícipes de una transición hacia modelos más sostenibles y responsables con nuestro entorno.

                               Elegimos el costado económico del cambio climático, para significar que, aquello que parece amenazar la rentabilidad de las grandes empresas que contaminan el ambiente, será a la larga su ruina por los efectos que generarán en sus respectivas ecuaciones económicas financieras el tener que enfrentar las consecuencias del deterioro del ambiente.

                               En el debate sobre el calentamiento global, casi ya no es una discusión de ecologistas y científicos, que en su generalidad coinciden sobre los daños que la actividad humana genera sobre el planeta. Subyace una cuestión de negocios.

                               “El crecimiento económico y protección del medio ambiente no son compatibles. Son los lados opuestos de la misma moneda si buscas prosperidad a largo plazo” decía Henry Merritt Paulson Jr., ex Secretario del Tesoro de E.E.U.U. La afirmación es una muestra de la lucha entre los intereses económicos y las posiciones conservacionistas, que en sus extremos llegan a configurar incompatibilidades existenciales.

                               Es esto lo que sucedió con la decisión del entonces presidente de E.E.U.U. Donald Trump que, respondiendo a los intereses empresariales que apoyaron su llegada a la Casa Blanca, retiró a su país del Acuerdo de París, un pacto suscripto en 2015 sobre el cambio climático, para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero.

                               Afortunadamente, su sucesor, Joe Biden, restituyó la presencia estadounidense en el acuerdo, regreso de suma importancia teniendo en cuenta que, en conjunto con China, son los mayores emisores de gases contaminantes.

                               En los tiempos que corren, la necesidad de proveer a modelos de negocios más amigables con el ambiente y planificar a mediano y largo plazo la configuración de esquemas sostenibles ya constituyen una realidad, tanto en países como en empresas.

                               Casi nadie discute que la amenaza del calentamiento global es un fenómeno presente y con capacidad potencial de afectar gravemente la vida planetaria en tanto no se tomen las medidas necesarias para la reducción de los contaminantes.

                               El tema clave de las negociaciones, hoy, es el dióxido de carbono, que es un gas de efecto invernadero que se libera con la quema de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural) y también como consecuencia de los incendios forestales.

                               Ya en el siglo XIX, con la Segunda Revolución Industrial que provocó un enorme aumento de la quema de combustibles fósiles, los científicos detectaron la capacidad del dióxido de carbono de incrementar las temperaturas globales.

                               A mediados del siglo XX empezaron a realizarse mediciones sistemáticas, que reflejaron un aumento constante de los niveles del nocivo gas. Una vez que alcanza la atmósfera, el dióxido de carbono tiende a permanecer allí durante mucho tiempo, una parte es capturado por las plantas, otra por los océanos, pero la mayor (cerca de la mitad) permanece atrapado en la atmósfera durante cientos de años.

                               Según el sitio Chequeado.com:

  1. a) Los modelos simples que toman como referencia el calentamiento del planeta provocado por el dióxido de carbono atrapado en la atmósfera, certifican que dicho aumento de temperaturas sigue una cronología histórica.
  2. b) Los modelos climáticos complejos, cuyos precursores han sido recientemente galardonados con el premio Nobel de Física, no solo muestran el calentamiento global general producido por el aumento de emisiones de gases de efecto invernadero, sino que además ofrecen información detallada sobre aquellas zonas donde el peligro es mayor.

                               Los registros a largo plazo que suponen los testigos de hielo, los anillos de los árboles y los corales, muestran que cuando los niveles de dióxido de carbono han sido altos, también lo han sido las temperaturas.

                               Nuestros planetas vecinos también nos ofrecen evidencias científicas. La atmósfera de Venus posee una gran cantidad de dióxido de carbono y en consecuencia es el planeta que presenta mayores temperaturas de nuestro sistema solar. Y eso a pesar de que Mercurio se encuentra más próximo al Sol.

                               En 2020, durante el primer año de la pandemia de coronavirus, en que bajó el uso de autos privados y algunas industrias detuvieron brevemente su actividad, las emisiones de dióxido de carbono procedente de la quema de combustibles se redujeron en torno al 6%. Ello, sin embargo, no implicó una reducción en términos absolutos, porque la cantidad liberada a la atmósfera por la actividad humana seguía excediendo con creces lo que la atmósfera podía absorber en forma natural.

                               Si la civilización dejara hoy de emitir dióxido de carbono, aún se necesitarían varios cientos de años para que el volumen de dicho gas en la atmósfera se redujera de forma natural y el ciclo del carbono del planeta volviera a alcanzar el equilibrio debido a la persistencia del CO2 en la atmósfera.

                               Hoy podemos decir, en relación a tres décadas atrás, que se ha avanzado mucho en la cooperación internacional para la disminución de la contaminación ambiental.

                               Tres hechos fueron considerados logros alcanzados: la eliminación de la lluvia ácida causada por las nubes de dióxido de azufre de las centrales eléctricas que queman carbón, el achicamiento del agujero de ozono en la capa que protege la tierra de los dañinos rayos ultravioletas, causado por aerosoles y refrigerantes, y, finalmente, la eliminación de la gasolina con plomo, que causaba una variedad de problemas de salud.

                               Aunque el acuerdo alcanzado en la reunión del COP 26, realizado en Glasgow (Escocia) durante noviembre de 2021, es “débil” según Greenpeace, es un avance más en la dirección correcta.

                               El objetivo es mantener el calentamiento global en 1,5°C., meta para la cual los países están de acuerdo que sólo se puede abordar trabajando juntos.

                               Es cierto que los avances palpables en la materia surgen de los grandes acuerdos internacionales, especialmente que involucren a las grandes potencias que son, por antonomasia, los mayores contaminantes del planeta. Hoy, por suerte, parecen estar en el sendero correcto, para bien general.

                               Sin embargo, para que le dejemos a nuestros hijos y nietos, a las generaciones futuras, un planeta habitable y amigable con el ser humano, el compromiso debe ser también individual, de cada persona, en el entendimiento que el cambio de hábitos contribuirá decisivamente al gran objetivo.

                               Los gobiernos del mundo deben colaborar. Fernández anunció que próximamente se construirá en la Argentina una planta para la fabricación de “hidrógeno verde” con fuentes no contaminantes, lo que significará que la Argentina también pone su grano de arena. Esperemos que no quede ello en anuncio.

                                            Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI

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Jorge Simonetti

Jorge Simonetti es abogado y escritor correntino. Se graduó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Nordeste. Participó durante muchos años en la actividad política provincial como diputado en 1997 hasta 1999 y senador desde 2005 al 2011.

Se desempeñó como convencional constituyente y en el 2007 fue mpresidente de la Comisión de Redacción de la carta magna. Actualmente es columnista en el diario El Litoral de Corrientes y autor de los libros: Crónicas de la Argentina Confrontativa (2014) ; Justicia y poder en tiempos de cólera (2015); Crítica de la razón idiota (2018).

https://jorgesimonetti.com

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