MIRANDO EL 2023
“El tiempo es…muy lento para los que esperan, muy rápido para los que temen, muy largo para los que sufren, muy corto para los que gozan”
William Shakespeare
*El tiempo es tanto como lo percibe la necesidad de cada uno. Para el gobierno, 2023 queda muy lejos teniendo en cuenta la crisis que debe administrar. Para la oposición, parece estar a la vuelta de la esquina, la “pelea por carguitos”, al decir del Gobernador Valdes, se hace intensa con vistas a las presidenciales del próximo turno.
**Los dirigentes opositores juran y perjuran que la continuidad de la alianza está garantizada, pero las brechas que se abren por la colisión de los “egos”, pueden consolidar al debilitado oficialismo que busca emerger luego de la derrota.
***De cualquier modo, para los argentinos de a pie 2023 queda muy lejos, medido en tiempo de inflación, corrupción, degradación del salario y el desconcierto de un gobierno que no atina a formular un plan creíble para escaparle a la crisis.
¿El tiempo es absoluto o relativo? Según la física tradicional el tiempo es un dato de la realidad y como tal es absoluto: “real es lo que se puede medir”.
Pero, desde la enunciación de la teoría de la relatividad especial, el concepto entró en debate a partir de la afirmación de Albert Einstein de que “el tiempo y el espacio son creaciones libres de la inteligencia humana, herramientas del pensamiento que deben servir para relacionar vivencias y comprenderlas así mejor”.
John A. Weehler, uno de los últimos colaboradores de Einstein, plateaba que el realismo del tiempo se deja resumir en la frase “el tiempo es el modo como la naturaleza evita que todo suceda a la vez”. Sin embargo, gran conocedor y divulgador de la teoría de la relatividad, rechazaba el realismo del tiempo. Al decir del profesor de Física de la Universidad de Granada, Arturo Quirantes, “la distancia y el tiempo no son absolutos, sino que dependen del observador”.
Debate científico aparte, me interesa considerar, siguiendo a Shakespeare, el significado psicológico del tiempo desde el punto de vista del sujeto. El tiempo es largo para los ansiosos, para los que anticipan el futuro y no viven el presente, corto para quienes temen un desenlace negativo del porvenir.
En la Argentina de 2021, que tan lejos queda el 2023 en que culmina el mandato presidencial y nuevas autoridades deben asumir. Un realista diría que queda tan lejos como 24 meses, un relativista dirá que queda a la distancia que el observador lo perciba.
A los efectos de este artículo, suscribo la posición relativista, mido el tiempo con la vara de los estados psicológicos y las expectativas de los actores. Por ejemplo, para los argentinos en general, el 2023 queda lejísimo, porque lo miden en la persistencia de la inflación, la corrupción, la falta de fuentes de trabajo, la caída del valor de los salarios, el desconcierto del gobierno ante los graves problemas.
Para el gobierno, en cambio, pudiera estar demasiado cerca para que pueda mejorar su performance y tener chances electorales en el próximo turno, aunque también a años luz teniendo en cuenta que no atina a encontrar la forma de enfrentar los graves problemas que debe administrar hoy, ahora.
¿Y para la oposición? Considerando los resultados del último turno electoral y las disputas nacidas en su seno, 2023 parece estar a la vuelta de la esquina.
Es cierto que la democracia es debate y competencia, pero cuando ello trasciende las ideas y se instalan de manera desmesurada en las apetencias y los egos, pareciera que los codazos y las disputas boxísticas definen quién llega al queso con mayor rapidez.
Recuerdo una frase que decía algo así como “no hay que comer el queso antes de tenerlo”. Eso es, precisamente, lo que pareciera estar haciendo la oposición, ante la indisimulada disputa de espacios en el ámbito de los bloques legislativos y partidarios, lo que no constituye una buena señal para los ciudadanos.
Una cosa es aspirar al poder y otra, muy distinta, es tener posibilidades concretas de alcanzarlo. Cambian las expectativas y también los comportamientos de los involucrados en ella.
Con el resultado electoral, se advirtió lo cerca que está la oposición de alcanzarlo en 2023. Ello bastó para que se abandonara la compostura dirigencial y, pensando que el oficialismo está KO (grave error), se abalanzaron sobre la puerta de entrada hacia los sillones de mando, pisándose unos a otros.
En realidad, el PRO conserva una relativa compostura manteniendo todavía las disputas dentro de los carriles internos. No así la UCR, uno de cuyos sectores, envalentonado con algunos resultados, proclamó a todos los vientos su derecho a ocupar espacios de poder partidarios y legislativos, con miras a posicionarse de cara a la candidatura presidencial del espacio para 2023.
Pero perdió en los votos de los legisladores, y, no aceptando la derrota con el argumento de que no era lógico que los que pierdan conduzcan y los que ganen acompañen, partió el bloque cuando la mayoría se inclinó por la conducción tradicional de Mario Negri, en desmedro de los “nuevos”, que apoyaban al cordobés Rodrigo de Loredo (que le ganó en las Paso a Negri) del sector “Evolución” del senador nacional Martín Lousteau.
La realidad es que la democracia indica que el que somete al sistema luego debe aceptar los resultados. No hay otra. Irse, romper el bloque, habla mal de los rebeldes, es señal de ambiciones personales desmedidas y fuera de tiempo, causadas por la cercanía con la se visualiza “el queso”.
Con los resultados electorales, el PRO festejó tímidamente, pero el radicalismo sacó pecho, especialmente el sector de Lousteau, advierten que la presidencia puede estar cerca y aspiran a encabezar la fórmula de Juntos por el Cambio. Pero cargan sobre sí la sospecha de “filokirchneristas”, por el pasado ministerial de su conductor.
El gobernador de Corrientes Gustavo Valdes, uno de los verdaderos triunfadores entre opositores que están en función de gobierno, ha apoyado a Negri y con Morales integran el sector de “presidenciables” por el radicalismo. La postura del correntino se vio fortalecida con el triunfo de su candidata, Valeria Pavón, como conductora de la Juventud Radical a nivel nacional.
En su momento, el oriundo de Ituzaingó criticó duramente las disputas descarnadas de espacios de poder en el partido de Alem y de Irigoyen, aclarando que no considera apropiada “la pelea por carguitos”.
Mientras esto sucede en la UCR, lo cierto es que el tiempo pasa rápido para los que ven muy cerca la posibilidad presidencial, pero la fórmula debe ser elegida en el marco de la alianza cambiemita. “Todos los curas quieren ser papas, pero sepan que hay que competir” dijo Mauricio Macri, quién también espera agazapado su posibilidad, fundado en el 41% que obtuvo en su derrota de 2019.
Toda la oposición jura y perjura que está garantizada la continuidad de la alianza, pero la ciudadanía mira con preocupación “la pelea por carguitos” cuando todavía restan casi dos años, que en nuestra Argentina es un siglo, y muchas cosas pueden pasar. El comunicado del bloque de senadores de la UCR, tratando de calmar las aguas, no aporta demasiado hacia un futuro impredecible.
Mientras tanto, también el gobierno alza la vista hacia un 2023 que se presenta lejano a estar por las condiciones objetivas de las variables económicas, pero muy cerca si tenemos en cuenta la necesidad de una recuperación en su magra gestión.
De uno u otro modo, nadie tiene la vaca atada. Si la oposición lo cree y continúa con la lucha descarnada, estará agregando veneno a la copa con la que debería brindar en menos de dos años.
Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI
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