FASCISTAS TEMPERAMENTALES
*Trumpsonaro es el presidente de una nación de América, de gran extensión territorial y cuantiosa población. No tiene gran preparación para dirigir un país, menos uno de tal envergadura. Sus ideas son confusas y sus acciones responden a impulsos. La pandemia mundial del coronavirus lo ha puesto de manifiesto en toda su dimensión. Su actitud desafiante ha agravado el mal, posibilitando que los contagios se cuenten por millones y los muertos por decenas de miles.
**No existen ni derechas ni izquierdas para los narcisistas, megalómanos y psicópatas. En función de gobierno tienen una marca en el orillo que los identifica.
***El virus mata a veces, la cuarentena empobrece. En la disyuntiva entre la enfermedad y la economía, el freno y el acelerador son dos aliados para atravesar el camino pedregoso y llegar al final. Para Trumpsonaro el freno es un elemento decorativo.
“Es mejor ser señor de su propio espíritu que conquistar una ciudad”
Proverbios 16-32
Así como el populismo, en cuanto categoría política, no tiene ideología, los hay populistas de izquierda y de derecha, para gobernar en el modo populista son necesarias condiciones temperamentales que determinan una tipología de gobernante cuya personalidad tiene una genética particular.
La pandemia del coronavirus vino a resaltar los blancos y negros de los mandatarios en medio de una crisis sanitaria. El virus no los ha cambiado, los ha puesto de manifiesto con mayor contraste. Los populistas han mostrado su peor cara, los democráticos consolidaron su mejor visión.
Siempre he sostenido que, en las alturas del poder político, es muy difícil distinguir a los normales de los psicópatas. Es que éstos, por su gran capacidad de manipulación y falsa empatía, pueden encantar a millones de personas, que les permiten llegar con su voto a posiciones de mando, en las que se revelan tal cual son y causan daños inconmensurables. Un botón basta de muestra: Adolf Hitler, que accedió con el voto popular en la Alemania de la preguerra.
Salvo Maquiavelo, que describía al buen “príncipe” como un individuo que debía utilizar cualquier medio (la fuerza, la mentira, la manipulación) con el objeto de realizar un buen gobierno, en la historia se ha mencionado al buen gobernante, desde Platón hasta Tomás Moro, como seres prudentes, ecuánimes, reflexivos, no impulsivos y, naturalmente, decididos a la hora de actuar.
Temo decir que, aun cuando no contarían con ascendientes comunes, los gobernantes de los dos países más grandes de América, tanto en extensión como en población, Donald Trump en Estados Unidos y Jair Bolsonaro en Brasil, se han mimetizado de tal manera con sus comportamientos en el ejercicio del poder, que parecieran producto de una creación humana de laboratorio, cual Frankesteins modernos, pero con un solo nombre, uno compuesto.
Trumpsonaro accedió al poder como el candidato “antisistema”, que haría volar por los aires los vicios de lo corrupto, de lo perverso, de lo incorrecto del sistema vigente. Sin embargo, sólo consiguió demostrar, una vez más, sobre todo para ejemplo de los que descreen en la política como inherente a la democracia, que tiene una ideología difusa, contradictoria y oportunista, un carácter imprudente y una falta de preparación supina. Piensa, tal cual lo describiera el economista y Premio Nóbel Paul Krugman, que todos los que lo precedieron son idiotas.
El presidente Trumpsonaro en gestión de gobierno es narcisista, se muestra como una figura a admirar; es megalómano, piensa que el mundo gira en torno a él y se cree destinado a cambiar la vida de los demás; es extravertido pero no empático; es autoritario, arrogante y prepotente; menosprecia al resto de los mortales, considerándolos inferiores; es misógino, racista y xenófobo; basa sus ideas en prejuicios y estereotipos; no acepta consejos y desdeña a los colaboradores que pudieran aportarlos; es ignorante y creído, imprevisible, impulsivo e imprudente; su método preferido es la manipulación y no es ajeno a la violencia.
Como buen populista, Trumpsonaro tiene componentes claramente autocráticos, consecuentemente es autoritario, se escuda en la voluntad popular, entendida ésta en su condición fetichista, en la que la voz del pueblo es la voz de dios (vox populi, vox dei), y, por supuesto, se siente fiel exponente de la misma, de modo tal que está convencido que su voz, por carácter transitivo, es la voz de dios.
Su propia imprevisibilidad y falta de preparación para el ejercicio de tan altas responsabilidades, lo ha vuelto un peligro para la nación que gobierna y también para el mundo. De pronto, una mañana, sin planeación ni consejos, sin evaluación ni consultas, de una, es capaz de apretar el botón rojo o, por el contrario, abrazarse con su enemigo.
El presidente Trumpsonaro accedió al poder prometiendo “ley y orden”, paradójicamente en cambio, gobierna en contra de la ley y promueven el desacato a las instituciones que el mismo preside.
Cumple el cronograma del “buen fascista”, desde el centro mismo del poder intenta desacreditar el sistema normativo y constitucional de su propio país, promueve la rebelión contra el mismo, para luego en la etapa siguiente, eventualmente abrogar los poderes republicanos y constituirse en el salvador de la patria.
Promueve la violencia, alienta a la población a la utilización de las armas, desacredita a sus propios gobernadores, descalifica a sus ministros, despide a los que lo contradicen.
Con la pandemia se vio su cara más cruel y a la vez más farsesca, relativizó su gravedad, la calificó como una “gripecita”, desacreditó a las autoridades sanitarias de su propio gobierno, despidió a alguno de ellos, aconsejó la utilización de desinfectantes y de medicamentos no probados, desde su ignorancia y desatino desafió la palabra de los científicos. Ralentizó la preparación de su país para enfrentar el virus, hizo desaparecer organismos encargados del estudio de enfermedades infecciosas, relativizó la cantidad de contagiados, que se contaron por millones, y de muertos, que sumaron de a miles.
Su actitud desafiante lo llevó a fomentar la utilización de armas a los habitantes de un estado para una supuesta defensa de la “libertad”, a despojarse del barbijo protector delante de varios periodistas a pesar de saber que se había contagiado el virus, a realizar actos de campaña electoral provocando multiplicidad de contagios.
Es que el presidente Trumpsonaro es así, preside el sistema pero a su vez lo socava, desacredita al covid-19 por el sólo hecho de haberlo puesto en segundo plano en la consideración de sus votantes, promete e insta a la represión cruda contra sus propios ciudadanos reclamantes, pero a su vez insta a sus partidarios a utilizar armas en contra de las autoridades estatales.
La cuestión es, para este moderno engendro de gobernante, nunca perder la primera plana de los diarios, sin miedo al ridículo ni a las consecuencias fatídicas de sus actos. Aún a costa de la salud de sus gobernados.
Sus preocupaciones económicas no pasan por el perjuicio que la paralización de actividades ocasionan en los bolsillos de sus conciudadanos, quiere terminar con las cuarentenas para que la economía lo ayude en sus ansias reeleccionistas y refuerce su imagen de superhéroe vencedor de los virus a pecho descubierto.
Puede ser que su ideología sea inmadura, pero seguramente el ejercicio de gobierno es maduro, porque no hace la diferencia de derechas e izquierdas, la autocracia es la misma, el comportamiento idéntico, los arranques autoritarios, calcados.
Trumpsonaro, es un presidente maduro para la América.
Jorge Eduardo Simonetti
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