EL DISCURSO DEL PRESIDENTE
“El arte de persuadir consiste en agradar y en convencer, los hombres se gobiernan más por el capricho que por la razón”
Blaise Pascal
El acto de asunción del nuevo presidente en el Congreso dejó tela para cortar en palabras y actitudes de los protagonistas. Tres son los temas que me gustaría destacar en este artículo: el pacto social, la economía y la justicia.
Mientras Alberto Fernández, representante de casi el cincuenta por ciento de los votos, en su primer discurso como presidente convocaba a la unidad de todos los argentinos, al cierre de las heridas, a la construcción de un nuevo contrato social sin exclusiones, su ladera, Cristina Fernández, saludaba sin mirarlo y de modo descomedido al presidente saliente, al mismo que representa más del cuarenta por ciento del electorado.
Los hechos valen más que mil palabras, y la actitud beligerante demostrada por Cristina, titular del poder real en el binomio, parece desmentir la intención pacificadora expuesta en el discurso de su compañero.
Mientras en su mensaje de asunción, Fernández convocaba a cerrar la grieta, Cristina saludaba de modo descomedido al presidente saliente. La imagen vale más que mil palabras, el llamado a la concordia contrastaba fuertemente con el odio que traslucía la mirada huidiza de la vicepresidenta
La víctima del infantil berrinche no fue Macri sino un presidente democrático saliente, presente en el acto por imperio de las normas legales y protocolares y factor fundamental en la tarea futura de oposición.
Cristina demostraba así que los enunciados albertistas no se corresponden con la realidad, por lo menos con “su” realidad. Todo lo que siguió del discurso estuvo signado por ese sentimiento de frustración ante algo que parecía más un “puesta en escena” que un mensaje sincero del primer mandatario. La “grieta”, mientras ella siga comandando los hilos, seguramente gozará de buena salud.
Está claro que las flamantes autoridades nacionales no la tendrán nada fácil con la economía, sobre todo si mantienen el combo de un estado gastador y una moneda débil.
Al igual que Macri en 2015 con su objetivo de pobreza cero, Alberto Fernández comprometió una batalla contra el hambre y la pobreza en la Argentina, algo con lo que ninguna persona bien nacida puede dejar de coincidir. La cuestión es saber cómo lo hará y con que herramientas. Si el mecanismo es el aumento del gasto público y el consecuente déficit fiscal, Macri puede contarle cómo perdió las elecciones con esa estrategia, que sólo trajo mayor inflación y más desocupación.
Detalló los números de la debacle macrista en materia económica, el crecimiento de la inflación, el achicamiento de la economía, el aumento de la desocupación, la depreciación de la moneda, el acrecentamiento de la deuda pública. Nada nuevo, ya que la “sensación del supermercado” le sirvió para ganar las elecciones.
El diagnóstico económico es relativamente fácil, las recetas no lo son, no sólo porque todas deben importar necesariamente cuotas de sacrificio de sectores que pueden presentar resistencia, sino además porque las soluciones no son tan claras ni están tan a la mano.
Así como Macri con Cristina, Alberto recibe de Macri la administración sin beneficio de inventario. Debe hacerse cargo de los problemas a partir del principio de continuidad del estado. Queda para los expertos la discusión sobre el peso relativo de la herencia proyectada hacia el futuro próximo, si es mayor o menor que el recibido por el presidente saliente en 2015. Pero en todo caso la cuestión será casi anecdótica, y reservada para los libros de historia.
Macri dejó muy baja la vara económica, un asunto con el que tendrá que lidiar el nuevo presidente, que recibe el gobierno sin beneficio de inventario
Sin ser el propósito de esta columna, no podemos dejar de señalar que la situación económica de la Argentina es grave (en rigor, lo fue casi siempre), no tenemos el viento de cola del mundo, los vencimientos de deuda son importantes y a corto tiempo, el gasto público sigue desbocado, y la inflación continúa siendo el impuesto más caro que pagamos los ciudadanos de a pie.
Seguramente, habrá una mayor intervención del estado en la economía, conforme la receta tradicional de los gobiernos peronistas, un mencionado y no explicitado contrato social servirá para reeditar las tradicionales conformaciones corporativas con las que se manejaron en función de administradores, y el refuerzo del estado benefactor cómo modo asistencialista de paliar el hambre y la pobreza extrema.
Puede pensarse que el desempeño económico del gobierno de Alberto Fernández será más auspicioso que el de su antecesor, con poco le alcanza para que lo sea. Pero aún con todo ello, la ansiada recuperación no será rápida ni indolora. Mas que una seguridad, es un gran interrogante social, que hace cruzar los dedos a los distintos estamentos sociales.
La tercera cuestión, no menos importante, aunque no tenga que ver de modo directo con los bolsillos de la gente, es el funcionamiento debido del sistema democrático, la independencia de los poderes, y en especial el funcionamiento de la justicia.
Los gobiernos del signo político del presidente Fernández, la mayoría de ellos, no fueron destacados por su comportamiento republicano. Sin ir más lejos, la administración cristinista fue pródiga en manifestaciones autocráticas que diezmaron la república.
El Congreso fue un apéndice del poder ejecutivo. Durante gran parte de ese período político no se realizaron sesiones ordinarias, que permiten a la oposición coparticipar en la agenda legislativa. Tan sólo se realizaron sesiones especiales, con el único temario que fijaba el oficialismo.
Pero si el poder encargado de legislar fue objeto del copamiento ejecutivo y declinó su función de contralor institucional en favor de una gestión de “manos levantadas”, la justicia también sintió el cimbronazo del antirepublicanismo.
Los tristemente recordados proyectos de “democratización” de la Justicia, pretendieron darle diseño legal al intento de terminar con la república, diluir la división de poderes, y avanzar en la pretensión totalitaria de pintar con el color mayoritario a la justicia. La tarea de demolición de la independencia judicial no sólo vino desde afuera, también se trabajó desde adentro, logrando la adhesión de magistrados a la construcción oficialista “Justicia Legítima”, politizando internamente los estamentos judiciales.
La reforma judicial anunciada por Fernández, parece responder más a un compromiso de blindar penalmente a Cristina y a sus hijos, que a un genuino interés en cambiar la impronta de ese poder
En su mensaje, el flamante presidente tuvo expresa referencia al Poder Judicial, lo cual, con los antecedentes expuestos y las causas en trámite, no es buena señal. Lo mejor que puede hacer es dejar que la justicia trabaje.
El anuncio de próximo envío de proyectos de ley de modificación de la justicia, y su referencia específica a Comodoro Py dónde están los jueces que juzgan a Cristina, señalan sin dudas un intento de injerencia política directa y esparcen el tufillo a operativo impunidad que comienza a inundar el ambiente. Mientras tanto, la vicepresidenta suma fieles en cargos relacionados con la justicia.
Tengo para mí que la principal obligación contraída por Alberto con Cristina fue la del blindaje judicial de ella y sus hijos. Y ello sólo se logrará con modificación de estructuras judiciales, cambios de competencia, ampliación de integrantes de la cámara federal de casación penal y de la corte, creación de salas por materia, y designación de jueces amigos, como manera de neutralizar decisiones que hagan mérito de abrumadoras pruebas colectadas.
Si el frente judicial para Cristina está tranquilo, Alberto podrá gobernar con menos presiones. Si no, sentirá en la nuca el viento caliente del compromiso pendiente.
Dr. Jorge Eduardo Simonetti
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