TIEMPOS NUEVOS, LÍDERES VIEJOS
“Es hora de una nueva generación de líderes”
John Fitzgerald Kennedy
“El país de Nunca jamás” es una lejana y exótica isla dónde los niños no crecen, nunca llegan a adultos, y viven sin ninguna regla y responsabilidad. Es una creación de la novela fantástica “Peter Pan”, del escritor escocés J. M. Barrie.
La Argentina no es una lejana y exótica isla, pero sí pareciera ser un país trágicamente mágico, habitado por niños que nunca llegan a adultos y que viven, o pretender hacerlo, sin ninguna regla y responsabilidad, tal como en “Peter Pan”.
Vivir con responsabilidad significa, en lo público y lo político, hacerse cargo de las propias decisiones, saber que los apoyos electorales que otorgamos son, para bien o para mal, parte del futuro común, del que seguramente ninguno vamos a escapar.
Escudarse en que los ciudadanos no elegimos sino optamos entre las ofertas electorales es parcialmente válido, porque también lo es que la falta de alternativas nace a partir de nuestro desprecio y desentendimiento por las cuestiones públicas. Somos, en términos griegos, “idiotas democráticos”.
En otros países, sin dar nombres, los sospechados o juzgados por comisión de reiterados actos de corrupción son desterrados de la esfera pública, en rigor ellos mismos se abstienen. A su vez, los que pierden elecciones a raíz de sus malas gestiones, se retiran de la política activa. En Argentina, no.
¿Son los políticos argentinos distintos de los de otros países, son ellos los culpables por ser más ambiciosos, menos púdicos, más desvergonzados o desentendidos? No, o por lo menos no totalmente. Los culpables de que ello suceda somos los ciudadanos. ¿Cómo los ciudadanos? Sí, nosotros, porque ellos saben que los vamos a volver a votar, así hayan sido ineficientes o corruptos. Pueblo de mala memoria, o de moral selectiva.
Cristina es la que ejercerá el poder real en el oficialismo. Alberto Fernández puede llegar a construir poder propio con el paso del tiempo y el uso de la lapicera, y en algún momento colisionar con la impronta de su jefa política. En la oposición, Mauricio Macri tiene todas las fichas puestas para constituirse en el líder, aunque todavía le falten varios rounds para consolidarse
Dos liderazgos asoman para la Argentina que viene, los dos son el continuismo del pasado, aunque de manera inversa en cuanto a la ubicación en el contexto político institucional.
Cristina volvió de Cuba con la mejor sonrisa. Como en Peter Pan, “Mientras sonreía de esta manera nadie se atrevía a hablarle, lo único que podían hacer era estar preparados para obedecer”. Y estuvieron preparados todos cuando bajó del avión, incluido Alberto, que fue al pie hasta el departamento de Juncal, para ver la manera poco considerada con que le modificaban “su” gabinete.
Hizo saber, y de qué modo, que el poder seguía pasando por ella, encolumnó a todos los peronismos y peronistas de a uno en fondo, terminó con los sueños autonómicos gestados en su ausencia, armó su esquema de poder en el ámbito legislativo, colocó a sus leales al frente de lugares clave (sobre todo para el control de los jueces) y seguirá tomando decisiones.
Desde la vicepresidencia de la nación, reafirma su liderazgo y el poder que está dispuesta a ejercer de manera explícita. Nadie puede dudar que los que la colocaron allí son los ciudadanos, a quiénes poco les importó la acumulación de causas y pruebas por corrupción. Tampoco se desconoce, por otra parte, que comienza a armar su blindaje judicial, y el de sus hijos.
Y si desde el poder se reafirma un liderazgo que viene del pasado, lo propio parece suceder desde la oposición con Mauricio Macri, aunque a éste le falten completar varios rounds para consolidarse.
Con los resultados electorales de octubre pasado, el saliente presidente se envalentonó y se autoproclamó jefe de la oposición a partir del 10 de diciembre. Lo avalan más del 40% de los votos y el debilitamiento evidente de un partido tradicional, la Unión Cívica Radical, que no ha recreado liderazgos ni tampoco presencia territorial.
Y al ciudadano común poco le importaron, tal cual como en el caso de Cristina, los antecedentes preexistentes de Mauricio Macri, que si bien consolidó un perfil democrático de gestión, no ha sido exitoso en función de gobierno.
Hoy tenemos más pobreza, más inflación, más deuda, y una situación económica muy delicada, de pronóstico reservado. La pobreza subió en cuatro años del 30 al 35%, la inflación saltó del 30 al 55% anual, la deuda pública creció en 74 mil millones de dólares. Y esto no lo dijo el kirchnerismo sino el Ministro de Economía de Macri, Hernán Lacunza, días pasados.
Lo más grave de todo ello es que la situación económica del argentino promedio se ha deteriorado de manera evidente y que la recesión está más presente que nunca, habiendo aumentado un 3,4% respecto a 2015 (siempre con los datos del ministro).
En la misma línea del relato gubernamental macrista, que más que un relato pareció siempre un texto de autoayuda, Lacunza sostuvo que el logro está dado por la siembra, y que la cosecha se verá más adelante, afirmación incomprobable al momento y más que dudosa a estar por los parámetros conocidos.
Los liderazgos de la Argentina futura tienen historia, y no hay que desestimarlas. Cristina heredó el poder de su marido, pero supo construir su propio espacio. Macri lo hizo desde cero, y llegó a la más alta magistratura.
Ambos liderazgos representan, para la Argentina que viene, un lastre con los desencuentros de un pasado no lejano
Sin embargo, es esa propia historia la que viene cargada de un lastre muy pesado. Por un lado, la repetición en el mando del estado de alguien multiprocesada por haber utilizado los dineros públicos para enriquecimiento personal. Por el otro, quién desde la oposición difícilmente pueda mejorar la pobre performance que desarrollara en función de gobierno.
Ambos están en esos lugares por el voto ciudadano, pero ejercitarán liderazgos envejecidos por las disputas del pasado, un pasado de desencuentros, enfrentamientos y división social, que difícilmente puedan ser superados mientras sean ellos mismos los que encabecen el oficialismo y la oposición.
Los procesos cambian no sólo con nuevas ideas, necesitan de un aliado fundamental, el tiempo, y de nuevas camadas de dirigentes que no carguen sus espaldas con los estigmas y las cadenas de un pasado muy pesado. “Es hora de una nueva generación de líderes”, como dijera John F. Kennedy.
Una nueva generación de líderes aparece como necesaria en la política argentina. Pero los liderazgos no se regalan, se ganan
Pero los argentinos, en nuestra tierra de bellezas naturales inconmensurables y de contrastes políticos casi perennes, tendremos que seguir con la confrontación y con las divisiones de antaño por un tiempo más, para algún día comenzar a emerger con la mente despojada de prejuicios y el corazón presto a la concordia.
Mientras tanto, que funcionen las instituciones adecuadamente, que el presidente administre, que los legisladores legislen y que los jueces juzguen de manera independiente, como debe ser, aunque esto último, en el futuro próximo, sea improbable.
Jorge Eduardo Simonetti
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