PAISAJE LUNAR
Las veredas de Corrientes tienen ese ¡no se qué!, viste? Mezcla rara de paisaje lunar y prosa kafkiana, de sonrisa dibujada y monstruo de mil cabezas. Siempre están a la espera de los locos citadinos, que con dos banderitas, una en cada mano, nos atrevemos a encararlas todos los días en riesgo de nuestra pobre humanidad.
Es que las veredas, nuestras veredas, no son una cosa inerte, un objeto inanimado, tienen vida, ¡sí, vida!, y también sentimientos y resentimientos. Son, a veces simpáticas, las más vengativas. Son libertarias, democráticas, veleidosas, caprichosas, políticas, fieles a la cultura de sus propietarios, aliadas a muerte con la impericia de sus gobernantes.
No traicionan, se exhiben a cara descubierta, son lo que muestran y demuestran lo que son, de puertas hacia afuera representan fielmente lo que pasa de puertas hacia adentro. Si están cuidadas, limpias, impecables, quienes viven puertas adentro seguramente son cuidados, limpios, responsables. En cambio, si están rotas, sucias, descuidadas, será inequívoco que los de adentro son culturalmente rotos, sucios e irresponsables. Las veredas no mienten.
Aman la libertad, no les gusta la ley ni el orden, tampoco la autoridad. Se reparan si les va en gana, y si no, no. Las hay de cemento, de mosaicos de todo tipo, de baldosas, baldosones, de piedra, de ladrillo, las hay sobreelevadas y también depresivas, el cóncavo y el convexo les va de maravillas.
Tienen una alianza estratégica con el poder, son coherentes cuando de políticas públicas se trata.
El primer objeto de la coalición política con sucesivos Intendentes y autoridades municipales, es la promoción turística. No sería divertida la monotonía de veredas arregladas, uniformes, del mismo nivel, limpias. Por ello se conservan con valles y montañas, con pozos y montículos, con lugares resbaladizos o con vallados infranqueables, en fin, son una razón más para que el turismo visite Corrientes y disfrute de la aventura de adentrarse en sus laberintos e intentar llegar sanos y salvos a destino.
Autoridades y muchos propietarios, comercios, oficinas públicas, tienen constituido un acuerdo político con las veredas, con un objetivo claro e irrenunciable: hacerle la vida imposible al peatón, apuntando especialmente a los viejitos de andar vacilante, a las mamás que empujan sus carritos, a los que se trasladan en sillas de rueda.
Ya no se trata sólo de que calle La Rioja, con las veredas más angostas que haya, sea una pista de carrera dónde grandes bólidos, lanzados a toda velocidad, le tiran un viento espeluznante a los arriesgados caminantes de la zona. Tampoco que no haya semáforos peatonales casi en ningún lado, menos aún se trata de la inveterada costumbre de no respetar, por ignorancia culpable o desentendimiento doloso, las prioridades de paso entre autos y peatones conformes las reglas.
Ello ya es un valor entendido (o un disvalor): primero nosotros los automovilistas, los colectiveros, los motociclistas, luego, si hay tiempo y lugar, los peatones.
Las veredas también son respetuosas de la continuidad democrática y de sus políticas. Se mantuvieron siempre fieles a la política de este intendente, del anterior, del anterior al anterior (sigue y suma) se no intervenir, no exigir al propietario el arreglo, no lanzar una campaña dirigida a repararlas. En tal sentido, sea el signo político que gobierne, que bueno que en algo haya continuidad en una política pública, la de la negligencia y el desentendimiento.
Se sospecha de un fuerte lobby con los traumatólogos, que, en amparo de su fuente de trabajo, defienden a muerte este estado de cosas. Es que un tobillo roto, una rodilla torcida, una humanidad al piso, son divisas para sus bolsillos.
Pero, no vayan a creer, las veredas son también contradictorias, veleidosas, quieren parecer hermosas, envidian solapadamente a su hermana mayor, la calle, que mal que mal se las atiende con el arreglo de uno que otro bache. ¿Por qué ellas son objeto del desvelo del poder y del dinero público, y a nosotras no tienen abandonadas?, se preguntan.
Son feministas, pero no dejan de ser mujeres. Les gusta ser consideradas, escuchadas, halagadas, maquilladas, verse hermosas, sueñan con valerse por sí mismas, a pesar de la actitud machista de propietarios y autoridades.
Pero no se conforman con poco, no les alcanzan programas como el de “veredas inclusivas” que, a estar al cálculo del ojo del buen cubero, no les alcanzaría la vida para ver sus resultados. Quieren verse hermosas, ¡pero ya!, no dentro de dos años, ni de diez, ni nunca.
La única duda es: si se reparan, ¿perderán esos rasgos cautivantes de lo desconocido, lo inesperado, lo novedoso, lo imprevisible? Tal vez, pero será eso preferible a un pie roto, una humanidad destrozada y un inveterado sentido de frustración colectiva.
Las veredas de Corrientes tienen ese ¡no se qué!
Jorge Eduardo Simonetti
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Las veredas, un drama para los no videntes