NO TAN DEMOCRÁTICOS
“La única cosa que respeta el poder es el poder”
Malcom X
Si hay un objeto de admiración entre los futboleros, ése es la pelota. Ello quedó testimoniado con una frase de uno de los mejores jugadores de todas las épocas, hoy devenido en personaje tan querido como odiado, Diego Armando Maradona, cuando dijo: “la pelota no se mancha”, como queriendo significar que la redonda es el símbolo de la pureza del juego, más allá de las pertenencias pasionales.
Si consultamos a los políticos cuál es el emblema intocable de su actividad, aquello que no debe “mancharse” en términos maradonianos, seguramente obtendríamos respuestas como: “democracia”, “justicia social”, “república”, y muchas otras por el estilo. O sea, respuestas de “cliché”, políticamente correctas hacia el gran público.
Pero, ¿encontraríamos algún político que se saque el “casette” y responda con sinceridad? Difícil, porque el “vellocino de oro”, el objeto más preciado, el motor que impulsa la actividad política no es otro que el “poder”, ya sea para alcanzarlo o para conservarlo.
El poder, en este caso el poder político, permite muchas cosas: reconocimiento, admiración, tener la palabra autorizada, el manejo de los dineros públicos, tomar las decisiones, influir en la comunidad, tener una vida más fácil que el resto de los mortales. Obviamente, también supone ser odiado, pero ello forma parte del riesgo profesional, y en todo caso es una consecuencia menor en vista de las ventajas.
La alternancia es un elemento constitutivo esencial para una democracia. Sin embargo, muchas veces es sacrificada en función de los personalismos, aún cuando para ello deban obviarse las normas legales y morales. El presidente va por su reelección y 16 de los 24 gobernadores, algunos utilizando piruetas de dudosa legitimidad y legalidad
Obviamente, también está el costado marginal de los sillones del mando, aquél que permite manejar el dinero de todos y estar sujetos a la tentación de confundir los bolsillos públicos con los privados.
Ian Robertson, profesor de psicología y director del Instituto de Neurociencia del Trinity College de Dublín, recuerda que el ejercicio del poder genera una reacción química, la liberación de una sustancia denominada “dopamina” en la zona de recompensa del cerebro, altamente adictiva, con enorme semejanza a la cocaína: un placer inmediato que deviene como adicción en el largo plazo.
Nayef Al Rodhan, filósofo y neurocientífico, expresa que la alta concentración de dopamina en el cerebro, genera en el político una alta dependencia del poder, provocándole un estado megalomaníaco y una pérdida de empatía, lo que ha llevado a muchos dirigentes a perder contacto con la realidad, y también a grandes tragedias (Napoleón, Hitler, Stalin).
¿El poder es malo en sí mismo? No y sí. Si la persona atribuida de poder tiene los frenos morales suficientes, mantendrá a raya sus peores instintos. En cambio, si el poderoso pierde contacto con la realidad, aparecen los sentimientos de omnipotencia, megalomanía y narcisimo.
Uno de los elementos fundamentales de la democracia es la alternancia, tanto que me animo a decir que sin alternancia la democracia es una falacia.
Aprovechando la laxitud de las leyes, o manipulando la interpretación de las normas, o aprovechando un momento circunstancial de popularidad que permiten reformas constitucionales, los políticos han trabajado para perpetuarse en el poder, y, debo decirlo, aquí no existen ideologías ni partidos, es una regla disvaliosa que se aplica a casi todos.
La ambición de poder va desde extremos carnívoros como el de Gildo Insfrán, que pujará por el séptimo mandato consecutivo, o el de los Rodríguez Saá, que fundaron una verdadera dinastía hereditaria en San Luis, hasta otros más herbívoros como el del propio presidente
El que está sentado en un sillón de mando político, suele engañarse muy fácilmente con el aplauso oportunista, comienza a creerse imprescindible, tocado por la vara de los dioses, y obviamente piensa que la comunidad lo necesita, que no hay quien pueda reemplazarlo. De ahí, a las ansias de perpetuación en el cargo, hay un paso.
Que se entienda bien, la ambición de poder es el combustible necesario para el funcionamiento del sistema democrático, y de la política que es su operadora. El interés por la cosa pública debe ser una obligación social. “Idiota” se denominaba en Grecia a los individuos que no se interesaban en los asuntos públicos.
El problema se suscita, sin embargo, cuando se confunde la ambición sana de poder con aquella que no reconoce límites ni normas, en especial cuando se quieren repetir los mandatos personales, uno tras otro, o cuando el mismo partido o alianza se repite sucesivamente en el gobierno.
En este caso, la noción de temporalidad se cambia por la de perpetuidad, la de inquilino del sillón por la de dueño del mismo, se confunde el bolsillo estatal con el propio, es decir se pasa a la psicopatía de propietarización (valga el neologismo) del poder público.
De las 24 provincias (incluyendo la Ciudad Autónoma), 16 mandatarios van por su reelección, tanto justicialistas como de Cambiemos.
Hay casos especiales, entre ellos el del “eterno” Gildo Insfran en Formosa, que luego de un cuarto de siglo continuo, va por un séptimo mandato, o el del riojano Sergio Casas, que manipuló a la Legislatura y habilitó un plesbicito en pleno enero, para poder presentarse a su reelección a pesar que la Constitución de su Provincia no lo permite, o el de los hermanos Rodriguez Saá, un verdadera dinastía hereditaria en San Luis, o Urtubey que, luego de tres mandatos consecutivos en Salta, quiere ser Presidente, o María Eugenia Vidal que quiere repetir en Provincia de Buenos Aires, para luego recalar en la Presidencia, o de Rodríguez Larreta en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, o el del Presidente Macri, que quiere repetir, o el de Cristina, que quiere volver luego de dos mandatos consecutivos.
Cuando un dirigente político, o un gobernante, comienza a creerse imprescindible, resulta claro que inicia el camino hacia la psicopatía megalómana, una patología demasiado extendida por estos tiempos
En la Provincia de Corrientes no la tenemos diferente. El radicalismo, con aliados, gobierna desde 2001, a través de su líder Ricardo Colombi (tres mandatos), su primo Arturo (un mandato) y el actual gobernador Gustavo Valdez que transcurre su segundo año. El actual oficialismo tampoco es afecto a renovar figuras, tenemos titulares de organismos autárquicos que manejan el dinero público desde hace 18 años, o legisladores que van a cumplir en sus bancas 22 años seguidos.
No ayuda para nada en la renovación política, la tradición caudillista que tiene nuestro país, que fue colonizado por la monarquía española, y una sociedad que tiene un concepto del poder menos centrado en el funcionamiento del sistema y mucho más en los personalismos.
Estamos lejos de ser democráticos, aunque lo pregonemos de la boca para afuera, y ello tiene que ver más con las personas que con las divisas partidarias. Para que un país sea democrático, no sólo debe tener un sistema y gobernantes democráticos, debe también tener un pueblo con cultura democrática, que descrea de los semidioses que se creen con poderes superiores que les confieren derechos para gobernar sin tiempo la vida de sus congéneres. Al que caiga el sayo, que se lo ponga.
Mientras tanto, que el poder no se manche, porque es el verdadero arquitecto del atraso de nuestros países.
Jorge Eduardo Simonetti
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La alternancia es el clishe de los perdedores. Que lo cuente Merkel a la que nadie cuestiono sus reelecciones. Y no hablamos ni de Venezuela y Argentina sino de Alemania. El pueblo decide si hay alternancia y no el pode permanente que es el que quiere reeleccion de Macri o alguna fotocopia.