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¿ALCANZA CON PEDIR PERDÓN?

LA IGLESIA CATÓLICA EN TIEMPOS TURBULENTOS
“Pedimos perdón a los abusos en Irlanda, abusos de poder y de conciencia; abusos sexuales por parte de miembros cualificados de la Iglesia. De manera especial pedimos perdón por todos los abusos cometidos en diversos tipo de instituciones dirigidas por religiosos y religiosas y otros miembros de la Iglesia”
papa Francisco, Irlanda, 26 de agosto
                              
                               A Jorge Bergoglio, como papa Francisco, le han tocado tiempos difíciles, de eso no hay dudas. Debe administrar una iglesia, la de mayor número de fieles en el mundo, que no atraviesa momentos de calma, antes bien de fuertes turbulencias por planteos profundos al dogma y cuestionamientos a la integridad moral de muchos de sus componentes.
                               Para colmo, sus enemigos internos aprovechan para culparlo de cuestiones que sucedieron en tiempos pretéritos.
                               En cada acontecimiento que preside, en cada país que visita, debe dar respuestas a los escándalos de abuso de menores sucedidos en instituciones religiosas, que continúan saliendo a la luz, y también a las nuevas visiones sociales sobre principios y dogmas religiosos que se multiplican en el seno de la sociedad civil, como el divorcio, la homosexualidad, el aborto.
                               Irlanda, a la que visitó en la semana transcurrida, fue la nación de mayor fervor católico en Europa, exportadora de sacerdotes a todo el mundo.
                               En la última visita papal, 1979, el divorcio, la homosexualidad y el aborto eran ilegales. Hoy, el divorcio es ley, tiene un primer ministro gay y en mayo votó abrumadoramente en favor de eliminar la prohibición del aborto de su Constitución.
La visita del papa a Irlanda, mostró a una Iglesia Católica atravesando momentos turbulentos. Volvió a pedir perdón por los casos de abuso de menores, los que se agregaron a los de Chile, Boston, Pennsylvania, y tantos otros
                               También Francisco, debió responder en ese país por los abusos sexuales cometidos por religiosos, así como en enero fue por los abusados en Chile, sumados a otros miles sucedidos en Boston, en Pennsylvania, en Perú, en Argentina con el ex sacerdote Grassi, y en tantos lugares del mundo que salieron a la luz por la valentía de las víctimas. Y pidió perdón, como lo viene haciendo reiterativamente.

                               La pregunta es si a la Iglesia Católica, como la institución milenaria más importante de occidente, sólo le corresponde pedir perdón por parte de su máxima autoridad, o además debe hacer otra cosa.
                               Los abusos de menores fueron delitos cometidos en el seno de instituciones católicas, en tal cantidad que sobrepasan la mera calificación de inconductas aisladas, para inscribirse en cuestiones casi institucionales de mayor envergadura, fundamentalmente por su reiteración y por el encubrimiento evidente de parte importante de la jerarquía eclesiástica.
                               Los pedidos de perdón, las investigaciones, los enjuiciamientos, los apartamientos de eclesiásticos, no parecen alcanzar.
                                Dios no perdona a los que cometen un pecado a propósito y con malicia, se niegan a reconocer su falta, no quieren rectificar lo que han hecho o no están dispuestos a pedir perdón a quienes causaron daño (Proverbios 28:13; Hechos 26:20; Hebreos 10:26). Estas personas que no se arrepienten se convierten en enemigos de Dios. Y él no espera que perdonemos a los que él mismo no ha perdonado (Salmo 139:21,22).
Si Francisco no quiere pagar los platos rotos por hechos aberrantes sucedidos en tiempos anteriores a su papado, deberá actuar con energía y mostrando hechos concretos
                               Si Francisco quiere un verdadero cambio de rumbo en estas cuestiones tan dramáticas y ruinosas para la fe, debe proceder a reformular las estructuras de manera profunda, pero además debe contemplar seriamente la posibilidad de revisar algunos de sus dogmas que son los que pueden estar ocasionando esta terrible enfermedad.
                               Se habrá preguntado el Vaticano por qué en el seno de la iglesia se repiten esos aberrantes sucesos. ¿Podría ser el voto de castidad y el celibato una razón?, entre otras.
                               Planificar un camino para erradicar definitivamente esa lacra de los ámbitos recoletos de la religión católica es imperioso, y si hay que modificar normas, derrumbar falsos dogmas, modificar procedimientos perimidos, habrá que hacerlo sin la menor duda y a toda prisa.
                               El tan criticado espíritu corporativo que tanto mal le hace a la sociedad, se repite en el ámbito eclesiástico, aunque con mucha mayor gravedad por estar involucrados los sentimientos religiosos de un tercio de la humanidad.
Los enemigos internos de Francisco están aprovechando ciertas inconsistencias para cargar contra la gestión del Sumo Pontífice
                               No podría explicarse de otro modo que años, décadas, siglos, de aberrantes sucesos de abuso sexual de menores, hayan sido ignorados por los integrantes de la comunidad religiosa, lo que ha posibilitado que la larga historia negra no haya sido expuesta a la luz de la comunidad en general y de la justicia penal en particular sino hasta mucho después de sucedidos.
                               El pedido de perdón institucional no alcanza. Esa actitud de contrición podría ser el camino personal de los que, arrepentidos, se dispongan a cumplir la pena que les impongan las autoridades de la sociedad civil y el camino de expiación que le indique el que de arriba nos ve a todos.
                               Pero la iglesia es una institución, y las instituciones deben aggiornarse y modificarse, no sólo para recuperar prestigio perdido, sino fundamentalmente para no facilitarle cobertura a quienes violan la ley y pretenden una impunidad de pertenencia. Menos aún, la Iglesia Católica que representa el sentimiento religioso de 1.300 millones de personas en el mundo.
                               Castigar con severidad lo que ya sucedió y tomar las decisiones necesarias para impedir su repetición, es parte de las indelegables funciones de Sumo Pontífice. No le alcanza con pedir perdón.
                               A todo esto, el peligro principal que corre gran parte de la humanidad es que el catolicismo no fue ni es sólo religión, es además cultura, es la manera que adoptamos los occidentales de ver y vivir la vida, con paz, tolerancia, democracia, libertad, autodeterminación, verdad, justicia.
                               Según el poeta y dramaturgo estadounidense T.S.Eliot,  “cultura y religión no son la misma cosa, pero no son separables, pues la cultura nació dentro de la religión. Cuando habla de religión se refiere al cristianismo, y dice que aun cuando un europeo no pueda creer en la fe cristiana, “aquello que dice, cree y hace, proviene de la fuente del legado cristiano y depende de ella su sentido. Sólo una cultura cristiana podía haber producido a Voltaire o Nietzsche”(Simonetti, Crítica de la Razón Idiota, p.98).
                               Tal parece, sin embargo, que estos tremendos sucesos que comentamos, no han mellado la adhesión de las personas al culto católico, aún cuando el bautismo muchas veces viene sazonado con cuestiones más sociales que religiosas.
Le está faltando a la Iglesia Católica la profundidad de  debate en grado conciliar, para tomar postura en temas en los que la sociedad requiere transformaciones
                               Es cierto que la fe mueve montañas, y que muchas veces los hechos externos o las fallas humanas, en vez de quebrantar el espíritu religioso, lo refuerza y lo convierte en incondicional.
                               Pero, pensemos, ni para los creyentes ni para los agnósticos de buena voluntad, conviene que todo aquello que sustenta nuestra civilización, pueda entrar en el ámbito de un relativismo moral que denigra y deshumaniza.
                               Creo que le está faltando a la Iglesia Católica la profundidad de los debates en grado conciliar, que alivie la carga del Papa y le confiera sustento conceptual y de derecho canónico, para tomar postura y decisiones en temas fundamentales que hoy se encuentran en un proceso acelerado de transformación.
                               Porque, a decir verdad, la ancha avenida del medio se está tornando demasiado angosta para Francisco, y corre el peligro de derrapar en su trascendente tarea misionera.
                                                           Jorge Eduardo Simonetti
*Los artículos de este blog son de libre reproducción, a condición de citar su fuente

Jorge Simonetti

Jorge Simonetti es abogado y escritor correntino. Se graduó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Nordeste. Participó durante muchos años en la actividad política provincial como diputado en 1997 hasta 1999 y senador desde 2005 al 2011.

Se desempeñó como convencional constituyente y en el 2007 fue mpresidente de la Comisión de Redacción de la carta magna. Actualmente es columnista en el diario El Litoral de Corrientes y autor de los libros: Crónicas de la Argentina Confrontativa (2014) ; Justicia y poder en tiempos de cólera (2015); Crítica de la razón idiota (2018).

https://jorgesimonetti.com

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