LA POLÍTICA DE RAMBO
“Un triángulo desolador: la muerte del que trabaja, la impunidad del que delinque y la improvisación del que gobierna.”
Luciano Román, La Nación
*Mentir casi impunemente ante los presentes y camuflarse como héroe ante el drama, puede disparar las peores pulsiones de quiénes se sienten burlados. Berni no es un superhéroe, es un farsante que hace del drama una comedia. No tiene la grandeza de renunciar, mientras las víctimas de sus mentiras son justificadamente enjuiciadas por la agresión.
**No es asunto de una persona, de un mal funcionario, es el resultado de un sistema que no da para más, un estado gordo e ineficiente y un populismo sin rumbo.
***Las elecciones están cerca. No debemos creer en magos, pero la política debe ponerse las pilas y presentar propuestas creíbles ante el incierto panorama.
De un salto bajó del helicóptero enfundado en su traje de superhéroe. Cuando se disponía a lanzar sus primeros rayos verbales con los que acostumbra a conjurar el asedio de los malos, recibió un par de trompazos de choferes que manifestaban por el asesinato de un compañero pocas horas antes.
No lo esperaba, las piñas lo tomaron de sorpresa. ¿Cómo lo iba a esperar si las veces anteriores, con sendas apariciones de Capitán América, fue capaz de saldar la situación?
Sí, de Sergio Berni estamos hablando, el cultor de las apariciones “rambolescas”, el policía preferido de Cristina, el comediante oficialista, el protagonista misterioso en tiempos de la muerte de Nisman, el de los descensos vertiginosos en las autopistas en tiempos de pandemia, el que disputa autoría sobre el método Bukele, el que promete solucionar en quince días la inseguridad en Rosario.
Sí señor, el mismo “superberni” que anunció soluciones inmediatas con la inseguridad en el conurbano y continúa conviviendo con estadísticas de asesinatos y robos en crecimiento geométrico, el que se da tiempo para pasearse por las redes sociales al frente de operativos para las cámaras, en moto y con ametralladora.
Esta vez no lo esperaba un auditorio condescendiente con sus mentiras, lo aguardaban trabajadores que velaban a un compañero asesinado y que diariamente conviven con el peligro del asalto y la muerte, ciudadanos a los que no se les cumplió con las medidas de seguridad que Berni y anteriores gobiernos le prometieron.
La violencia nunca se justifica, pero en este caso se explica. Es que el show en la política tiene el ajustado margen de la pirueta repetida. Ya no hay tontos que se vuelvan a tragar una y otra vez los anzuelos de la comedia, menos aún cuando la muerte es el resultado de una realidad que no cambia.
La farsa bravucona que acostumbra a interpretar Berni, que como el fuego fatuo se consume en su propia inconsistencia, recibió un duro cachetazo de la realidad a través de los puños de los colectiveros.
Es que, si malo es mentir, es insoportable para las víctimas advertir que el mentiroso quiera salir vestido de héroe como producto de sus engaños.
Es aquí dónde la historia vuelve a repetirse, tal como lo diría Marx, cuando la primera vez se presentó como la tragedia de la muerte incomprensible, y hoy se repite como la farsa de un “acting” patético.
Daniel Barrientos fue un chofer de 65 años, al que le faltaban días para jubilarse, y que cayó víctima de las balas asesinas de delincuentes cada vez más jóvenes y con menos límites. Se repitió lo de Leandro Alcaraz en 2018.
Pero el problema principal no son los delincuentes, la falla está del otro lado, del lado del estado, que no atina a instrumentar con responsabilidad, coordinación y seriedad, planes que nos saquen de la magia espasmódica del método Berni, del cinismo repetitivo del ministro Aníbal Fernández, de la falta de gestión del no presidente Alberto Fernández, del estado presente que nos prometieron y que cambiaron por uno con mucha grasa y poco músculo, improvisado y sin respuestas.
Y aquí debo parafrasear a Cristina, con su latiguillo del que “todo tiene que ver con todo”. La inseguridad tiene que ver con muchas cuestiones, es multicausal.
Entre otras causas, tiene que ver con un país en crisis continuas, con una juventud sin horizontes, con la escuela de Baradel, el hipergarantismo de Zaffaroni que impregna leyes y jurisprudencia, los legisladores bonaerenses que se niegan a modificar la normativa procesal de la “puerta giratoria”, un populismo que pregona facilismo para luego decantar en drama, en suma con la corrupción pública que nunca termina de castigarse.
Y sí, todo tiene que ver con todo. No se trata sólo del Berni payasesco que con traje de superhéroe nos mete en la realidad virtual de solucionar la inseguridad con un golpe del rayo mágico, se trata de que la sociedad, o grandes sectores de ella, les crea. Y esto no sólo vale para la circunstancia, sino para toda la política: suponer que los magos nos sacarán del entuerto, ésos que de un movimiento prometen convertir el hierro en oro.
Estamos cerca de una elección, tal vez la más importante en mucho tiempo, no sólo por las condiciones relativas del país, sino porque además se juegan conceptos diferentes sobre la cosa pública, que nos marcarán el futuro en veinte años. El próximo gobierno no puede darse el lujo de fracasar, aunque tengan grandes posibilidades de que ello ocurra. Si lo hace, volveremos a la calesita, con un regreso del populismo que nos hundirá más y más.
Y con esa perspectiva, la sociedad en su conjunto debe saber separar el polvo de la paja, no escuchar los cantos de sirena. Sin un votante preparado y consciente, ello no es posible, la responsabilidad descansa en cada uno de nosotros.
Cambiar nuestra impronta social supone pensar un poco más, dar lugar al análisis antes que al temperamento, guardar nuestros sesgos en un cajón, por lo menos momentáneamente, y realizar un análisis sereno y consciente.
Todos los expertos en psicología electoral opinan que el elector se deja guiar más por las emociones que por las razones, todo aquello que lo conmueve, aunque la mente tire para el lado contrario, tendrá el apoyo del corazón del votante. Y así nos va.
En el tiempo que viene, no sólo debe apuntarse a un triunfo electoral, sino fundamentalmente a la creación de una opción que garantice, en primer lugar, la planificación de un camino posible; en segundo, un equipo con enjundia y con el propósito de jugar para el bien común; y en tercer lugar un marco de alianzas que no nos paralice en el jaque perpetuo y nos garantice gobernabilidad.
Para ello, debemos descartar lo malo conocido, pero también saber reconocer al vendedor de humo antes que compremos el producto, antes que votemos. Existen formas, métodos, instintos, para descubrirlo, y para ello debemos usar la cabeza.
Las ideas son importantes en ese trance, los planes mucho más, pero también adquiere centralidad el temperamento, la personalidad, el equilibrio, la enjundia, la voluntad y el volumen político del candidato o la candidata a presidente.
El populismo, lo hemos comprobado, no es buena cosa. Pero tampoco los autopromocionados “fuera de sistema”, que agitan ideas liberales desde el pedestal de un temperamento autoritario. Los enunciados mágicos del autopromocionado “liberautoritarismo”, pueden ganar espacio en una sociedad poco preparada para identificar los cantos de sirena, en especial en los jóvenes que sólo han vivido lo peor de la clase política.
Pero en este país puede suceder cualquier cosa, como que el mago farsante de la inseguridad, el provocador serial de choferes acongojados, no haya presentado su renuncia y las víctimas de su comedia estén enjuiciadas.
Buen domingo, a pesar de todo.
Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI
*Los artículos de esta página son de libre reproducción, a condición de citar su fuente