DEMOCRACIA O NACIONAL POPULISMO
“Con la crisis de 2008, nació o se consolidó en casi todo el mundo lo que muchos llamamos el nacional-populismo, que es una reformulación del fascismo o de los totalitarismos”
Javier Cercas, escritor, novelista, columnista del diario El País de España
*La guerra fría marcó la primera bipolaridad. Dos mundos, el capitalista y el comunista. La disolución de la URSS abrió paso a la universalización capitalista. La invasión rusa a Ucrania está clausurando la globalización y marca el comienzo de una segunda bipolaridad mundial.
**Esta nueva bipolaridad no está identificada con las categorizaciones del pasado. Hoy, el debate no es económico. La opción es democracia o autocracia.
***Nuestro país no se prepara para el nuevo escenario mundial. ¿Seguiremos haciendo la política del equilibrio inestable?
La invasión rusa a Ucrania puso sobre el tapete un escenario mundial que se encontraba algo larvado: una nueva bipolaridad geopolítica.
Esta nueva bipolaridad no es explicable a partir de la categorización ideológica del pasado, que dividió al orbe entre regímenes colectivistas y capitalistas.
Con el desplome de la URSS, los viejos compartimentos doctrinarios cayeron estrepitosamente, aunque haya quienes persisten, equivocados a mi juicio, en analizar la realidad a partir de la vetusta díada derecha-izquierda.
La izquierda fue siempre colectivista y la derecha, fascista. Hoy, los dos polos son otros: democracia y autocracia, republicanismo y populismo.
El reconocido escritor español Javier Cercas vino a nuestro país para participar en la Feria del Libro. No escribe sólo de ficción, también de actualidad como columnista de un importantísimo diario español y activo participante en redes sociales.
La Nación le hizo un interesantísimo reportaje, en el cual deja muchísima tela para cortar sobre la realidad mundial. Un tema central fue el conflicto entre democracia y nacional populismo.
Tal cual lo vengo exponiendo en mis columnas, entiendo que la agresión rusa a Ucrania exhibió, con la crudeza del conflicto armado, una realidad geopolítica apenas disimulada por la globalización, y que no tardaría en manifestarse.
No son sólo las conquistas comerciales de mercados o disputas subterráneas de hegemonías. Ahora es la violencia expuesta, la guerra, que por el momento parece europeizada, pero que en un tris puede ser universal.
El mundo vuelve a ser bipolar. Desde los tiempos de la guerra fría que con claridad dividió el mapa entre el capitalismo y el comunismo, la caída del muro de Berlín cerró toda una época de bifrontalidad. Pareció que el paraguas de la globalización, de la democracia liberal y del capitalismo económico guarecía todo el orbe.
Sin embargo, principalmente desde los albores del siglo XXI, se fue construyendo una alternativa, no ya del capitalismo, sino de la democracia.
En efecto, sobre las ruinas de un colectivismo fracasado, China y Rusia desarrollaron un sistema capitalista, casi diría un capitalismo de amigos, que los llevó, principalmente a la primera, a desplegar potencialidades económicas nunca alcanzadas. Aunque, claro está, bajo un sistema político autoritario y represor.
La globalización creó escenarios combinados que favorecieron el progreso económico de sistemas autoritarios, en cuyos territorios, por la baja de costos y de mano de obra barata, se instalaron primeras marcas mundiales.
Nadie intuyó, o a nadie le convenía advertirlo, que tarde o temprano se configuraría el choque de sistemas incompatibles entre sí mismos: la democracia y la autocracia.
Los recursos energéticos, el petróleo y el gas, fueron elementos de confluencia entre los países. La interdependencia se hizo materia de todos los días. Los alemanes, y gran parte de Europa, se calentaban con el gas ruso. Rusia tenía como principal ingreso de divisas la venta de los recursos energéticos.
Pero la política manda sobre la economía, aunque muchos no lo quieran ver. Las fronteras democráticas se extendían, sin prisa pero sin pausa, y los regímenes autoritarios comenzaban a sentirse amenazados.
Es que todo forma parte de una natural tendencia de los seres humanos a la libertad. Y, disuelta la URSS, los países del área soviética fueron paulatinamente acercándose hacia Occidente, hartos de pertenecer a sistemas que los constreñían a la antigua disciplina totalitaria.
La Otan, la alianza político militar de occidente luego de la Segunda Guerra Mundial, cuyo par en épocas de la guerra fría fue el Pacto de Varsovia, estaba en estado de hibernación. Putín la revivió con su invasión, y la mayoría de las naciones del este europeo se mueven hacia esa coordenada. Ucrania, Suecia, Finlandia y varios más.
La prosperidad económica sirvió a países con regímenes autoritarios a desarrollar la idea de que se podía tener prosperidad en el marco de un férreo control político. Se desarrolló, entonces, una alternativa a la democracia capitalista: la autocracia capitalista, o lo que también se denomina el nacional-populismo.
En ese marco, Putín pasó a ser admirado por países en los que gobernaban líderes autoritarios. Contribuyó decisivamente a llevar al poder a Trump, apoyó el Brexit británico, financió a líderes de extrema derecha como Salvini y Le Penn, países como Venezuela y Nicaragua tienen excelentes relaciones con el ruso, apoya a regímenes represores como el de Orbán en Hungría o el del seis veces reelecto Aleksandr Lukashenko en Bielorusia. Ni qué decir de China.
Cómo si ello no fuera suficiente, el ex KGB cuenta con la admiración incondicional de Cristina y con un abrepuertas argentino: Alberto Fernández.
La invasión armada de Rusia a Ucrania, no hizo sino catalizar las posiciones, colocarlas blanco sobre negro, consolidar los bloques que se intuían en medio de la globalización. De un lado quedaron los países con gobernantes nacional-populistas, de izquierda o de derecha si así se los quiere calificar, y del otro los que militan en el campo de la democracia liberal.
Instalada nuevamente la bipolaridad en el escenario mundial, la guerra viene a brindar un elemento más contundente de disección. En ese marco, la propaganda juega un papel muy importante, y el relato forma parte de una metodología de conquista de las mentes.
Cercas dice con mucha razón que “lo primero que intenta el poder es conquistar el lenguaje, si conquistas el lenguaje, conquistas la realidad. Es lo que ahora se llama la narrativa, el relato”. De ello podemos dar fe los argentinos, que hemos vivido bajo el paraguas del relato en los últimos veinte años.
Y ¿cómo sacarse de encima el sayo del relato, de la fake news, de los sesgos publicitarios del poder? Sólo con la educación, el pensamiento, la meditación y el razonamiento.
Para ello, los intelectuales juegan un papel decisivo. Digo los intelectuales refiriéndome no sólo a los escritores, también a los periodistas y a todos aquéllos que con su labor diaria condicionan, o lo intentan al menos, la opinión social.
Pero, la preparación personal es insustituible para tamizar los sesgos y la labor de los que escribimos. Creo no equivocarme al decir que desde la soberbia del pedestal intelectual, se han construido relatos incompatibles no sólo con la realidad sino con la racionalidad.
De cualquier modo, creo que la globalización tiene firmado el certificado de defunción, o por lo menos agoniza en su lecho de muerte. Las sanciones a Rusia harán imposible una vuelta a los tiempos en los que, por razones económicas y geopolíticas, se disimulaban los autoritarismos.
Alemania, por poner un ejemplo, no podrá depender casi absolutamente del gas ruso, las fábricas norteamericanas que se instalan en China estarán observadas o impedidas por su gobierno. Nada será igual.
Habrá que prepararse para esta segunda ola de bipolaridad geopolítica. Argentina, ¿seguirá haciendo su política de equilibrio inestable?
Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI
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