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¿HACIA EL OCASO DEL “CRISTINOCENTRISMO”?

CISMA FRENTETODISTA

“La unidad no es un valor en sí misma, sólo tiene sentido si sirve para mejorarle la vida a la gente. Los que hoy gobiernan son los que deben demostrar que también la sostienen”

Cristina Kirchner, 17.3.22

*Cristina lo eligió, es su vicepresidenta, forma parte del frente oficialista en el gobierno. Sin embargo, ella no se siente incluida, pareciera que los que gobiernan son otros. El kirchnerismo duro, cada vez más reducido, tuvo una contundente derrota tanto en Diputados como en Senadores, al aprobarse el acuerdo con el FMI. Pareciera que es el comienzo del fin del “cristinocentrismo” argentino.

**Alberto Fernández se acordó tarde que es él el presidente y que debía tomar el toro por las astas. Lo hizo, desprendiéndose de su mentora en el acuerdo con el FMI. Ante el cisma, ¿se animará a construir poder propio?

***Con una posición más parecida al capricho narcisista que a al razonamiento crítico, la vicepresidenta ha entrado en un callejón que puede significarle una pérdida importante de acompañamiento político.

                               ¿Cristina trabaja para la unidad? A su particular manera, aunque para ella signifique votar en contra de las propuestas de su propio gobierno, en el que ya no se siente incluida a pesar de ser la vicepresidenta de la nación.

                               Los votos divididos del Frente de Todos, tanto en Diputados como en Senadores, con los que la vicepresidenta quedó en absoluta minoría respecto al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, están señalando un escenario, si bien previsible, novedoso.

                               Muchos compañeros, siguiendo una lógica peronista de larga data, están demostrando que acompañan al líder o a la lideresa hasta la puerta del cementerio, no más allá.

                               Está visto que el acuerdo con el FMI no es la panacea para nadie. Pero hay quienes se ubican en el lado de la responsabilidad institucional, el de “otra no hay”; y los restantes, sin propuesta alternativa razonable, apuestan al “que se pudra todo”, incluyendo el default y sus consecuencias.

                               Un razonamiento normal hubiera pronosticado  que la división legislativa se produciría entre la postura del gobierno, por un lado, y la de la oposición por el otro. Pero no, en nuestro país no, sobre todo gobernando el peronismo, que está acostumbrado a tener en su mismo seno oficialismo y oposición.

                               Se formó una rara entente en el tratamiento del acuerdo, cómo si los votos en uno y otro sentido fueron ordenados con la lógica del teorema de Baglini.

                               Contribuyeron para lograr los números necesarios para su aprobación, los oficialistas que decidieron jugar para su gobierno (especialmente los que son dependientes de los gobernadores) juntamente con los opositores que sienten que les tocará a ellos el próximo turno gubernamental.

                               En la vereda de enfrente, ya sea votando en contra o absteniéndose, quedaron los oficialistas muy cercanos a Cristina, sumados a los de la izquierda trotskista y a los liberales.

                               La cuestión es que ninguno de los dos sectores en que se dividió la votación aparenta tener un futuro político electoral común. El bloque anti FMI, con una integración variopinta de liberales, izquierdistas y kirchneristas, no parece tener un hilo conductor común en lo ideológico, aunque en los hechos sus posturas los presenten en yunta.

                               Antes que un posicionamiento ideológico, Cristina cree que el acuerdo con el organismo internacional constituirá un salvavidas de plomo para el futuro electoral del Frente de Todos, y se prepara para plantear ejes diferenciadores en el probable llano futuro.

                                Alberto, en cambio, piensa que el plan fondomonetarista representa la única posibilidad de estabilizar la economía, derrotar a la inflación, salvar su gobierno, y soñar con un futuro reelecionista.

                               Como fuere, está claro que una Cristina, acostumbrada como está a que los soldados le respondan de a uno en fondo, se siente ahora cuestionada en su rol de liderazgo político. Sospecha que tendrá que agudizar las contradicciones con su propio sector político para, tal vez, recoger los mayores pedazos de un gobierno que probablemente vaya a partirse en el próximo turno electoral.

                               En una encuesta realizada en el mes de febrero por la consultora Synopsis, dentro del Frente de Todos Cristina continúa encabezando las preferencias, aunque con una pérdida significativa de porcentaje. Esa pérdida, vale aclararlo, no es capitalizada por el presidente.

                               Se vislumbran tiempos distintos no sólo en la política vernácula, sino también en el ámbito de lo social. Los últimos tres lustros, la Argentina funcionó con un “cristinocentrismo” que condicionó toda su economía, su política, sus relaciones sociales, su funcionamiento institucional. La sociedad se partió en función del eje amor/odio hacia Cristina.

                               Su falta de empatía, sus atronadores silencios en los eventos más dramáticos del país, sus alocuciones de auditorios aplaudidores, sus prolongados mutismos, su desconexión casi absoluta con su electorado, sus campañas políticas sin recorrer el país, fueron los raros condimentos de un liderazgo de duro rostro y comportamiento confrontativo.

                               Es cierto, la base indispensable fue creada por su marido, Néstor Kirchner, que vislumbró muchos años de un kirchnerismo con su mujer funcionando sólo como una pieza más del rompecabezas hegemónico.

                               La muerte del santacruceño determinó un tiempo político distinto, porque Cristina no fue una mera continuidad de su marido, desde el pedestal de su arrogancia demostró que los liderazgos carismáticos pueden constituirse también a partir del autoritarismo, la desconexión social, la imposición, la confrontación, la falta de empatía.

                               Para su sector es una líder transformacional aunque para muchos otros su liderazgo apenas alcance el rango de transaccional. Lo cierto es que, el condimento emocional que supone la adhesión cuasi irracional de sus seguidores, la ha constituido en protagonista fundamental de la historia reciente de la Argentina.

                               Tal vez lo que ahora cabe es preguntarse ¿cómo los argentinos llegamos a referenciar nuestra vida individual y social alrededor de Cristina?, porque el “cristinocentrismo” no fue sólo de sus partidarios sino de la sociedad toda.

                               Es una materia interesante para el análisis de un psicólogo, individual y social. Cristina proyectó en la sociedad su “egocentrismo”, su concepción temperamental de que sólo importa ella, y que todo el resto es derivación de ese fenómeno primigenio. Y la gente y la política respondió de la misma manera, referenciando toda su vida en torno a ella.

                               Pero el tiempo transcurre, las circunstancias cambian y hasta los liderazgos más consolidados pueden comenzar a desgranarse a raíz de los errores estratégicos o los posicionamientos encontrados con la realidad de los pueblos.

                               La Argentina está casi en llamas no sólo por la historia de una dirigencia política que no estuvo a la altura de las circunstancias, sino, hoy y ahora, por los desaciertos que repetidamente comete el gobierno de Fernández, el elegido por el dedo de Cristina. Y eso no es algo de lo que ella fácilmente pueda despegarse, a pesar de todos sus esfuerzos por fijar posiciones que la ubiquen en un lugar opositor.

                               La invasión rusa a Ucrania suma un elemento negativo más. Nuestro país es particularmente permeable a esos desajustes, que se agregan a una política interna errática. Los indicadores macroeconómicos continúan barranca abajo, la inflación no parece que fuera a ceder a pesar del rimbombante anuncio oficial del inicio (¿?) de una guerra total contra ella.

                               Si el gobierno va a ser afectado política y electoralmente por la situación, no veo como Cristina, aunque adopte un papel de opositora ideológica a su propio partido, vaya a salvarse del incendio que ella misma contribuye a desatar.

                               Tal vez, entonces, las llamas del incendio de su liderazgo comiencen a chamuscar su proyección futura, teniendo en cuenta además que las avanzadas judiciales, especialmente la de la causa Vialidad en juicio oral, la mantendrán preocupada y ocupada en tiempos venideros.

                                 Es para pensar, entonces, que llegado el caso el peronismo vuelva por sus fueros, y en un probable futuro opositor, haga valer la máxima de su comportamiento: “muerto el rey, viva el rey”.

                               Los votos legislativos ¿estarán preanunciando el comienzo del fin del “cristinocentrismo” argentino?

                                    Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI

*Los artículos de esta página son de libre reproducción, a condición de citar su fuente

Jorge Simonetti

Jorge Simonetti es abogado y escritor correntino. Se graduó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Nordeste. Participó durante muchos años en la actividad política provincial como diputado en 1997 hasta 1999 y senador desde 2005 al 2011.

Se desempeñó como convencional constituyente y en el 2007 fue mpresidente de la Comisión de Redacción de la carta magna. Actualmente es columnista en el diario El Litoral de Corrientes y autor de los libros: Crónicas de la Argentina Confrontativa (2014) ; Justicia y poder en tiempos de cólera (2015); Crítica de la razón idiota (2018).

https://jorgesimonetti.com

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