LA SEDICIÓN MAPUCHE
“No es función del gobierno brindar más seguridad en la región”
(De la carta del presidente Fernández a la gobernadora de Río Negro Arabela Carreras)
*Negar el auxilio federal ante actos sediciosos y terroristas, nos coloca en el escenario de un no estado, que renuncia conscientemente al ejercicio de sus obligaciones más básicas. Una contradicción al “estado presente” que ideologiza el kirchnerismo.
** Nadie sabe quién manda hoy en la Argentina. Si el gobierno hubiera sido de distinto palo político que el peronismo, el vacío de poder, ya hubiera causado un proceso de deterioro muyo mayor al que hoy se vive.
***Un no estado y un no presidente, es la combinación perfecta para volver a colocar a los argentinos en situaciones de incertidumbre que otrora nos trajeran muchos dolores de cabeza. Lo sucedido con el gobernador Perotti en Rosario es un adelanto. En mi libro “las zonas oscuras de la democracia” (2020), digo: “Si queremos entender la democracia, debemos entender la política; si queremos entender la política, debemos entender el conflicto”.
El conflicto es el dato central de la política. Según la genial definición de Juan Carlos Monedero “El conflicto es un equilibrio inestable de seres humanos que viven en el tiempo, es decir, que envejecen, que pierden constantemente energía camino de la muerte. Existirá conflicto mientras haya seres humanos que piensen que merecen algo y no lo tienen”.
Entonces, en el sistema democrático, es función de la política intermediar en el conflicto. Cuando, mediante el voto, el político se transforma en funcionario, se constituye en intermediario legítimo y legal de las tensiones sociales, es de su obligación intervenir porque es el representante del estado.
El estado tiene el monopolio de la fuerza, la debe ejercer conforme el conjunto de normas y procedimientos establecidos en la Constitución y las leyes. Hacerlo no es optativo para el gobierno, es su deber más elemental, es su “leit motiv”, es la razón por la cual los ciudadanos entregamos parte de nuestra libertad para poder vivir en comunidad y tener la seguridad que individualmente no podríamos conseguirla.
El sociólogo alemán Max Weber (1864/1920), distingue los conceptos de dominación y poder. El concepto de poder significa la probabilidad de imponer la propia voluntad dentro de una relación social, aún contra toda resistencia. La dominación, en cambio, es entendida como la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato de determinado contenido entre personas dadas. Lo distintivo de la dominación frente al poder es que la misma es legítima, es decir, los mandatos se aceptan como válidos por el conjunto social.
¿Cómo es posible que haya un orden social y político legítimo cuando se constata que en la realidad social existen una pluralidad de intereses y cosmovisiones en conflicto? Para Occidente, Weber nos dirá que ello es posible con la dominación burocrática legal, que hace que todos los integrantes de la sociedad respeten el derecho formal y asuman las responsabilidades, sin violar los derechos de los otros, pero que permite al mismo tiempo perseguir los intereses individuales.
En pocas palabras, todos los que habitan el suelo argentino, están sometidos a esa dominación burocrática legal, al respeto del ordenamiento jurídico del estado, y en tanto y en cuánto haya personas o grupos de personas que no cumplan con esa premisa elemental, el gobierno tiene, no la facultad sino la obligación de actuar en consecuencia, intermediando y, en última instancia, haciendo uso del monopolio de la fuerza.
Esto no parece formar parte de los libros que leyó Fernández y que enseña en la Facultad de Derecho, o sí, no lo sabemos, lo cierto es que en la práctica no sólo que no ejerce las funciones de presidente, sino que además escribe que “no le corresponde ejercerlas” en el caso del reclamo de la gobernadora Carreras.
Entonces, ¿para qué está el estado? o mejor dicho ¿para qué está Fernández? La renuncia consciente al ejercicio de sus obligaciones de Jefe de Estado, tiene su lado ideológico y su costado temperamental.
Las contradicciones del populismo son evidentes. Pregonan un estado presente, que interviene y regula todos los aspectos de la vida de los argentinos. Pero ese concepto es de aplicación parcializada, está traducido principalmente en entregas de ayuda social, subsidios y clientelismo a troche y moche, eso es estar presente. Sin embargo, en muchas áreas, como la seguridad pública, aplican la ideología y el estado se encuentra ausente según sea la cara del cliente.
El peronismo, o su versión siglo XXI el kirchnerismo, se ufana de tener un estado que ayuda a los más débiles, lo que no está mal, a menos que esa ayuda sea la práctica de un clientelismo expuesto cuyo principal insumo es crear la engañosa ilusión en la gente que se puede vivir sin trabajar, por lo que los estímulos están colocados del lado de la dádiva que mantiene en la pobreza y no del trabajo que dignifica a la persona y la coloca en el camino ascendente.
Su par opuesto, el liberalismo extremo, propugna un estado mínimo, con cuatro o cinco funciones, dejando el resto a cargo de la actividad privada y la lógica del mercado.
Lo digo siempre, lo repito ahora, soy partidario de las ideas no de los cepos de la ideología. Una gestión medianamente exitosa no puede asentarse exclusivamente en la ideología, lo prueban los países exitosos en el sistema capitalista, que han sabido crecer y consolidarse en función de ideas centrales y del realismo de sus políticas públicas.
Pero sea cual fuere nuestra posición política, es claro que la seguridad pública está a cargo del gobierno, que no puede hacerse el desentendido ante actos de terrorismo como la toma de tierras, la quema de propiedades, la ocupación ilegal de espacios, los atentados a los ciudadanos indefensos, el desconocimiento del estado argentino, las actitudes sediciosas, sean cuales fueren sus protagonistas, llámense mapuches, tehuelches, araucanos, patagones, argentinos, italianos, alemanes, españoles. Menos aún puede fomentarlas, como aparentemente lo hacen las autoridades nacionales.
Estamos, entonces, en las puertas del caos, porque el gobierno es lo que es: un profundo vacío de poder, de republicanismo, de coherencia, de compromiso con los ciudadanos, un no estado. Y el presidente también: un no presidente, un no hacerse cargo, un no ser, una renuncia consciente a ejercer el cargo, una farsesca realidad montada sobre una verba inconsistente, contradictoria, de doble moral y doble mensaje.
Fernández, el no presidente, comienza a parecerse cada vez más a “El hombre duplicado”, película basada en la novela de José Saramago, un mismo individuo pero dos personas, con idénticas características físicas, pero opuesto modo de actuar, de decir, de pensar, según se traten las circunstancias, los momentos, las conveniencias y, fundamentalmente, los juegos de poder.
El hombre duplicado comienza con la siguiente frase: “El caos es orden aún sin descifrar”. Esa respuesta es propia del Fernández no presidente, ante el reclamo de una gobernadora pidiendo el auxilio de las fuerzas federales.
Sin embargo, la mayoría de los argentinos sabemos que este caos “mapuche” está totalmente descifrado, y sigue adelante sólo por la actitud cómplice y omisiva del gobierno nacional, producto de una ideología incoherente que premia delincuentes y castiga ciudadanos.
En suma, estamos en presencia de un no estado y un no presidente, que no sólo no ejerce su autoridad sino que además lo reconoce por escrito en la carta a las gobernadora de Río Negro, negándole el auxilio.
¿A cuánto estamos del “sálvese quien pueda”?
Dr. Jorge Eduardo Simonetti
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