“Estoy dispuesto a construir la Argentina que viene, no necesariamente eso implica traje de presidente y una banda”
(Gustavo Valdés, gobernador reelecto, 30.8)
*La paliza electoral del domingo pasado parece tener una doble lectura, la primera señala la conquista de la cúspide del poder endógeno y, la segunda, proyecta la figura de Valdés hacia un horizonte de carácter nacional.
**El descomunal triunfo de un radical con responsabilidad de gobierno, la juventud del protagonista, la impronta democrática del personaje, a pesar del déficit de un mensaje político de mayor volumen como tarea pendiente, pueden constituir la plataforma de despegue para una misión que parece venirle como anillo al dedo.
***El capital político adquirido no debe dilapidarse ni perderse entre las diarias hendijas de la gestión gubernativa. Eso sí, el elemento psicológico resultará fundamental, una verdadera y sana ambición que sólo la tienen los destinados a llegar.
No por previsibles, los resultados electorales del domingo pasado dejan de impactar fuertemente por la magnitud de los guarismos, inéditos en historia provincial, más propios de los sistemas cuasi autoritarios que el de las democracias competitivas.
Pero aquí no cabe la lectura lineal del simple cálculo aritmético, sino el análisis de la complejidad que presentan los comicios en el interior profundo de la Argentina, en la que los pueblos tienen sus propias idiosincrasias, las economías locales presentan una desmesurada desproporción con el tamaño elefantiásico del estado y los gobiernos siempre tienen una decisiva ventaja al jugar con el efecto de “cancha inclinada” que se configura en casi todo el interior.
Sin embargo, tamaña paliza electoral se explica mejor en los comportamientos políticos de sus actores, en la construcción de un sistema bialiancístico de carácter heliocéntrico, dónde el partido principal da calor a una pléyade de pequeños partidos de escasa entidad ideológica, que suman votos en parte por la confusión del elector con la multiplicidad de boletas.
Pero es claro que la gestión gubernamental tuvo un rotundo aprobado, repitiendo el apoyo a un sistema que ya lleva veinte años, renovado ahora en nuevas formas y estilos por un protagonista joven e inteligente. A la par, una oposición que cargó con el contrapeso del ancla centralista y no supo ni quiso construir una alternativa real de poder, resignados de antemano a una derrota casi cantada.
Obviamente, como en toda contienda electoral, hay ganadores y perdedores, pero en ésta, particularmente, el oficialismo se consolidó como fuerza hegemónica y despojó a la oposición de una mínima envergadura republicana, ya escasa en estos últimos cuatro años por cierto.
Una primera lectura del panorama político a partir del 10 de diciembre nos puede llevar a conclusiones apresuradas, si tenemos en cuenta el achicamiento legislativo del sector opositor.
Valdés nunca fue autocrático. El ituzaingueño, a pesar de sus generosas mayorías legislativas, siempre observó las formas de una prudente conducta republicana, aunque en los hechos la Legislatura, aún sancionando importantes leyes como los códigos procesales, se convirtiera en un convidado de piedra en los temas de impacto institucional y social.
Ese es el “método Ricardo”: generoso en el reparto de candidaturas, tacaño en compartir las decisiones importantes con sus aliados políticos y con los otros poderes republicanos. Valdés continuó con el exitoso modelo, que vacía el poder de contenido pluralista con las buenas maneras de la no confrontación.
Así fue y así será en el próximo mandato: monopolizar el poder sin que se note, neutralizar la incidencia legislativa restándole escenario para debates importantes, y seguir con una prensa condescendiente, pero sin la truculencia de panegiristas expuestos ni periodistas militantes.
Gustavo Valdés, en 2017, fue un candidato designado por el dedo del gran elector, Ricardo Colombi, pero a diferencia de Alberto Fernández, que no supo construir poder propio y sí dilapidar el de su espacio político, el correntino, con la impronta de su juventud, de un dinamismo encomiable, de la regularidad en el cumplimiento de las obligaciones públicas, de aciertos notables como el del Hospital de Campaña, y del ejercicio firme pero discreto del poder democrático, escaló sólidamente en la consideración local.
Preferimos los correntinos gobernantes prudentes que cumplan con los salarios y hagan frente a los servicios y obras elementales, aun cuando con ello poco se mueva la aguja del desarrollo y de la reducción de la pobreza endémica del norte argentino.
La verdad es que con el estigma centralista y sin la ayuda del gobierno nacional, para lo cual hay que ofrecer un importante grado de sumisión política, poco pueden hacer los gobiernos locales más que mantener una administración prolija y un “vivir con lo propio” que garantiza una subsistencia mínima pero no un cambio de paradigma económico y social.
En suma, Valdés hizo lo mejor que puede hacer un mandatario provincial y eso, para el correntino, es suficiente. El resultado electoral lo marca.
Independientemente de las razones del pago chico, la cuestión ahora es preguntarse si habrá llegado para Corrientes la persona que cambiará el rumbo de la nave provinciana de los últimos ciento cincuenta años.
Dice el presidente de la Junta de Historia, el Dr. Dardo Ramírez Braschi que, hasta el final de la guerra con el Paraguay en 1870, Corrientes participó como actor fundamental en la construcción de la nación, en su organización, en su Constitución y en el federalismo. Pero a partir de entonces y hasta hoy, la política correntina se encerró en sí misma, no tuvo injerencia en el devenir de la república.
Con los contundentes guarismos electorales y una dirigencia nacional opositora que pugnó por conseguir un lugar en la foto del triunfo electoral, llegó el momento de preguntarse si no estamos ante el momento y la persona para salir de esa dinámica endógena y proyectar la impronta correntina hacia la construcción de un país más justo, más equitativo y más federal.
Si la respuesta es afirmativa, si el triunfo electoral marca el momento y Valdés el dirigente para apostar a nuevos modelos de ejercicio del poder y de construcción de la política, ¿tendrá el mismo la ambición, la decisión y la enjundia de encarar la tarea para la cual parece estar llamado a ejercer?
El primer mandatario correntino sabe el lugar en que el triunfo electoral del domingo pasado lo ha colocado, no en vano declaró al día siguiente que “estoy dispuesto a construir la Argentina que viene, no necesariamente eso implica traje de presidente y una banda”. Pero él ya sabe que su compromiso no está ya acotado a los límites del pago chico, tiene la obligación de ir por más, debe hacerlo, aun cuando el traje y la oportunidad estarán signados por los avatares del camino.
En política, el capital adquirido no se debe entregar ni fácil ni gratuitamente, porque hoy ese capital ya no es sólo de Valdes, sino también de muchos correntinos, de casi todos, y su desperdicio sólo nos valdrán nuevas frustraciones.
Por ello, es importante determinar, aquí y ahora, si la elección del domingo pasado es su piso o su techo político, o sea, si el hito plantado marca la cúspide de llegada o la plataforma de partida.
Su juventud, su formación política, su impronta democrática y su experiencia gubernamental parecen conferirle la musculatura política suficiente para comenzar a transitar los caminos más anchos de la patria, y colocar a Corrientes y a los correntinos en los lugares que supimos ocupar en los tiempos de Ferré.
Dr. Jorge Eduardo Simonetti
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