CORONAVIRUS
“El populismo parece ser una comorbilidad en una pandemia, aumentando su cifra de muertes en el proceso”
Frida Ghitis, The Whashington Post
*En plena segunda ola de la pandemia, debemos aprovechar las experiencias para disminuir sus negativos efectos. Tanto los gobiernos como los ciudadanos tenemos el inexcusable compromiso social de actuar en consecuencia, las autoridades actuando de manera coherente, nosotros reconociéndonos como corresponsables de la salud pública.
**En un proceso de prueba y error que lleva ya quince meses, persisten las personas que no cumplen con las medidas sanitarias y perjudican al conjunto, restando sólo ahora que sean merecedoras del reproche penal.
***Un grupo de gobernantes a nivel mundial, se constituyeron en factores que aumentaron el riesgo de enfermedad y muerte en sus ciudadanos, con una actitud negacionista y de patética demagogia.
Estos catorce meses de pandemia nos han dejado muchas enseñanzas. Muchos aprendimos con ellas, otros nada.
Es cierto que, con el diario del lunes, todos podemos ver con mayor claridad aquello que fue correcto en nuestro comportamiento como individuos y como sociedad ante el embate del virus, y aquello en lo que nos equivocamos. Fue un aprendizaje, todo un proceso de prueba y error.
Pero como no es una enfermedad individual sino completamente social, requiere el comportamiento conjunto para combatirla. Y allí nos dimos cuenta que muchos semejantes nada aprendieron, siguen siendo tan irresponsables como insolidarios, circulando sin tapabocas, no respetando la distancia social, organizando y participando en reuniones y fiestas que generan la propagación de la patología altamente contagiosa.
¿Es un débito educacional, es la inmadurez de la edad temprana, es la estupidez de la edad adulta? Es éso y más, una cuestión cultural arraigada en individuos que jamás entenderán de lo que se trata, sólo con la correspondiente sanción penal.
Pero el aprendizaje ha sucedido también con los gobiernos, con los científicos, con los sanitaristas, con la gente especializada, muchos de los cuales fueron evolucionando a medida que se actualizaban los conocimientos y las nuevas comprobaciones.
Bastante de lo que ayer se creía, hoy ya no es aplicable. Cuarentenas estrictas no pudieron evitar la propagación, pero sí causaron un daño casi irreparable en la economía de las personas.
Con la segunda ola en plena evolución, se ha confirmado plenamente que la respuesta social es la única que puede limitar la propagación, que las clásicas recetas de barbijo, distanciamiento y lavado de manos, son las que en mayor medida proporcionan una barrera contra el contagio.
Pero también se ha confirmado que el confinamiento total, con el cierre de la economía, en el balance final de perjuicios y beneficios resultaron no ser la solución para un país que salió del mismo con muchos infectados pero también con mucho más pobres. Es lo que pasó en la Argentina.
Está claro, se ha comprobado, que los gobiernos deben manejar la situación cómo el chofer que conduce un vehículo en un camino poceado, utilizando el freno y el acelerador conforme las condiciones de la ruta.
Con todo ello, la pandemia ha dejado al descubierto no sólo la existencia de personas sin el mínimo de responsabilidad para vivir en una sociedad, sino también de gobiernos que han hecho todo lo posible para que la misma se extienda y se agrave.
Me estoy refiriendo a las gestiones populistas, tanto de derecha como de izquierda, que bajo diversos pretextos se han constituido en verdaderas cepas mortales con su comportamiento demagógico, generando dos variantes: la “liberticida” y la “autoritaria”.
Con la primera variante, la “liberticida”, en el podio se encuentra Donald Trump que, con su patético negacionismo y desastrosa gestión, posibilitó que los Estados Unidos tenga la peor cifra de fallecimientos durante la crisis sanitaria, la mayoría de los cuales pudo haberse evitado a estar a la declaración de Deborah Birx, coordinadora del grupo de trabajo sobre Covid-19 del expresidente.
Cabeza a cabeza, disputándole el primer puesto, está el presidente Jair Bolsonaro, responsable principal de que hoy el gigante sudamericano esté pasando por una tremenda situación. Su actitud de “Rambo” carioca, que lucha contra la “gripecita” a pecho descubierto, que desperdició fondos públicos en tratamientos inútiles como la hidroxicloroquina, que convocó a la sociedad brasileña a protestar contra las medidas de seguridad, sólo sirvió para colocar a su país al borde del colapso sanitario, con una cifra increíble de muertos.
Completando el podio, con una actitud similar de un negacionismo irracional, está el presidente de México Andrés Manuel López Obrador, un populista hecho y derecho cercano al gobierno argentino. Trascendió hace algunos días, que la cifra real de muertos es 60% más alto que la cifra oficial, lo que significa que su país está disputando con Brasil el segundo lugar en el número de fallecidos.
El casi eterno presidente de Nicaragua Daniel Ortega, un populista de izquierda que cogobierna con su esposa el país centroamericano, convocó a la gente a la calle para que participaran en un desfile festivo al que llamaron “Amor en tiempos del Covid-19”, parafraseando a la obra de Gabriel García Márquez. Un irresponsable.
En la variante “autoritaria” de la cepa populista, se encuentran dos dictaduras postsoviéticas. La de Aleksandr Lukashenko de Bielorrusia, que consideró que la pandemia sólo es una psicosis y recetó vodka y sauna para prevenirla. A pesar de ello, su población actuó responsablemente para limitar los contagios. En Turkmenistán la cosa fue peor, se prohibió el uso de cubrebocas y cualquier discusión sobre pandemia. La prensa tiene prohibido el uso de la palabra “coronavirus”, y el gobierno informa que no tiene ningún caso.
En Camboya, el primer ministro Hun Sen, en el poder hace 35 años, dio la bienvenida a los cruceros del mundo, prohibiendo críticas y arrestando a los ciudadanos quejosos. Pasó de la negación a la represión, utilizando la emergencia para reforzar el control del régimen.
En África, otro populista autoritario, el presidente John Magufuli de Tanzania, prohibió las conversaciones sobre la emergencia global, dijo a la población que no se molestara en utilizar el cubrebocas y afirmó que tres días de oración erradicaban el virus. Magufuli falleció en marzo, y según se sabe su deceso fue debido a haber contraído coronavirus.
Esta variante “autoritaria” está también instalada en una provincia norteña de nuestro país, y hasta ahora fueron vanos todos los esfuerzos para erradicarla, a pesar de que es objeto de estudio constante de un análisis de laboratorio que identifica pero no remedia.
Tal vez al lector le resulte dificultoso creer que los gobernantes puedan construir tamañas payasadas para negar o restarle importancia a una patología infecciosa que sigue generando millones de muertos en el mundo y que es cada vez más trasmisible o que encuentren la solución en regímenes carcelarios.
Prueba más que suficiente para constatar que la patética demagogia que utilizan, responde a un molde de liderazgo cortado con la misma tijera: la tijera populista, que, al decir de Enrique Krauze, “alimenta sin cesar la engañosa ilusión de un futuro mejor, enmascara los desastres que provoca, posterga el examen objetivo de sus actos, doblega la crítica, adultera la verdad, adormece, corrompe y degrada el espíritu público”.
En síntesis, la cepa populista, en sus variantes “liberticida” y “autoritaria”, mata de a poco a una sociedad y se ha probado que todavía no hay vacunas para erradicarla, salvo la del voto ciudadano.
Jorge Eduardo Simonetti
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