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LA CONURBANIZACIÓN DE LA ARGENTINA SARASERA

MODELO MATANCERO

“Vemos como un modelo que concentra aún más la riqueza construye un fantástico túnel para que a los vecinos de Puerto Madero no los molesten los camiones”

Presidente Fernández

*Al presidente Fernández le tocó un tiempo muy crítico para gobernar, pero él mismo no se ayuda. Creyendo que construye realidad con su discurso cambiante e inconsistente, los hechos lo pasan por encima. Transcurrimos, entonces, el país de la “sarasa” (copyrigth para el ministro Guzmán), dónde los problemas graves del país se enfrentan con retórica inconsistente, subsidios vestidos de justicia social y medidas que alejan la inversión productiva.

**La consigna parece ser igualar para abajo, y convertir a la Argentina en el fiel reflejo de los bolsones de pobreza del conurbano bonaerense, principal patrimonio político del oficialismo

***Colocando a La Matanza como capital conceptual del país, el modelo impone un trazo horizontal que elimine todo lo que sobresalga de aquello que denominan “justicia social”. La conurbanización de la sociedad será el mejor instrumento de dominación.

                               Para un populista como Alberto, gobernar sin la caja abundante para el reparto es un grave problema. Es que saben mucho de repartir, pero muy poco de producir.

                               Néstor asumió hacia el final de la gran crisis de los dos mil, y gracias a los commodities generados por inmejorables condiciones de los mercados mundiales necesitados de materias primas, pudo sumar un arca pública que le permitió una gestión holgada en lo económico.

                               Para Cristina ya no fue lo mismo, recurriendo al endeudamiento interno, la incorporación al erario de cajas millonarias como la de las AFJP y el funcionamiento de la maquinita de fabricar dinero, la fue piloteando a costa de una fuerte acumulación de tensiones económicas que le explotarían a la ineficiencia vestida de gradualismo de Macri, quién no quiso, no supo o no pudo desmontar esa formidable estructura del gasto populista y no hizo más que agravar la situación con endeudamiento externo.

                               Fernández fue el heredero de un cuasi default y, sobre llovido mojado, una caída vertical de la actividad económica por una cuarentena larguísima que poco sirviera para evitar que los contagios se disparasen.

                               En una novela de Ernesto Hemingway, cuenta el columnista James Neilson, un personaje explica que a la quiebra se ve en dos etapas: la primera de a poco y en la final de golpe. El gradualismo ineficiente de Macri es la primera, el desconcierto populista de Fernández la segunda.

                               Argentina, como lo dijera en un artículo anterior, se encuentra en medio de una tormenta casi perfecta, de la que seguramente no saldremos bien librados con un timonel que intenta instalar un relato contradictorio, cambiante, poco creíble. Diríamos, si tenemos que calificar de algún modo la gestión de Fernández, que estamos en el tiempo de la “sarasa” (copyrigth para el ministro Guzmán), una palabra del lunfardo criollo que significa “palabras sin sentido, discurso inconsistente”.

                               De un presidente poco fluido como Macri, pasamos a un científico de la sarasa como Fernández, que intenta construir una realidad en el imaginario argentino con tan solo el instrumento de sus discursos discordantes, mientras la dura realidad golpea a las puertas de cada argentino. Un país de la sarasa es el opuesto a un país de los hechos, y éstos contradicen permanentemente las inconsistencias discursivas del presidente.

                               De una habitante del coqueto barrio de Recoleta, escuchábamos el 12 de diciembre de 2019 que “Hay una asignación de recursos muy desigual que es profundamente injusta e inequitativa. Desde hace tiempo, la Capital concentró riquezas postergando al resto de la periferia”. Su eco, el habitante del opulento Puerto Madero, no se quedó atrás, y el 29 de agosto de 2020 expresó: “Nos llena de culpa ver a la ciudad de Buenos Aires” tan opulenta, bella, desigual e injusta con el resto del país”.

                               Populistas ellos, ponían blanco sobre negro la discordancia entre su vida particular y sus exteriorizaciones políticas: proletarizar la Argentina, mientras ellos continúen transcurriendo sus vidas de pequeños burgueses en barrios de ricos y con plata estatal.

                                Desde esos conceptos, llevados a los hechos con el zarpazo a los fondos de coparticipación de la Ciudad de Buenos Aires en beneficio del desconcertado Kicillof y con el desprecio al mérito como valor para el progreso social, comienza a asomar con todas su exuberancia el “modelo matancero”.

                               La Matanza es hoy la capital conceptual de la Argentina kirchnerista. Así como Alfonsín quiso trasladar la capital federal a la ciudad de Viedma como modo para ayudar a la descentralización del país, los Fernández quieren disolver en el caldero indiscriminado del populismo todo aquello que suene a progreso autonómico y en La Matanza, con el mayor bolsón de pobreza del conurbano, tienen su clientela cautiva

                               Para ello, la receta es igualar para abajo. Los matanceros no tienen derecho a alcanzar los niveles de vida de los capitalinos, son éstos los que deben empobrecerse para igualarse a los matanceros. Y así en todo el país.

                                El AMBA (área metropolitana de Buenos Aires) que tanto escuchamos en estos tiempos de pandemia, no es una denominación más, sino la instalación de un concepto de nueva jurisdicción, dónde el conurbano bonaerense y CABA se confunden como un mismo territorio y consecuentemente deben compartir recursos. Rodríguez Larreta debe entregar los fondos que administra para que Kicillof pueda repartirlos con su incapacidad cada vez más expuesta.

                               De tal manera, todas las regiones deben contribuir a consolidar el modelo matancista, los chacareros de Córdoba y Santa Fe, los fruteros de Río Negro y Corrientes, los viñateros de Mendoza, los yerbateros de Misiones (suma y sigue), deben realizar su aporte solidario de impuestos y retenciones, para sumar recursos que se destinarán a la política de subsidios del conurbano bonaerense. Es lo que se llama la solidaridad con plata ajena.

                               Los paladines del populismo intentan hacer funcionar el país en modo parasitario, con la mecánica esencial de esmerilado continuo del componente productivo del país. Incapaces de crear las condiciones para producir riqueza, se dedican a lo que saben: dilapidar lo que queda.

                               La receta supone como ingrediente principal el empobrecimiento de la clase media, y vaya si están teniendo éxito con un índice que ya supera el 40%. Los ricos cuidan sus relaciones con el poder para proteger sus inversiones, los pobres necesitan de la ayuda social, la clase media es la que menor dependencia tiene del estado, vive de su trabajo, negocio o profesión, no recibe subsidios ni prebendas, es la más independiente en sus juicios. Pero, obviamente, también es la que más sufre con las políticas erráticas de los gobiernos.

                               Para colmo, es la que le ha ganado la calle al kirchnerismo, para protestar contra la destrucción de los componentes morales de una república, como la separación de poderes, la independencia de la justicia, la ética pública. No necesita de transporte ni comida para movilizarse, es menos vulnerable a los manejos políticos y eso asusta a los dueños del poder.

                               La Argentina conurbana con capital en La Matanza, no parece una figura muy lejana a la realidad, porque es el país que quieren Alberto y Cristina, es el país de la prebenda y no del esfuerzo, del acomodo y no del mérito, es el país de los seguidores no de los ciudadanos, de los amigos y no de los argentinos.

                               Perón, en su segundo gobierno, tuvo que cambiar sus recetas distribucionistas a riesgo de desbarrancarse. Hoy, la situación es mil veces más dramática y al precipicio lo vemos a centímetros.

                                                              Jorge Eduardo Simonetti

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Jorge Simonetti

Jorge Simonetti es abogado y escritor correntino. Se graduó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Nordeste. Participó durante muchos años en la actividad política provincial como diputado en 1997 hasta 1999 y senador desde 2005 al 2011.

Se desempeñó como convencional constituyente y en el 2007 fue mpresidente de la Comisión de Redacción de la carta magna. Actualmente es columnista en el diario El Litoral de Corrientes y autor de los libros: Crónicas de la Argentina Confrontativa (2014) ; Justicia y poder en tiempos de cólera (2015); Crítica de la razón idiota (2018).

https://jorgesimonetti.com

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