EL CEMENTERIO ESTÁ LLENO DE IMPRESCINDIBLES
“Las sociedades autoritarias son como el patinaje sobre hielo: intrincadas, de una precisión mecánica y, sobre todo, precarias. Dentro de la frágil corteza de la civilización se agita el caos…Y existen lugares donde el hielo es delgado a traición” (“V de Vendetta”, Alan Moore, 1989)
La primera pregunta que deberíamos hacernos en este tema es si un hombre, un ser humano determinado, es imprescindible para una organización social, tanto que debería dirigirla año tras año, período tras período.-
Con crudeza podemos decir, con Napoleón, que “el cementerio está lleno de imprescindibles”, pero echando una ojeada al andamiaje de nuestra sociedad, pareciera que en muchos casos, quiénes integramos su estructura nos comportáramos como si así no fuera, endiosando a simples mortales y prohijando su permanencia casi perpetua en el manejo de las mismas.-
El poder es afrodisíaco, adictivo, placentero, forma parte de los nuevos pecados capitales, somos por naturaleza afectos al poder, queremos obtenerlo, agrandarlo, conservarlo, perpetuarlo.- La conexión del ser humano con el poder es tan vieja como con la profesión más antigua del mundo.-
De tal modo es integrativo de la naturaleza humana, que si bien generalmente llegamos al poder a través de las normas que generan las sociedades civilizadas, queremos conservarlo aún a costa de esas mismas normas, ya sea cambiándolas, abusándolas u olvidándolas.- En el llano somos “normocéntricos”, en el poder “egocéntricos”.-
En las sociedades avanzadas, el respeto a las normas constituyen cuestiones arraigadas en el conjunto, no forman parte de actitudes individuales, heroicas, como sucede en los países como el nuestro.- Simplemente, se sabe que existen normas y que hay que atenerse a ellas como modo inexorable de convivencia armónica.-
El estado es la primera organización social, no la única, que debe regirse por cánones democráticos
Los gobernantes, en esos lugares, al acercarse el final de sus mandatos, no están buscando pretextos “bondadosos” a los ojos de la gente, para modificar normas que les permitan perpetuarse en el poder.- Se van, y ya, y el sistema sigue funcionando.-
En sociedades como la nuestra, los que respetan las normas pre establecidas pasar a ser “bichos raros”, personas especiales que han sabido no capitular a las tentaciones del mando y la gloria, y pusieron por encima una conducta de autolimitación tan plausible como excepcional.- El resto es “gente enferma de poder a la que deberíamos prohibirle olvidar que estamos acá porque nos puso Dios” (Ricardo Montaner).-
La ética más acendrada, los hombres más principistas, tambalean ante la fascinación del mando perpetuo
La esencia democrática del mando social, tiene dos componentes primarios que integran su propia naturaleza, cuales son la periodicidad y la alternancia.- El dato de permanencia está en las instituciones, el de fugacidad en las personas.-
El deber ser es algo así como “los hombres pasan, las instituciones quedan”, el problema lo tenemos si es al revés, cuando los hombres pretenden quedarse aún a costa de sacrificar las instituciones.-
Cuando hablamos de la “matriz autoritaria” de la sociedad, no nos referimos únicamente al estado y a la política, también incluimos a las sociedades intermedias que participan de manera indispensable en el entretejido social.- La iglesia, los sindicatos, la organizaciones empresariales, la universidad, los clubes deportivos, las comisiones vecinales.-
Resulta esencial al funcionamiento de un país, la existencia de instituciones públicas, semipúblicas y privadas, que constituyan la polea imprescindible para mover el engranaje social.- Las instituciones son los órganos que intermedian entre los valores socialmente apetecibles y la comunidad que brega por alcanzarlos.-
De allí la importancia que las mismas estén asentadas sobre un andamiaje normativo, cultural y técnico, que las haga idóneas en su tarea de intermediación.-
De sociedades autoritarias sólo pueden resultar instituciones autoritarias
Sin embargo, lamentablemente en nuestro país, la mayoría de las instituciones están condicionadas por el componente antidemocrático que es propio de una subcultura muy arraigada en la sociedad.-
“Pareciera que se ha instalado todo un sistema para recortarnos el espíritu, para convertirnos en tierra fértil de autoritarismos. Y hay una especie de acostumbramiento, que es lo peor que le puede pasar al ser humano”, dijo Juan Gelman.-
Muchas veces hacemos centro en la política, sobre todo en las funciones ejecutivas, repudiando las reelecciones indefinidas de presidentes o gobernadores, y ello está muy bien.- No tenemos, sin embargo, el mismo nivel de repudio con el sistema de reelección perpetua de diputados y senadores.-
Del mismo modo, casi todas las instituciones con las que convivimos a diario, no tienen un cuerpo normativo que limite las reelecciones de las personas en su dirección o administración, a pesar que muchas de ellas constituyan organizaciones con mucho poder y clara incidencia en el funcionamiento social.-
Iglesia, sindicatos, clubes, también son víctimas propiciatorias de la ambición sempiterna de mandar
Los Moyano, Cavalieri, Barrionuevo, por sólo mencionar a tres, vienen manejando sus gremios y los hilos del sindicalismo argentino hace décadas, las reelecciones indefinidas los tiene como “mandamás” de estructuras que afectan la vida ciudadana con sus medidas de acción directa, y condicionan gobiernos con la fuerza de sus demandas.-
Decir que si hay estructuras anquilosadas y antidemocráticas, ésas son las que representan a los trabajadores, sus dirigentes envejecen en los cargos y hacen de su permanencia un modo de vida que los convierte en una especie de casta oligárquica que compite muchas veces, en bienes y poder, con su contraparte patronal.-
Las universidades, que intermedian entre la oferta estatal y la demanda social de educación, tienen gobiernos autónomos elegidos por sus propios estamentos, los que en muchísimas oportunidades se convierten en refugios de poder para determinados sectores y personas (rectores, decanos), que se reeligen una y otra vez al frente de estructuras estatales destinadas nada más y nada menos que a la enseñanza.-
Sucede lo propio en los clubes deportivos, usados en ocasiones como trampolín para aventuras políticas, comisiones vecinales, asociaciones empresariales, y otras tantas entidades que tienen verdadera incidencia en la vida diaria.-
Y, en un país como el nuestro, ni que decir de la iglesia católica, no ya en cuánto a la difusión de la fe y la enseñanza del dogma, sino al funcionamiento de la jerarquía eclesiástica como organización casi inmutable.-
Con cierta ingenuidad estudiada, uno podría preguntarse si ¿no es mejor, más seguro, menos conflictivo, más cómodo, que nos dirijan siempre las mismas personas? ¿Para qué cambiar? ¿No sería bueno tener siempre el mismo sindicalista, el mismo presidente del club, el mismo rector, el mismo decano, el mismo obispo?
Seguramente no es eso los que, como seres racionales, querríamos para nosotros mismos.- Coparticipar en la elaboración del destino común, es propio de la vida en comunidad, y el dato esencial es el cambio en los protagonistas.-
El continuismo termina germinando en una peligrosa noción propietaria del poder
El continuismo no sólo es pernicioso para la democracia, sino también es el motor generador de los peores disvalores, como el sentimiento de omnipotencia, la sensación de impunidad, la ocasión para corromperse, en definitiva la creación de una noción propietaria del poder que es la semilla de disolución del mandato social.-
Acostumbrarse a vivir en democracia significa participar, responsabilizarse, controlar, exigir, comprometerse en la administración de la cosa común, no sólo en lo referido a los resortes estatales, también a todas las instituciones que conforman el entramado vital de una sociedad.-
Que no seamos, entonces, una sociedad con una frágil corteza de civilización pero con la precariedad del caos como contenido, pero menos aún, que nos acostumbremos a ello.-
Jorge Eduardo Simonetti
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