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TRACTOR BANCA SUBSIDIO

LA RENTA AGROPECUARIA

“Los que más ganan sean los que más aporten y quienes menos tienen reciban lo que merecen”

Alberto Fernández, 23 de abril, en precongreso del Movimiento Evita

*Con las reliquias conceptuales de tiempos pretéritos, el gobierno parece repudiar a los “oligarcas” del campo y estar al lado de los dirigentes que reparten subsidios. Es el equipaje ideológico del gobierno. Más impuestos y más gasto público.

**Si se sigue inflando el globo con los gastos estatales y de los impuestazos, no está lejana la posibilidad de una implosión.

***La historia del peronismo estuvo signada por su avidez para apoderarse de la renta agropecuaria.

                               El sábado pasado hubo dos acontecimientos. El multitudinario “tractorazo del campo” y el “precongreso” provincial del Movimiento Evita. El presidente estuvo en el segundo, y obvió referirse específicamente al primero.

                               Mostró así, una vez más, la figura emblemática del pensamiento y de las políticas del gobierno, ésa maniquea concepción de color sepia, que coloca los incentivos del lado de su base electoral.

                               La manía populista de dividir para gobernar, de encontrar un enemigo para cada oportunidad o cada encrucijada, vuelve por sus fueros. Los malos son los productores agroganaderos que, con su egoísmo, no quieren entregarle más plata al gobierno para que, con su “sensibilidad”, reparta al “pueblo”.

                               Es el mensaje que, con más gestos que palabras, el presidente Fernández entregó a propios y extraños. Estamos con los que menos tienen, con los que “necesitan” y “nos necesitan”, estamos en contra de los que “no necesitan” y “no nos necesitan” porque viven de su trabajo.

                               Es que, en términos conceptuales pero también en el terreno de los hechos, tanto los productores de riqueza como los necesitados de un subsidio de subsistencia, son los extremos interdependientes de un estado benefactor.

                               Tal como en la fábula de Esopo, ¿para qué matar a la gallina de los huevos de oro si necesitan que siga poniendo?

                                El problema del kirchnerismo, como descendiente putativo del peronismo, es el de continuar manejándose con conceptos de hace más de setenta años, cuando ese contexto ya ha sido superado por el progreso, la tecnología, la transformación social.

                               Lo que quiénes no sabemos distinguir una planta de soja de una de maíz llamamos genéricamente “el campo”, es en realidad una trama socio económica tan heterogénea como densa. Desde los puertos de las multinacionales sobre el Paraná a los grandes pools de siembra, desde los vendedores de maquinaria agrícola a los prestadores de servicios veterinarios, mecánicos, agrónomicos, de fumigación, desde las grandes propiedades tradicionales hasta los medianos y pequeños propietarios, todo eso es “el campo”.

                               Sin embargo, para el gobierno, con un equipaje ideológico de los cincuenta, “el campo” son los oligarcas de siempre y no los chacareros que trabajan de sol a sol para sacarle frutos a la tierra.

                               Con una mirada atada al pasado, para la coalición gobernante el sector agropecuario es un actor económico retardatario, esencialmente rentista, ignorando las profundas transformaciones producidas en toda la sociedad en las últimas décadas, pero especialmente en ese segmento.

                               Casi seguramente los que manejan el poder están entre los que no distinguimos un cultivo del otro, pero son expertos en aquello de cargar de impuestos a lo que funciona, sin conciencia de la medida justa para no truncar el proceso virtuoso.

                               De la mano de desarrollos como la biotecnología y prácticas productivas como la siembra directa, la producción agropecuaria se ha convertido en una actividad intensiva en capital y tecnología. Ese proceso produjo la complejización del sujeto agrario, que excede la calificación histórica, simplista, maniquea y errónea de “oligarcas”.

                               Para tener una idea de la importancia del agro y la ganadería, van unos pocos números estimativos: significan el 10% del PIB y de la recaudación tributaria, el 20% del empleo (directo e indirecto) y el 70% del ingreso de divisas. Por ello, la liquidación de exportaciones es para el gobierno como el “maná del cielo”.

                               La contundencia económica potencial del sector, en Argentina y Sudamérica, ha trascendido el ámbito propio. En “Serotonina”, la novela de Michel Houellebecq, se describe el temor de las clases rurales francesas ante la eventualidad de un acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur.

                               La relación entre el peronismo y el campo, estuvo signada por la puja en torno a la apropiación y la asignación de la renta agropecuaria. Para un gobierno populista, con base electoral fundamentalmente en los sectores populares urbanos, es de su naturaleza “ordeñar” para “repartir”, y para ello, el mayor generador de ingreso de divisas es la víctima propiciatoria más fácil.

                               Sin embargo, por sobre la pretensión recaudatoria para sostener un estado elefantiásico, el peronismo en general, pero fundamentalmente el kirchnerismo, nunca tuvo una política clara respecto al campo.

                               Esa “desafección estratégica”, se refleja en cuestiones bien concretas. La cadena del maní produjo 1.150 millones de dólares en la campaña de 2020, de los cuales el 90% es en exportaciones. Se convirtió en la economía regional más importante del país. El 80% del maní que se consume en Europa es argentino. ¿Cuál es el enfoque del gobierno al respecto? Ninguno específico que se conozca.

                               El “tractorazo” del sábado no es sino una práctica tradicional de protesta del campo argentino. Tan lejos como en el verano de 1911/12, en los que se produjo la primera rebelión fiscal articulada, y tan cerca como el conflicto de 2008, que puso en serio entredicho al gobierno de Cristina.

                               A pesar de que el presidente prefirió estar en un “precongreso” provincial de un movimiento social, seguramente le ardió la oreja con el contundente mensaje de los tractoristas: “Gasten menos, no venimos para que nos den una mano sino para que nos saquen las dos de encima”.

                               Entre retenciones e impuestos, de cada 100 pesos que genera el campo, el gobierno se queda con 65 en promedio. El sector sojero tributa un 69,9%, el maíz un 56,1%, el trigo un 58,5%, el girasol un 56,2%.

                               Por si ello fuera poco, sin tener en cuenta el incremento de costos a raíz de la invasión rusa a Ucrania, se intenta aprovechar la eventual circunstancia, imponiendo un nuevo impuesto: el de la “renta inesperada”.

                               No se trata de defender al campo, sin dudas es el sector con mayor rentabilidad en una economía como la nuestra, y, obviamente, la que mayor ingreso de divisas genera a raíz de las exportaciones.

                               Se trata de generar los equilibrios necesarios para mantener y superar el nivel de nuestra producción agropecuaria, generando las posibilidades de fuerte reinversión. Mantener el proceso virtuoso debería ser el objetivo, porque a mayor desarrollo de la producción primaria y la agroindustria, seguramente más impuestos irán para el estado.

                               Pero, gobiernan hoy los expertos en gastos pero analfabetos en generación de riqueza. ¿Es tan difícil entender que para gastar hay que tener quien pague? Agrandar la torta integra una parte del círculo virtuoso, achicar los gastos inoficiosos otra.

                               Sin dudas que el principio general en casi todos los países del mundo en materia tributaria, es que quien más tenga más aporte. No es una perla del decálogo peronista. Pero si no hay equilibrio entre ingresos y gastos, cualquier esfuerzo se tira por la borda.

                               Si la presión impositiva es altísima en nuestro país, lo es insoportable cuando se advierte que la política no está dispuesta a ceder un peso para aliviar las arcas estatales, aunque más no sea como acción ejemplificadora.

                                    Dr. JORGE EDUARDO SIMONETTI

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Jorge Simonetti

Jorge Simonetti es abogado y escritor correntino. Se graduó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Nordeste. Participó durante muchos años en la actividad política provincial como diputado en 1997 hasta 1999 y senador desde 2005 al 2011.

Se desempeñó como convencional constituyente y en el 2007 fue mpresidente de la Comisión de Redacción de la carta magna. Actualmente es columnista en el diario El Litoral de Corrientes y autor de los libros: Crónicas de la Argentina Confrontativa (2014) ; Justicia y poder en tiempos de cólera (2015); Crítica de la razón idiota (2018).

https://jorgesimonetti.com

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