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LA IGUALACIÓN NO ES LO MISMO QUE LA IGUALDAD

EL AMESETAMIENTO SOCIAL

 “¡De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades!”

Karl Marx, Crítica del Programa de Gotha

*Las medidas adoptadas por el presidente Fernández, están sustentadas en el concepto filosófico de la igualación, que es la imposición autoritaria de igualar para abajo. Su resultado será el achatamiento social, en el que el esfuerzo y la dedicación no harán la diferencia. La igualdad es otra cosa en una sociedad libre.

* La solidaridad es virtuosa cuando es una opción moral y se invierten en ella los propios dineros, no cuando se impone y practica con plata ajena.

* Según mi criterio, Jesús no predicó el fomento de la pobreza sino la solidaridad con los pobres. La política populista, en cambio, necesita de la pobreza para practicar sus políticas de reparto y sustentar su base electoral.

                              Las medidas económicas y sociales del nuevo gobierno de Alberto Fernández, están comenzando a demostrar que son una continuidad de la administración cristinista concluida en 2015. Me estoy refiriendo a la filosofía de gestión, a aquel hilo conductor que tiene una referencia conceptual que define su matriz política.

                               Con el incremento en los impuestos, crece la transferencia de recursos hacia los sectores menos favorecidos, pero no por la redistribución de la riqueza vía salarial, sino por la de la ayuda social, esa vieja metodología del populismo que permite mantener el estado de pobreza y de dependencia de los patronazgos clientelares.

                               Lo novedoso es que gran parte de las nuevas erogaciones sociales se financiarán quitándole recursos a los sectores medios.  Por la vía de la igualación, esos sectores se incorporarán a la pobreza de las franjas sumergidas, las que no saldrán de ella por el simple hecho de tener una tarjeta.

                               De esa manera, la filosofía gubernamental no es la de ir disminuyendo la cantidad de pobres, sino, paradójicamente, incorporar a esa franja a un mayor número de personas que ven perjudicados sus ajustados ingresos, por vía del achatamiento y amesetamiento social.

                               La cuestión se ve clara en la política hacia los jubilados. La suspensión de la movilidad jubilatoria y la política de incrementos de suma fija, indica que la mitad de los jubilados que cobran la mínima no saldrán de su pobreza, pero seguramente irán ingresando a ella otros sectores que serán víctimas del achatamiento de la escala.

                                De allí que el concepto filosófico que rige la gestión de los Fernández no es el de la igualdad, sino el de la igualación, cosa muy distinta.

                               La igualdad es un concepto moral que desde el punto de vista del estado significa garantizar los mismos derechos y oportunidades para todos, con una base mínima de susbsistencia (estado benefactor), a partir del cual son los individuos, con su dedicación, capacitación y trabajo, los que progresan o se estancan. La movilidad social fue el motor que impulsó el progreso argentino en otros tiempos, y la misma no es sino el producto de la igualdad en sentido positivo.

                               La igualación, que es política de este gobierno, es la igualdad en sentido negativo, es igualar hacia abajo, de modo de producir el achatamiento social y posterior amesetamiento del mayor número de personas en los niveles inferiores.

                               No es un concepto virtuoso, es una imposición autoritaria ejercida de arriba hacia abajo por sujetos externos que no integran el conjunto perjudicado y que tienen capacidad para disponerla con carácter obligatorio (los gobernantes). Se me ocurre la metáfora de una prensa de imprenta, utilizada para achatar los papeles por vía de la presión, pero con el impresor ajustando desde afuera.

                               La igualdad positiva es un concepto dinámico, se conquista con el acrecentamiento de posibilidades, estimulando a las personas al trabajo, a la dedicación, al esfuerzo, a la capacitación, que en definitiva son los que producen el progreso y la movilidad social.

                               La igualación, en cambio, es estática, es siempre la misma y produce los mismos resultados, nunca nadie podrá salir de su corset autoritario, no dependerá nunca de la cantidad y calidad de su esfuerzo personal, sino de la decisión del mandón de turno, al que no le importarán las personas y sus historias sino el gran lápiz rojo que utiliza para trazar la raya que nadie puede superar.

                               Decía Marx: “¡De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades!”, lo que en buen criollo significa que el estado pretende que cada individuo rinda lo máximo de su capacidad, pero que todos reciban lo mismo, sin considerar la calidad y cantidad del esfuerzo.

                               En la cultura comunista, el ser humano es considerado como unidad biológica y no como persona con una historia única e intransferible. De tal modo, todos deben recibir alimentos y un techo, “una necesidad, un derecho”, pero nadie tiene más derechos que eso, aunque sus méritos sean mayores.

                               En el fondo, la política del gobierno tiene un sustento de reminiscencias marxistas, esa ideología que implosionó en el siglo pasado por ser contraria a la naturaleza humana. Sirve el ejemplo de las jubilaciones: no importan los años de trabajo, no importan los niveles laborales, no importa si hiciste o no aportes jubilatorios, todos los jubilados (subsidiados o reales) reciben lo mismo, una suma fija, que va directo a achatar la escala.

                               En materia jubilatoria, la igualdad es eliminar los regímenes especiales en edad y años de aportes (justicia, docentes, etc.), pero la igualación es la proletarización de las remuneraciones sin tener en cuenta la historia de trabajo y aportes del individuo.

                               En sus doce años de gobierno, el kirchnerismo no sólo instaló un relato sino también una cultura, la cultura del “pobrismo” (diría Pichetto), ésa que tiene a la pobreza cómo un faro de referencia que ilumina la práctica de políticas populistas de reparto y que sustenta el capital electoral. Sin pobres (estoy hablando de pobres estructurales) no hay ayuda clientelar, y sin ésta no hay votos.

                               Es algo parecido a la política social de la iglesia en tiempos de Francisco, instalar en el imaginario social la opción por la pobreza, pero la de los otros, no la propia. No pretendo tener una posición demagógica, pero cada vez me resulta más difícil conectar la acumulación vaticana de enormes sumas producto de la limosna con la opción eclesial por la pobreza.

                               Jesús no predicó el fomento de la pobreza, sino la solidaridad con los pobres, que es cosa distinta, y la solidaridad no se impone ni se practica con plata ajena, la solidaridad es virtuosa cuando es una opción moral y se invierten en ella los propios dineros.

                               Creo, francamente, que la solidaridad impuesta es hipócrita, y no alcanza a los sectores del quintil más alto de la riqueza argentina, antes bien condena a los de capa media y media baja a sumergirse con sus congéneres que reciben ayuda del estado.

                               La mejor solidaridad del gobierno es crear las condiciones necesarias para revertir la pobreza, de modo tal que los pobres dejen de ser un estrato social para pasar a ser un estado circunstancial.

                               La igualación, como visión distorsionada de la igualdad, es el achatamiento y amesetamiento social, la eliminación del valor del esfuerzo propio, la erradicación del mérito como regulador social, la molicie como conducta normal, la falta de iniciativa, el conformismo paralizante, la uniformidad que aliena.

                               Rescatemos la igualdad como concepto moral y repudiemos la igualación como acto de autoridad o, como en este caso, de autoritarismo.

                                                         Jorge Eduardo Simonetti

*Los artículos de este blog son de libre reproducción, a condición de citar su fuente

 

 

 

 

Jorge Simonetti

Jorge Simonetti es abogado y escritor correntino. Se graduó en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional del Nordeste. Participó durante muchos años en la actividad política provincial como diputado en 1997 hasta 1999 y senador desde 2005 al 2011.

Se desempeñó como convencional constituyente y en el 2007 fue mpresidente de la Comisión de Redacción de la carta magna. Actualmente es columnista en el diario El Litoral de Corrientes y autor de los libros: Crónicas de la Argentina Confrontativa (2014) ; Justicia y poder en tiempos de cólera (2015); Crítica de la razón idiota (2018).

https://jorgesimonetti.com

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